Amable lector/a, sé positivamente que eres una persona razonable, ávida de aprendizaje y abierta a profundizar en las cuestiones que mis colegas y yo te planteamos en este blog. Asumir que esto no es así sería ridículo porque, ¿qué sentido tendría, entonces, que destinaras tu tiempo a leer los artículos que te proponemos?
¿Verdad que lo que acabas de leer parece razonablemente cierto? Y tal vez lo sea para ti, lo cual no quita para que un servidor haya deslizado una serie de ideas a través de una de las falacias más utilizadas: la reducción al absurdo (ahora es el momento de pedir disculpas por el “latinajo” del título).
¿En qué consiste la reducción al absurdo? Este sofisma (falacia) consiste en demostrar que una idea es cierta porque, de no ser así, lo contrario sería absurdo, ridículo, ilógico, evidentemente falso, etc.
Viene a decir que, si no estás de acuerdo conmigo, estás de acuerdo con aquello que está fuera de toda lógica, conveniencia, verdad obvia, etc. Significa, en definitiva, que, como dos cosas contradictorias no pueden ser ciertas, si demuestro que una es falsa, demuestro que la otra es verdadera. Maravillosamente sutil, ¿no te parece?
No todos los razonamientos por reducción al absurdo son falaces. Por ejemplo:
“Juan no robó el maletín de Pep, porque ese día Juan estaba en Zaragoza.”
El haberlo robado significaría que Juan tiene el don de la ubicuidad y eso es imposible por lo que, en este caso, lo que indica la sentencia no es una falacia.
La reducción al absurdo es falaz cuando lo que hace es acotar las posibilidades de elección, haciendo parecer que esas, son las únicas opciones posibles. En último extremo, una argumentación por reducción al absurdo es un planteamiento disyuntivo. Veamos:
Es A o es B
Si es A, las consecuencias son C
C es absurdo, ilógico, idiota, contraproducente…
luego, es B
Pongamos un ejemplo,
“Carlos puede desear o no lo mejor para su madre
no desear lo mejor para su madre lo convertiría es una mala persona y además, ¿qué hijo no quiere lo mejor para su madre?
y yo sé que Carlos no es una mala persona.”
Date cuenta de que el hecho de que Carlos desee o no lo mejor para su madre no necesariamente tiene que ver con ser una buena o mala persona; pueden operar otros aspectos que nos conduzcan a valorarlo o no como tal, amén de tener que definir previamente qué quiere decir “querer lo mejor para una madre” o “ser una buena persona”.
Pero dado que en este blog nos ocupamos de cómo se comunican los políticos, dejemos en paz a Carlos y pongamos algún supuesto que incumba a la clase política.
“Opinar de forma contraria a la que proponemos vendría a significar que usted es poco demócrata, ya que no estaría teniendo en cuenta la opinión de la mayoría. Por otra parte, yo sé que usted ha dado sobradas pruebas de ser una persona demócrata”.
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Traduzcamos:
Puede estar a favor o en contra de lo que digo (A ó B)
Estar en contra es ser poco demócrata (B= poco demócrata)
Yo sé que usted es demócrata (no B)
por lo tanto debe estar a favor de lo que yo digo (por lo tanto, A)
¿Cuántas veces habremos oído estructuras de este tipo en boca de nuestros políticos? Por si ahora no caes, aquí te dejo un ejemplo del portavoz del Govern de la Generalitat, Francesc Homs, a ver si descubres dónde aparece esta falacia. Y recuerda, éste no es un blog de posicionamiento político. Igual que subimos este ejemplo del señor Homs, podríamos encontrar otros de signo político distinto.
Y como decía un famoso y antiguo anuncio de televisión, busca, compara y si encuentras otro mejor, … dínoslo.