Frank kafka
Kafka es uno de los tres grandes escritores del siglo XX, aunque nació en el XIX. Junto a James Joyce y Marcel Proust, influyen decisivamente en toda la literatura posterior, y de alguna manera marcan todo el arte narrativo hasta nuestros días. La originalidad de Kafka, al contrario de lo que sucede con los otros dos autores, parte de sus radicales diferencias en la construcción de los personajes y en el ambiente de las tramas que cuenta. Su prosa es en apariencia común, más bien sobria y precisa, su verdadera innovación es ese modo único de describir a sus protagonistas, convertidos en letras o simplemente en estados de ánimo que se alejan considerablemente de la psicología tradicional. Fue el inventor -y lo digo consciente, al igual que le sucedió a Shakhespeare con una multitud de emociones humanas- de un sinfín de sensaciones hasta entonces no tratadas en la literatura; la angustia del ser humano frente al mundo inmenso y desconocido, frente a los poderosos y misteriosos mecanismos de la burocracia que crecía en Europa, la desazón ante lo imposible e incomprensible, la incapacidad humana para entender la complejidad de su entorno, de percibir el peligro, lo sesgado de su visión de la realidad, la rareza del ser humano ante lo externo, sentimientos tan comunes y aceptados en nuestros días. Según cuenta la leyenda, Kafka no tuvo ningún éxito en su tiempo. Publicó apenas unos cuantos cuentos en revistas minoritarias de la época. Cuando estaba cercano a morir, le pidió a su amigo Max Brod que destruyera sus manuscritos, aunque hay quien dice que esta historia fue inventada por Brod después, motivada por su afán de pasar a la historia como el descubridor de unos de los autores más importantes de la literatura contemporánea. Brod no le hizo caso, y trató por todos lo medios de dar a conocer la obra de su amigo. En cierta manera, algunos traductores de los últimos tiempos le reprochan hasta haber modificado a propósito la peculiar puntuación de Kafka para alcanzar una claridad que él consideraba indispensable para el éxito de su literatura. Kafka consiguió una fama enorme después de muerto, y en torno a él se utiliza todavía ese adjetivo común a muchas lenguas, kafkiano. De alguna manera, Max Brod pretendió que Kafka pasara a la historia de la literatura como un hombre grave, triste y atormentado, pero quizá deberíamos acercarnos a él con cierta dosis de humor negro, que sin duda hace más atractiva la lectura de sus textos. Lejos de ser un hombre sombrío, a través de sus obras, Kundera o Camus, por poner dos ejemplos, atisbaron más bien a un autor irónico, fino y agudo, dotado de un extraño sentido del humor que le permitía interpretar la confusa existencia de su época con enorme precisión. Inspiró sin lugar a dudas la literatura del absurdo, fue el reconocido creador del existencialismo, de alguna forma dio pie al surrealismo e influyó notoriamente en Borges, Cortázar, y en un sinfín de autores posteriores. No en vano, Harold Bloom en 1995 escribió: «Desde una perspectiva puramente literaria, ésta es la época de Kafka, más incluso que la de Freud. Freud, siguiendo furtivamente a Shakespeare, nos ofreció el mapa de nuestra mente; Kafka nos insinuó que no esperáramos utilizarlo para salvarnos, ni siquiera de nosotros mismos».
Franz Kafka nació en Praga, en 1883 y murió en Klosterneuburg en 1924, aquejado de tuberculosis.
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