Si hacemos caso a las estadísticas, hay pocos accidentes de aviones. Hay pocos numéricamente, pocos comparados al número de aviones que hay volando por el planeta cada día, y pocos comparado con el número de accidentes de coches u otros transportes que hay. Sin embargo, las peculiares cualidades de un vuelo (la altitud, la velocidad, la presión...) hace que sea prácticamente imposible sobrevivir a un impacto.
Por eso, aunque cuantitativamente sean pocos, los accidentes de avión son cualitativamente desgarradores: lo más probable es que fallezcan todos los pasajeros si se produce un impacto no controlado.
Sin embargo, hay algo especialmente preparado para sobrevivir al impacto: la caja negra.
En realidad la caja no es ni negra ni una. Ni tampoco es exclusiva de los aviones. Barcos y algunos otros transportes incorporan registradores y medidores de actividad como los de las cajas negras. En los aviones son dos dispositivos distintos: uno que almacena audio, tanto de las conversaciones en cabina como de las alarmas o sonidos del avión, y otro que guarda datos del vuelo.
Los dispositivos suelen colocarse hacia atrás en el avión, hacia la cola, donde el impacto -por el aerodinamismo y el reparto de pesos de la nave- es algo menos violento. Y entre el amasijo de metal y llamas que suele producirse tras un impacto, entre ese rastro de chatarra desparramada a veces por kilómetros a la redonda, siempre se busca unos trozos concretos de metal: y no, no son negros, son naranjas, o amarillos, pintados así para que sea más sencillo encontrarlos entre el caos.
Las medidas y características varían según dispositivos, pero este mostrado por las autoridades australianas da una idea de cómo son: 16 x 12,7 x 32 centímetros, con un peso de 4,5 kilos. No es más que una maleta de mano como la de cualquier pasajero, aunque con un interior robusto
Si el problema no es el peso, ¿entonces por qué no se fabrica todo el avión de la misma forma que se hacen las cajas negras? Porque el vuelo sería inviable. No todo es una cuestión de peso, sino de cómo sería un avión construido bajo los parámetros que permiten a una caja negra sobrevivir a un impacto tan brutal.
Para empezar, deben soportar algunas pruebas nada desdeñables: soportar una aceleración de 33 kilómetros por segundo al cuadrado (3.400 g) durante 6,5 milisegundos, algo equivalente a acelerar hasta los 500 kilómetros por hora y frenar en 4,5 metros. Sin desintegrarse ni alterar el funcionamiento de lo que hay en el interior.
Y eso respecto a la presión, porque las exigencias técnicas son muchas: resistir llamas que produzcan temperaturas de más de 1.000 ºC durante al menos una hora, una compresión de 2.300 kilopondios, lo cual no se puede 'convertir' a presión normal, pero baste decir que un kilopondio es la fuerza de gravedad de la Tierra sobre un kilo de peso, que son 9,8 Newtons de fuerza. Calcula
Hay otras pruebas más, de impacto y dureza para evitar que la metralla de la explosión penetre en el interior y demás, pero sólo esas dos mediciones dan idea de las peculiares condiciones que se dan en el interior del ingenio. Aunque el avión se hiciera con estas normas de seguridad, y suponiendo que eso se pudiera hacer volar, ningún cuerpo humano soportaría dichas condiciones en caso de accidente.
Lo que hay dentro de las capas de acero naranja es una memoria flash que va sobreescribiendo continuamente los datos cuando se le acaba el espacio, además de una baliza localizadora para facilitar que sea encontrada, aunque su señal se pierde a 4.000 metros de profundidad -de ahí que los accidentes sobre el mar suelan ser difíciles de esclarecer-. Si quieres saber cómo suenan esos datos almacenados, aquí guardan algunas grabaciones de accidentes.
Si hacemos caso a las estadísticas, hay pocos accidentes de aviones. Hay pocos numéricamente, pocos comparados al número de aviones que hay volando por el planeta cada día, y pocos comparado con el número de accidentes de coches u otros transportes que hay. Sin embargo, las peculiares cualidades de un vuelo (la altitud, la velocidad, la presión...) hace que sea prácticamente imposible sobrevivir a un impacto.
Por eso, aunque cuantitativamente sean pocos, los accidentes de avión son cualitativamente desgarradores: lo más probable es que fallezcan todos los pasajeros si se produce un impacto no controlado.
Sin embargo, hay algo especialmente preparado para sobrevivir al impacto: la caja negra.
En realidad la caja no es ni negra ni una. Ni tampoco es exclusiva de los aviones. Barcos y algunos otros transportes incorporan registradores y medidores de actividad como los de las cajas negras. En los aviones son dos dispositivos distintos: uno que almacena audio, tanto de las conversaciones en cabina como de las alarmas o sonidos del avión, y otro que guarda datos del vuelo.
Los dispositivos suelen colocarse hacia atrás en el avión, hacia la cola, donde el impacto -por el aerodinamismo y el reparto de pesos de la nave- es algo menos violento. Y entre el amasijo de metal y llamas que suele producirse tras un impacto, entre ese rastro de chatarra desparramada a veces por kilómetros a la redonda, siempre se busca unos trozos concretos de metal: y no, no son negros, son naranjas, o amarillos, pintados así para que sea más sencillo encontrarlos entre el caos.
Las medidas y características varían según dispositivos, pero este mostrado por las autoridades australianas da una idea de cómo son: 16 x 12,7 x 32 centímetros, con un peso de 4,5 kilos. No es más que una maleta de mano como la de cualquier pasajero, aunque con un interior robusto
Si el problema no es el peso, ¿entonces por qué no se fabrica todo el avión de la misma forma que se hacen las cajas negras? Porque el vuelo sería inviable. No todo es una cuestión de peso, sino de cómo sería un avión construido bajo los parámetros que permiten a una caja negra sobrevivir a un impacto tan brutal.
Para empezar, deben soportar algunas pruebas nada desdeñables: soportar una aceleración de 33 kilómetros por segundo al cuadrado (3.400 g) durante 6,5 milisegundos, algo equivalente a acelerar hasta los 500 kilómetros por hora y frenar en 4,5 metros. Sin desintegrarse ni alterar el funcionamiento de lo que hay en el interior.
Y eso respecto a la presión, porque las exigencias técnicas son muchas: resistir llamas que produzcan temperaturas de más de 1.000 ºC durante al menos una hora, una compresión de 2.300 kilopondios, lo cual no se puede 'convertir' a presión normal, pero baste decir que un kilopondio es la fuerza de gravedad de la Tierra sobre un kilo de peso, que son 9,8 Newtons de fuerza. Calcula
Hay otras pruebas más, de impacto y dureza para evitar que la metralla de la explosión penetre en el interior y demás, pero sólo esas dos mediciones dan idea de las peculiares condiciones que se dan en el interior del ingenio. Aunque el avión se hiciera con estas normas de seguridad, y suponiendo que eso se pudiera hacer volar, ningún cuerpo humano soportaría dichas condiciones en caso de accidente.
Lo que hay dentro de las capas de acero naranja es una memoria flash que va sobreescribiendo continuamente los datos cuando se le acaba el espacio, además de una baliza localizadora para facilitar que sea encontrada, aunque su señal se pierde a 4.000 metros de profundidad -de ahí que los accidentes sobre el mar suelan ser difíciles de esclarecer-. Si quieres saber cómo suenan esos datos almacenados, aquí guardan algunas grabaciones de accidentes.
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