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RAZÓN INSTRUMENTAL - Adorno


RAZÓN INSTRUMENTAL

La razón instrumental, descrita por los pensadores de la escuela de Frankfurt, da cuenta de cómo la Ilustración llevo un proceso a lo largo de los siglos de simplificación del mundo, siguiendo las categorías de la ciencia y de la tecnología, de las ciencias puras como totalmente fiables. El efecto es dar importancia a lo cuantitativo y no a lo cualitativo, que es lo que más caracteriza al mundo social. Lo social se pone al servicio de ciertos fines.

Podríamos definir la Razón Instrumental como una modalidad del pensamiento que prioriza la utilidad de las acciones y el uso de objetos de acuerdo a un proceso de medio-fin. Es decir: que hay cosas que se utilizan como medio para conseguir un fin, una meta, y que lo importante es esa meta sobre el medio interpuesto. La cuestión de la razón instrumental es pues un pensamiento pragmático en el cual lo fundamental es el criterio de utilidad: lo importante de algo es para qué sirve. Así, por ejemplo, si yo quiero clavar clavos utilizaré de acuerdo a la razón instrumental un medio, el martillo, para conseguir un fin que es lograr un objetivo. Pero si ahora no quiero clavar clavos el martillo será inútil. Si quiero comer sopa, el fin, utilizaré la cuchara, el medio. Pero no me servirá para comer filetes y la desecharé cuando ocurra esto. Así, la razón instrumental se une a la técnica y podríamos decir es su razón, y por ello, es también razón humana y resultaría ingenuo, y reaccionario, denigrarla como un modo de razonar menor. No lo es en absoluto y en ella hay también progreso y emancipación como lo hay en la propia técnica.

Sin embargo, la razón instrumental, como tal modo de razonar, posee, como todo, peligro. En este caso, el peligro fundamental es doble: por un lado, la razón instrumental objetiviza las realidades con las que trata independientemente de su categoría real: las convierte siempre en objetos, en instrumentos para algo. Por ejemplo, me daría igual, de acuerda a la idea de utilidad, estar en mi oficina bancaria ante un cajero humano o uno automático si lo que busco es sacar dinero: y tendría razón de acuerdo a la finalidad allí buscada. La razón instrumental todo lo objetiviza y esa es su fuerza en la utilidad pero su, primer, peligro en el discurso social pues así el cajero automático y el humano se igualan ya no sólo en su función laboral concreta sino en su realidad social: su medida social y real exclusiva es su rentabilidad económica. En segundo lugar, la razón instrumental es una razón ya caída en la falacia naturalista: en ella se identifica el ser con el deber ser. O diciéndolo de otro modo más comprensible, y tal vez por ello más cierto, la razón instrumental tiene una limitación conceptual grave: la aceptación acrítica de la realidad tal cual es. Efectivamente, la razón instrumental da por sentado el concepto de totalidad actual como algo ya definitivo y sin posibilidad de juicio y por ello lo que es útil o provechoso no viene sólo de la autonomía de los individuos y su proyecto o de la propia racionalidad sino, a su vez, de las condiciones que ha impuesto esa misma realidad a los seres humanos. Es decir: los intereses de los individuos no son sólo de tales individuos, esa tontería del yo hago lo que quiero, sino que están lógicamente mediados y casi siempre dominados por la propia realidad social en la que viven. Sin ir más lejos, si mis alumnos dudan entre estudiar ciencias o humanidades, lo cual, por cierto es una dicotomía falsa pues la ciencia es humanidades, acabarán, si siguen la razón instrumental, estudiando ciencias pues es lo útil. Pero, ¿lo útil para qué? Pues lo útil para el sistema económico que lo ha decidido así al identificar ciencia con tecnología productiva y al identificar esta con rentabilidad económica. Así, en la razón instrumental el sujeto pierde su autonomía y por ello al emplearla debemos limitarla solo a ciertos aspectos de la realidad y supeditada a fines racionales no instrumentales (en el caso de los alumnos, por ejemplo, qué deseo realmente hacer y qué seria lo justo o lo bueno). No se trata de hacer a la razón instrumental, por tanto, una crítica ontológica total y por ello reaccionaria, como la que hace Heidegger, sino una crítica de acuerdo a finalidades de emancipación humana: la razón instrumental no puede generar discursos emancipatorios en política. Su uso debe, pues, ser moderado.

¿Pero a qué viene todo este rollo? ¿Recuperando apuntes para el próximo curso? ¿Demostrando otra vez, y cuántas van, lo listo que nos creemos? No, sino a un tema muy interesante: la inmigración. Si ustedes recuerdan los argumentos a favor de la llegada masiva de inmigrantes durante los últimos años se dividieron en dos bloques: la necesidad de la economía española de mano de obra y el superávit de la Seguridad Social con su filiación. Así, la idea clave era que los inmigrantes eran necesarios como útiles de desarrollo económico. Efectivamente, en una economía básicamente planificada de acuerdo a dos sectores productivos sin necesidad de cualificación en sus empleos mayoritarios, los servicios y la construcción, la llegada masiva de mano de obra barata fue una bendición para la productividad. Y fue cierto que resultaron útiles: puras mercancías. E incluso los más progres se volvieron multiculturales y alabaron los grandes desarrollos culturales que la inmigración traía –ya se sabe que es lo bueno de la gente que tiene que emigrar: suelen ser los sectores más cultos de la sociedad-. Y así el pensamiento realizó una auténtica demostración de razón instrumental: era interesante, era útil, que hubiera inmigrantes.

Pero, ¿y ahora? Ahora hay crisis, bueno: desaceleración, y los inmigrantes sobran. Y de acuerdo a la razón instrumental habría que, lógicamente, expulsarles. De hecho, y es coherente, los mismos que nos explicaron sus ventajas ahora les piden que se vayan a su …. país. Es razón instrumental y quienes ahora se escandalizan solo demuestran su incoherencia: si era bueno que estuvieran porque era útil, cuando son inútiles es lógico que se les quite. Es lo que tienen los instrumentos. Aunque siempre hay esperanzas para ellos. Así, la crítica parcial y de gestión al capitalismo demuestra su obsolescencia: no sirve para enfrentarse a su realidad. Y es que ya lo decía Marx: ser radical es atacar los problemas por su raíz (y añado yo: y no ser un folclórico).

En La ética de la autenticidad, Charles Taylor señala como fuente de los malestares de la modernidad, primero, el desencantamiento del mundo, la pérdida de un orden moral, independiente de cada individuo, y en segundo lugar, como consecuencia de lo anterior, una primacía de la razón instrumental, que en vista de la pérdida de toda sacralidad, encuentra ilimitado su alcance en un mundo de meros medios.
Como ejemplo, señala:
las formas en que se utiliza el crecimiento económico para justificar la desigual distribución de la riqueza y la renta, o la manera en que esas exigencias nos hacen insensibles a las necesidades del medio ambiente, hasta el punto del desastre en potencia. (Taylor 1994: 41)

Elaborado por Oscar Perez

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