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La capacidad para estar a solas

La capacidad para estar a solas  


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Quisiera llevar a cabo un examen de la capacidad individual para estar a solas, partiendo del supuesto de que esta capacidad constituye uno de los signos más importantes de madurez dentro del desarrollo emocional.

En la casi totalidad de los tratamientos psicoanalíticos llega un momento en que la aptitud para estar a solas resulta importante para el paciente. Desde el punto de vista clínico, ello puede estar representado por una fase o sesión en silencio que, lejos de indicar resistencia por parte del paciente, es en realidad un logro, casi diría que una proeza. Quizá sea la primera vez que el paciente ha sido capaz de estar a solas. Precisamente es sobre este aspecto de la transferencia, cuando el paciente se encuentra a solas durante la sesión analítica, que deseo llamar la atención.

Probablemente puede afirmarse que la literatura psicoanalítica ha dedicado mayor atención al temor y al deseo de estar a solas que a la aptitud para ello; asimismo, se han hecho considerables trabajos sobre el estado de replegamiento, organización defensiva que presupone el temor del paciente a ser perseguido. Mucho me parece que desde hace tiempo se echa de menos un estudio de los aspectos positivos de la capacidad para estar a solas. Puede que los escritos psicoanalíticos hayan tratado de definir esta capacidad, pero yo no tengo constancia de ello. Quisiera remitirme al concepto freudiano de la relación anaclítica (Freud, 1914; cf. Winnicott, 1956 a).






Las relaciones triangulares y bicorporales





Paradoja

Rickman fue el primero en hablar de las relaciones triangulares y bicorporales. A menudo nos referimos al complejo de Edipo como la fase en que las relaciones triangulares dominan el campo deja experiencia. Todo intento de describir el complejo de Edipo en base a una relación entre dos personas fracasará inevitablemente. Sin embargo, la relación bipersonal existe en realidad, si bien restringida a fases relativamente tempranas de la historia del individúo. La primera relación bipersonal es la del niño con la madre real o sustitutiva, antes de que el niño haya escogido alguna de las propiedades de la madre para forjarse con ella la idea de un padre. El concepto kleiniano de la posición depresiva puede describirse en términos de relaciones bipersonales, siendo tal vez posible afirmar que este tipo de relación constituye un rasgo esencial de dicho concepto.

Ya que hemos hablado de relaciones bipersonales y triangulares, ¿no sería lo natural que hablásemos de relaciones unipersonales? De buen principio parece que el narcisismo, ya sea secundario o primario, constituye la relación unipersonal por antonomasia. Pues bien, es imposible pasar bruscamente de las relaciones bipersonales a la relación unipersonal sin infringir gran parte de lo que hemos llegado a saber mediante nuestros trabajos analíticos y a través de la observación directa de madres y niños.




La soledad real


Mis lectores se habrán dado cuenta de que no estoy refiriéndome al hecho de estar realmente solo. Así, habrá personas incapaces de estar a solas. Escapa a la imaginación la intensidad de sus sufrimientos. No obstante, son muchas las personas que, antes de salir de la niñez, ya han aprendido a gozar de la soledad y que incluso llegan a valorarla como uno de sus bienes más preciosos.

La capacidad para la soledad es susceptible de presentarse bajo dos aspectos: o bien como un fenómeno sumamente «refinado» que aparece en el desarrollo de la persona después de la instauración de las relaciones triangulares o, por el contrario, como un fenómeno de las primeras fases de la vida que merece un estudio especial por tratarse de la base sobre la que se edificará la capacidad para el tipo de soledad descrito en primer lugar.

Pasaremos a enunciar seguidamente el punto principal del presente estudia: si bien la capacidad para estar solo es fruto de diversos tipos de experiencias, sólo una de ellas es fundamental, sólo hay una que, de no darse en grado suficiente, impide el desarrollo de dicha capacidad; se trata de la experiencia, vivida en la infancia y en la niñez, de estar solo en presencia de la madre. Así, pues, la capacidad para estar solo se basa en una paradoja; estar a solas cuando otra persona se halla presente.

Ello lleva implícita una relación de índole bastante especial: la que existe entre el pequeño que está solo y la madre real o sustitutiva que está con él, aunque lo esté representada momentáneamente por la cuna, el cochecito o el ambiente general del entorno inmediato. Quisiera proponer un nombre para este tipo especial de relación.

A mí, personalmente, me gusta emplear el término relación del ego, ya que ofrece la ventaja de contrastar can bastante claridad con el término relación del id, tratándose esta última de una complicación que aparece con periodicidad en lo que podríamos denominar «la vida del ego». La relación del ego se refiere a la relación entre dos personas, una de las cuales, cuando menas, está sola; tal vez las dos lo estén, pero, de todos modos, la presencia de cada una de ellas es importante para la otra. Creo que si comparamos el significado de los verbos «gustar» y «amar», veremos que el primero se refiere a una relación del ego, mientras que el segundo tiene más que ver con las relaciones del id, ya sean sin ambages o en forma sublimada.

Antes de proceder a desarrollar estas dos ideas a mi manera, quisiera retardar al lector de qué modo sería posible referirnos a la capacidad para estar solo sin salirnos de la trillada fraseología psicoanalítica.




Después de la cópula


Tal vez sea justo decir que después de una cópula satisfactoria cada uno de los componentes de la pareja está solo y contento con su soledad. El ser capaz de gozar de la soledad al lado de otra persona que también está sola constituye de por sí un indicio de salud. La ausencia de la tensión del id puede producir angustia, pero la integración de la personalidad en el tiempo permite al individuo esperar a que la citada tensión regrese de forma natural y, al mismo tiempo, le permite disfrutar de la soledad compartida; es decir, de una soledad que se halla relativamente libre del rasgo que denominamos «retraimiento».




La escena originaria


Cabría decir que la capacidad del individuo para estar a solas depende de su aptitud para asimilar los sentimientos suscitados por la escena originaria. En esta escena, el niño percibe o imagina una relación violenta entre los padres y, si se trata de un niño normal, de un niño que es capaz de dominar lo que en ella hay de odio y ponerlo al servicio de la masturbación, entonces la asimilación no ofrecerá problemas. En la masturbación, la responsabilidad total de la fantasía consciente e inconsciente es aceptada por el niño, que es la tercera persona en una relación triangular. El hecho de poder estar solo en circunstancias como éstas denota madurez del desarrollo erótico y potencia genital o, si se trata de una niña, la correspondiente capacidad de recepción; denota la fusión de los impulsos e ideas agresivos y eróticos y, asimismo, da a entender la existencia de una tolerancia de la ambivalencia; junto a todo esto habría, naturalmente, la capacidad del individuo para identificarse con los dos componentes de la pareja padre-madre.

El planteamiento en estos términos o en otros es susceptible de convertirse en algo de una complejidad casi infinita, debido a que la capacidad para estar solo es casi sinónimo de madurez emocional.




El objeto bueno interiorizado


A continuación trataré de expresarme con otro lenguaje: el derivado de la obra de Melanie Klein. La capacidad para estar solo depende de la existencia de un objeto bueno en la realidad psíquica del individuo. El concepto de la interiorización de un pecho o pene «buenos», o de unas buenas relaciones, ha sido lo suficientemente defendido como para que el individuo (al menos de momento) se sienta seguro ante el presente y el futuro. La relación entre el individuo, de uno u otro sexo, y sus objetos interiorizados, junto con su confianza hacia las relaciones interiorizadas, proporciona de por sí suficiencia para la vida, de manera que el individuo es capaz de sentirse satisfecho incluso en la ausencia temporal de objetos y estímulos externos. La madurez y la capacidad para estar solo implican que el individuo ha tenido la oportunidad, gracias a una buena maternalización, de formarse poco a poco la creencia en un medio ambiente benigno. Esta creencia va desarrollándose paulatinamente, mediante la repetición de la satisfacción de los instintos.

Al emplear este lenguaje, uno se encuentra hablando de una fase del desarrollo individual que es anterior a aquella en la que rige el complejo de Edipo de la teoría clásica. No obstante, se da por sentado un grado considerable de madurez del ego. Lo mismo sucede con la integración del individuo en una unidad; de lo contrario no tendría sentido hacer referencia al interior y al exterior, ni lo tendría el dar una significación especial a la fantasía del interior. Dicho en términos negativos: el individuo debe estar relativamente libre del delirio o angustia persecutoria. Planteado en términos positivos: los objetos interiorizados buenos se encuentran en el mundo personal e interior del individuo, dispuestos a ser proyectados en el momento oportuno.




Estar solo en estado de inmadurez


La pregunta que surge al llegar aquí es la siguiente: ¿Es posible que un niño o un bebé estén solos en una fase muy temprana, cuando la inmadurez del ego hace imposible describir el hecho de estar solo mediante la fraseología que acabamos de emplear? Es precisamente la parte principal de mi tesis la afirmación de que nos es necesario poder hablar de una forma pura -o ingenua, si así lo prefieren- de estar solo, y que, incluso estando de acuerdo en que la capacidad de estar verdaderamente solo constituye un síntoma de madurez de por sí, esta capacidad tiene por fundamento las experiencias infantiles de estar a solas en presencia de alguien. Estas experiencias pueden tener lugar en una fase muy temprana, cuando la inmadurez del ego se ve compensada de modo natural por el apoyo del ego proporcionado por la madre. Con el tiempo, el individuo introyecta la madre sustentadora del ego y de esta forma se ve capacitado para estar solo sin necesidad de buscar con frecuencia el apoyo de la madre o del símbolo materno.




«Yo estoy solo»


Me gustaría enfocar este tema de otra manera: estudiando las palabras «yo estoy solo».

En primer lugar tenemos la palabra , yo», que da a entender un elevado grado de madurez emocional. El individuo va se halla afirmado como unidad: la integración es un hecho; el mundo exterior ha sido repudiado y ahora es posible la existencia de un mundo interiorizado. Se trata simplemente de un planteamiento topográfico de la personalidad en cuanto cosa, en cuanto organización de núcleos del ego. Be momento no se hace referencia alguna al hecho de vivir.

Seguidamente vienen las palabras «yo estoy», que representan una etapa del desarrollo individual. Mediante estas palabras, el individuo no se limita a poseer una forma, sino que además posee una vida. En los inicios del «yo estoy», el individuo, por así decirlo, está «en bruto», sin defensas, vulnerable, potencialmente paranoico. El individuo es capaz de llegar a la fase del «yo estoy » solamente porque existe un medio ambiente que lo protege; este medio ambiente protector es de hecho la madre, preocupada por su hijo y, par medio de su identificación con él, orientada hacia la satisfacción de las necesidades del ego del hijo. No hace falta postular que en esta etapa el niño tiene conciencia de la madre.

A continuación nos encontramos con las palabras «yo estoy solo». Según la teoría que les estoy proponiendo, esta tercera fase entraña la apreciación, por parte del niño, de la existencia continua de la madre. Ello no significa forzosamente que se trate de una apreciación consciente. No obstante, creo que «yo estoy solo» constituye una evolución del «yo estoy», dependiente de que el niño sea consciente de la existencia continuada de una madre que le da seguridad, lo cual le permite estar a solas y disfrutar estándolo durante un breve tiempo.
Así es como pretendo justificar la paradoja según la cual la capacidad para estar solo se basa en la experiencia de estar a solas en presencia de otra persona y que sin un grado suficiente de esa experiencia es imposible que se desarrolle la capacidad para estar solo.




Relación del ego


Si estoy en lo cierto al hablar de esa paradoja, será interesante examinar de qué naturaleza es la relación entre el niño y la madre, refiriéndome a la relación que, a efectos del presente estudio, he denominado «relación del ego». Se habrán dado cuenta de la gran importancia que le atribuyo, ya que la considero la base de la amistad. Tal vez resulte ser también la matriz de la transferencia.

Existe aún otra razón por la que: concedo una importancia especial a esta cuestión de la relación del ego; sin embargo, para que se me entienda mejor, me apartaré momentáneamente del tema.

Creo que en general se estará de acuerdo en que los impulsas del id son significativos solamente si se hallan contenidos en el vivir del ego. Los impulsos del ego actúan de dos maneras: o bien desorganizan o refuerzan el ego, según éste sea débil o fuerte. Cabe decir que dos impulsos del id refuerzan el ego cuando tienen lugar dentro de una estructura de relación del ego. Aceptando esta afirmación se comprenderá la importancia de la capacidad para estar solo. únicamente al estar solo (en presencia de otra persona) será capaz el niño de descubrir su propia vida personal. Desde el punto de vista patológico, la alternativa consiste en una vida falsa edificada sobre las reacciones producidas por los estímulos externos. Al. estar solo en el sentido con que emplea este término, y sólo entonces, será capaz el niño de hacer lo que, si se tratase de un adulto, denominaríamos «relajarse». El niño es capaz de alienarse, de obrar torpemente, de encontrarse en un estado de desorientación; es capaz de existir durante un tiempo sin ser reactor ante los estímulos del exterior ni persona activa dotada de capacidad para dirigir su interés y sus movimientos. La escena se halla ya dispuesta para una experiencia del id. Con el tiempo se producirá una sensación o un impulso que, en este marco, serán reales y constituirán una experiencia verdaderamente personal.

Se comprenderá ahora por qué es importante que haya alguien disponible, alguien que esté presente, si bien sin exigir nada. Una vez producido el impulso, la experiencia del id puede resultar fructífera y el objeto podrá consistir en una parte o la totalidad de la persona presente; es decir: la madre. Sólo en éstas condiciones es posible que el niño viva una experiencia que dé la sensación de ser real. La base de una vida en la que la realidad ocupe el lugar de la futilidad la constituye un gran número de experiencias semejantes. El individuo que ha podido crearse la capacidad para estar solo será capaz, en todo momento, de redescubrir el impulso personal; impulso que no se desperdiciará ya que el hecho de estar solo es algo que, paradójicamente, da a entender que otra persona se halla presente.

Andando el tiempo, el individuo adquiere la capacidad de renunciar ala presencia real de la madre o su figura sustitutiva. A este hecho se le ha llamado «establecimiento de un medio ambiente interiorizado». Se trata de algo más primitivo que el fenómeno denominado «madre introyectada».




El punto culminante en la relación del ego

Quisiera ahora ir un poco más allá en la especulación sobre la relación del ego, y las posibilidades de experiencia dentro de ella, para estudiar el concepto del orgasmo del ego. Me doy cuenta, por supuesto, de que si existe algo que podamos denominar «orgasmo del ego», las personas que se muestran inhibidas en la experiencia instintiva tenderán a especializarse en semejante clase de orgasmos, de tal modo que existiría una patología de la tendencia hacia el orgasmo del ego. De momento prefiero no ocuparme de lo patológico -sin olvidarme por ello de la identificación del cuerpo total con una parte-objeto (el falo)- y limitarme a preguntar si es posible considerar que el éxtasis es una manifestación del orgasmo del ego. En la persona normal es posible que se dé una experiencia sumamente satisfactoria (por ejemplo en un concierto, en el teatro, en sus relaciones de amistad, etc.) que merezca ser llamada orgasmo del ego con el fin de llamar la atención sobre ese punto culminante y la importancia que él mismo reviste. Acaso parezca desacertado emplear la palabra «orgasmo» en este contexto; creo que aun así estaría justificado hablar del punto culminante que es susceptible de producirse en una relación satisfactoria del ego. Uno puede hacerse la siguiente pregunta: cuando un niño está jugando, ¿constituye el juego una sublimación de los impulsos del id? ¿No podría ser que hubiese una diferencia de calidad además de una diferencia de cantidad del id cuando se compara el juego que produce satisfacción con el instinto que yace debajo del mismo? El concepto de la sublimación ha sido plenamente aceptado y es muy valioso, pero es una lástima no hacer referencia alguna a la inmensa diferencia existente entre los felices juegos infantiles y en el modo de jugar de los niños que dan muestras de una excitación compulsiva y en los que es fácil denotar un estado próximo a la experiencia instintiva. Es cierto que incluso en los felices juegos infantiles todo es susceptible de interpretarse en términos del impulso del id, y lo es porque hablamos de símbolos y sin duda no corremos ningún riesgo de equivocarnos al emplear el simbolismo y al interpretar todos los juegos en términos de relaciones del id. Sin embargo, nos olvidamos de algo importantísimo si no tenemos en cuenta que los juegos infantiles no son felices cuando van acompañados de excitaciones corporales con sus consiguientes culminaciones físicas.

El niño que denominamos «normal» es capaz de jugar, de excitarse con el juego y de sentirse satisfecho con el juego, libre de la amenaza de un orgasmo físico producido por una excitación local. En contraste, el niño no normal aquejado de una tendencia antisocial o, de hecho, cualquier niño que dé muestras de una marcada manía defensiva, es incapaz de disfrutar jugando debido a que su cuerpo queda físicamente involucrado en el juego y hace necesario algún tipo de culminación física. La mayoría de los padres sabrán por experiencia que hay momentos en que es imposible terminar con la excitación del juego como no sea por medio de una bofetada que, dicho sea de paso, constituye una culminación falsa pero muy útil. En mi opinión, si comparamos los juegos felices de un niño, o la experiencia de un adulto durante un concierto, con una experiencia sexual, la diferencia es tan grande que podemos utilizar tranquilamente términos distintos para describir las dos experiencias. Sea cual fuere el simbolismo inconsciente, la cantidad de excitación física real es mínima en un tipo de experiencia y máxima en el otro. Podemos rendir tributo a la importancia de la relación del ego per se sin desechar por ello las ideas en que se fundamenta el concepto de la sublimación.




Resumen

La capacidad para estar solo constituye un fenómeno sumamente complejo al que contribuyen numerosos factores y que está estrechamente relacionado con la madurez emocional.

La base de la capacidad para estar solo reside en la experiencia de haberlo estado en presencia de otra persona. Así, el niño que adolezca de una débil organización del ego podrá estar solo gracias a recibir un apoyo del ego digno de confianza.

El tipo de relación que existe entre el niño y la madre sustentadora del ego merece especial estudio. Si bien se han empleado otros términos, sugiero que «relación del ego» es probablemente una buena denominación.
Dentro del marco de la relación del ego, se producen relaciones del id que contribuyen a reforzar más que a trastornar el ego inmaduro.

De modo gradual el ambiente sustentador del ego es objeto de un proceso de introyección e integración en la personalidad del individuo, de tal manera que se produce la capacidad para estar realmente solo. Aun así, en teoría siempre hay alguien presente, alguien que, en esencia y de un modo inconsciente, es igualado a la madre; es decir, a la persona que, en las primeros días y semanas, estuvo temporalmente identificada con su niño, a cuyo cuidado se hallaba volcada toda su atención.















(1) Basado en un escrito leído ante una reunión extracientífica de la British Psycho-Analytical Society, el 24 de julio de 1957, y publicada por vez primera en «Int. J. Psycho-Anal.», 39, pp. 416-420.

Elaborado por Oscar Perez

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