Un pueblo atomizado en las intrincadas y angostas bahías del extremo sur de los Balcanes, con grupos autónomos dados a la mar por la irregularidad del terreno, convirtió su autosuficiencia y cultivo de artes y oficios en lo que Cecil Maurice Bowra llama el inicio del espíritu moderno. La única ventaja competitiva griega durante las invasiones persas.
Nuestra cultura retiene algo de los pedregales del Peloponeso. El espíritu moderno aspira a emular al “daemon” de Sócrates, esa criatura entre divina y mortal que avisaba al filósofo antes de decir un disparate o cometer un desatino, pero que a continuación no le indicaba cómo proceder para lograr el camino correcto. Un inicio en forma de fábula del concepto de conciencia individual.
Réditos de aprender a navegar y a defenderse
En la época del estatista Pericles, cuando Atenas alumbraría ideas como el teatro, la democracia o la arquitectura clásica, la cultura minoica era apenas un recuerdo borroso de un pasado de gloria y un recordatorio de que las ciudades griegas habían surgido en lugares atomizados por montañas, horcajos y el mar.
Sin grandes ríos ni valles irrigados para mantener a grandes civilizaciones unificadas por tiranos, como el Creciente Fértil o Egipto, los griegos convirtieron su desventaja en los valores fundacionales de la modernidad: autosuficiencia, cultivo de la persona en artes y guerra (a falta de grandes tierras para cultivar los campos), así como respeto por el individuo.
La voluntad de toda una ciudad, de todo un pueblo cuidadoso de su grandeza, concurría al esplendor del teatro. Esa voluntad haría de él, poco a poco, el arte supremo.
En un principio, la delicadeza ateniense se apartó de los espectáculos cómicos. Estos no fueron admitidos entre los juegos oficiales sino más tarde, a mediados del siglo V.
Desde hacía largo tiempo, y mucho antes de Tespis, los rapsodas que cantaban los poemas de Homero eran admitidos como contrincantes en los concursos públicos. Para triunfar, debían esforzarse uniendo a sus cualidades de dicción otros méritos diferentes, sobre todo los medios de expresión que les proporcionaban el gesto, las inflexiones de la voz y los cambios de tono a que se presta el ritmo de los diálogos épicos.
Esquilo introduce el segundo actor, que en adelante comparte los papeles y conversa con el intérprete inicial. Para dar cabida a dos interlocutores, el primitivo tablado de Tespis resultaba demasiado estrecho. Hubo necesidad de agrandarlo. Para facilitar el cambio de trajes, ahora más frecuente, así como las entradas y las salidas de los personajes, fue necesario un refugio; originalmente, bastaba una sencilla tienda de campaña, luego se convirtió en una barraca de tablas.
ESQUILO (525-456 a. C.) nació en Eleusis. Fue soldado y combatió en las batallas de Salamina y Maratón. Autor de varias tetralogías -conjunto de cuatro obras: Layo, Siete sobre Tebas, Edipo y La Esfinge. Entre sus trilogías -conjunto de tres obras-, se halla La Orestiada, constituida por Agamenón, Coéforas y Euménides. Esquilo introdujo al segundo actor y fue el primer autor que puso efectos mecánicos y recursos ornamentales en la escena.
SÓFOCLES (496-406 a. C.) nació en Colono. Director de un cuerpo militar. Se le reconoce como uno de los genios de la literatura universal. Son famosas sus tragedias: Filoctetes, Electra, Las Traquinias, Edipo Rey, Edipo en Colono y Antígona. Las tres últimas forman la trilogía de Edipo.
EURÍPIDES (484-406 a.C.) nació en Salamina. Se conservan sus tragedias: Ifigenia en Aulis, Medea, Las troyanas, Hécuba y El cíclope. Es considerado el más humanista de los dramaturgos griegos.
El nacimiento de la conciencia individual
Pericles, bajo el cual la filosofía y el teatro alcanzarían, para muchos, el punto álgido de la filosofía, la arquitectura y el teatro, recordaba a sus conciudadanos la única fortaleza ateniense -y, por extensión, helénica- que perviviría, más allá de los edificios y obras promovidas por él mismo (entre ellas, el Partenón):
“Cada uno de nuestros ciudadanos, en todas las vertientes de la vida, es capaz de mostrarse a sí mismo el correcto dueño y señor de su propia persona, y hacerlo, además, con gracia y versatilidad excepcionales”.
En la Ática, la organización política o las leyes se escribieron por y para los ciudadanos (entre los que, eso sí, no se contaban a esclavos y mujeres), mientras la filosofía y la oratoria originaron métodos de comunicación y persuasión de los conciudadanos para adoptar decisiones colectivas: la política.
Sobre la política, pronto se expresarían críticas y contradicciones vigentes en estos momentos en el mundo desarrollado, donde las épocas de dificultad económica suelen, como en la Atenas de Pericles (“el primer ciudadano”), incubar la polarización, los discursos radicales, el populismo, el despotismo, etc.
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