Sócrates, Platón, Aristóteles
Desde inicios del siglo V aC hasta inicios del siglo IV aC, se sucederían en Atenas tres generaciones de filósofos que fundarían buena parte del pensamiento Occidental.
Que Sócrates fuera maestro de Platón, y Platón lo fuera a su vez de Aristóteles, sería un hecho sin parangón si ello no hubiera ocurrido en un lugar y un momento histórico en que arquitectura, escultura, poesía y teatro dieron sagas similares.
Quizá la única concatenación de genios comparable a la que llevó al filósofo que descendió del estudio de lo que nos rodea al estudio del propio ser humano y su potencial, Sócrates, a ser profesor de Platón (y de Jenofonte, y de tantos otros), y a Platón, a su vez, a tener a Aristóteles por alumno, es la que hace que los genios del teatro griego estén separados por una generación: Esquilo, Sófocles y Eurípides.
Sócrates, Platón y Aristóteles. Esquilo, Sófocles y Eurípides.
Las ciudades griegas, y la poco excepcional hasta entonces ciudad ática de Atenas más que ninguna de ellas, carecían de grandes valles fértiles y ríos comparables al Tigris y el Eúfrates, o al Nilo. Sin la naturaleza de su parte, el cultivo personal y la alianza del grupo contra injerencias foráneas se convirtieron en las industrias griegas.
Una cosa ligera y alada y sagrada
Sócrates dijo (o eso escribieron Platón, Jenofonte e historiadores posteriores que el filósofo había dicho, pues Sócrates no dejó legado escrito) que la poesía es “una cosa ligera y alada y sagrada”.
Y útil: los griegos escribieron en verso sobre temáticas como la gestión urbana, las pasiones y contradicciones humanas -las mismas que aparecerán luego en Shakespeare o en Calderón-, la agricultura, el tiempo, su pasado legendario.
Ítalo Calvino exploró la influencia del concepto griego de ligereza de las artes en la primera de las Seis Clases para el Próximo Milenio que preparó para impartir en Harvard, justo antes de morir.
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