“El descubrimiento de Schopenhauer”, por Philipp Mainländer
Traducción inédita al español, realizada por Carlos Javier González Serrano, de un fragmento del escrito autobiográfico de Philipp Mainländer (Aus meinem Leben), en el que explica cómo se topó, en febrero de 1860 (Nápoles), con la obra capital de Arthur Schopenhauer
En febrero de 1860 aconteció el mayor y más importarte suceso de mi vida. Entré en una librería y comencé a hojear algunos libros llegados hacía poco desde Leipzig. Tomé El mundo como voluntad y representación de Schopenhauer. Pero ¿quién era Schopenhauer? Nunca había oído aquel nombre. Examiné el volumen, leí sobre la negación de la voluntad de vivir; en el texto encontré numerosas citas que me resultaban conocidas. Quedé encantado. Me olvidé de todo cuanto me rodeaba y me sumergí en la lectura. Finalmente, dije: “¿Cuánto cuesta el libro?”. “Seis ducados”. “¡Aquí está el dinero!”. Agarré mi tesoro y me precipité como un loco de aquel lugar hacia mi casa, donde con una febril impaciencia corté [las páginas d]el primer volumen y empecé a leerlo desde el inicio. Cuando me detuve, se había hecho de día. Había leído toda la noche sin descanso. Me incorporé y me sentí como renacido. Mi espíritu quedó mucho más impresionado que con Kraft und Stoff[Fuerza y materia] de Büchner, un libro que había leído en Offenbach. Era igualmente una obra muy distinta de Geist in der Natur [El espíritu en la naturaleza] de Oersted, texto que había venerado desde hacía mucho tiempo como la verdad absoluta. Me sentí en una situación del todo insólita. Tuve entonces la sensación de que entraría en una relación más íntima con aquel Schopenhauer, y que hasta aquel entonces no había ocurrido en mi vida nada de verdadero significado. ¿Fue tan sólo un golpe de suerte dar con aquel conocimiento? Si hubiera entrado nada más que un cuarto de hora más tarde en aquella librería, si no hubiera topado con el libro, ¿qué habría sucedido? Me estremezco de sólo pensar la consecuencia de aquello, si imagino que en aquel tiempo, en el que mi inexperto intelecto aprehendía toda impresión fielmente, hubiera podido estudiar a Hegel en lugar de a Schopenhauer. El peligro aún permanecía: había prometido a un fiel amigo, entusiasta seguidor de Hegel, adquirir la Fenomenología del espíritu. Aunque yo era demasiado joven y tras la lectura de Schopenhauer llegué a venerarle infinitamente, sin embargo suscitó en mí un violento desacuerdo en múltiples puntos. Incluso sonreí piadosamente, a hombros de Spinoza, sobre sus apreciaciones políticas. Desaprobé instintivamente, sin claridad intelectual, su acendrado monismo, y, al contrario, me adherí con convicción del todo clara a sus observaciones sobre la individualidad. En ese momento mis cuerdas filosóficas -que se estaban formando- vibraron al unísono, y me sentí profundamente satisfecho. Durante mi viaje leí por segunda vez la obra [de Schopenhauer]. Fue mi Palas Atenea e hizo que mi travesía cobrara un precioso sentido. Cuántas cosas maravillosas habría omitido sin ella, y bajo qué trampas (a las que había considerado siempre como las Euménides) hubiera caído si nunca la hubiese encontrado.
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