Licencias de construccion, diseño y construccion - Arquitectura en Bogota contacteme en el 3196955606 o visita mi pagina en www.arquitectobogota.tk

Rilke: rebelde, poeta y trashumante y sus mejores poemas

Rilke: rebelde, poeta y trashumante

El poeta checo Reiner Maria Rilk

El estudioso Mauricio Wiesenthal publica una rigurosa y apasionada biografía de Rainer Maria Rilke, uno de los símbolos de la poesía contemporánea: viajero, inadaptado, complejo y contradictorio, que vivió desde su juventud protegido por mujeres ricas


Podemos entender a Rainer Maria Rilke desde el fetiche del poeta abducido por una vocación total, pero también como el hombre radical que hizo de su desagrado ante la realidad una torre fortificada en la que habitaba él con sus demonios, con princesas, duquesa, marquesas y baronesas a las que fue enamorando de golpe con una mezcla de pasión por el arte y fracasos de vida. Rilke fue una de las encarnaciones de la poesía en alguien que supo hacer del poema un cobijo, una luz nueva, un egoísmo y una herramienta para alcanzar un mecenazgo de alcobas dispersas.


Rilke alcanzó pronto la combustión vital de las leyendas que van confeccionando la biografía entre el talento desbordado, la pureza dudosa y una pulida condición novelesca en el vivir. En esto último traía el antecedente de su propia madre, que lo depositó en el mundo una tarde de 1875, en Praga (parte aún del imperio austrohúngaro), como si hubiera nacido un príncipe en vez del resultado de un matrimonio formado por un militar frustrado que quedó en factor de los ferrocarriles y una dama que combatió su condición de clase media con una fantasía de alcurnias improbables. Quiso desde el principio que el chico fuera poeta. Pero lo vistió de niña hasta los cinco o seis años por la imposibilidad de aceptar la muerte prematura de la hermanita mayor. A la vez se sobrepuso a la incapacidad del marido (del que se separó) afirmando su dignidad como mujer. Aquello condicionó el mundo del joven, sometido a una sastrería de lazos y diademas que acuñó aún más su extrañeza y su condición desigual en medio de la manada silvestre de los chicos de su edad. "He pasado mi infancia en apartamento mezquino y triste", escribió.

Rilke era distinto por vocación y por destino. Un rebelde hacia dentro. Un chico vencido por sus alucinaciones. Un poeta extremo y extraordinario capaz de interpelar a lo invisible, lanzando cabos entre lo humano y lo divino. También un icono de su tiempo. La figura rotunda del intelectual europeo. Hoy es uno de los creadores principales de la poesía contemporánea. Y esa pasión que desbordó en su vida de trashumante siempre a la caza de benefactoras que le sacasen de la intemperie y de la pobreza, ha generado arrobas de textos especulativos sobre la verdad de su vida y de su obra. Todo fascinante, pero todo siempre pasado de vueltas en cierta ficción. De ahí que el estudioso Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943) se propusiera una labor tan ímproba como necesaria, decodificar un poco más la figura adulterada de Rainer Maria Rilke a través de una biografía que tiene en el rigor y en el detalle una de sus esquinas; en la pasión y una pulsión de relato incesante la otra. Rainer Maria Rilke (El vidente y lo oculto), publicada por Acantilado.

"Toda su vida podría escenificarse con signos y símbolos", sostiene Wiesenthal. "Sin aristocracia, sin pasiones, sin una terrible y angustiosa confección del ego, sin narcisismo, sin fetiches, sin magia, sin objetos simbólicos, sin conocimientos iniciáticos, sin imágenes religiosas y sin fe, no se puede entender a Rilke. Es un hombre desclasado, distante, contradictorio, psicológicamente complejo y muy inadaptado al mundo que le tocó vivir". Es decir: desdicha y tenacidad. Ese fue su itinerario. Y así levantó algunas de sus obras esenciales: Nuevos poemas (1907), Elegías de Duino (1923), Sonetos a Orfeo (1923), además de un abundante y excepcional epistolario de donde salió el volumen Cartas a un joven poeta, correspondencia que mantuvo con uno de sus jóvenes admiradores, el escritor Franz Xaver Kappus.

La itinerancia fue otro de los motores de su existencia, siempre errante. Quizá por la sospecha de que su destino siempre estaba en otra parte. San Petersburgo, Estocolmo, Florencia, Roma, París (donde entre otras hazañas fue secretario de Rodin), Ginebra (donde afianzó su romance con Baladine Klossowska, madre del pintor Balthus), Capri, Duino, Toledo (donde entró en éxtasis con la ascésis de El Greco), Ronda... Y en cada escenario un tormento, un amor, unas cartas, un poema. Su viaje a España sucede en la época más atormentada de su vida. Estaba trabajando en las Elegías, de condición simbólica y hermética. Como su ánimo. "Rilke es un mago al crear en sus versos una sensación de pérdida y, por eso, inventa palabras que no pueden traducirse. Son palabras inexistentes, pero nos dejan una dramática transparencia de luz interior", apunta el biógrafo.

Empeñó tanta vocación en escribir como en acumular amantes que siempre venían con un apellido largo y una fortuna extensa. De todas ellas fue Lou Andreas-Salomé una de las mejor afianzadas. Rilke tenía 21 años y ella 10 más. Por sus manos habían pasado ya Nietzsche, Freud yMahler. Pero con el poeta alcanzó un punto de combustión que se prolongó durante años. Sus dos soledades combinaban bien, prometiéndose el jamás prometerse nada. Lou entendió que Rilke llegaba, enamoraba y huía dejando unos versos o unas cartas o un algo que mantenía la llama viva: "El amor vive en la palabra y muere en las acciones", decía. También cuenta en la nómina de escogidas Marie von Thurn und Taxis, que le acogió en el castillo de Duino, donde trazó las Elegías. Así se compuso la vida, parasitando.

Rilke se casó con la escultora Clara Wethoff. El matrimonio duró lo que tardó en nacer su única hija. Pero él tenía que seguir huyendo en favor de la belleza y perseguido por el espanto. En el verano de 1921 fijó su residencia permanente en el castillo de Muzot. Le quedaban cinco años de vida. Escribió furiosamente en ese tiempo. Su historia, como cuenta Wiesenthal, tenía ya la épica urgente y prematura de los hombres a contrapelo, de los seres tocados por el inapelable destino de la poesía. Falleció de leucemia el 29 de septiembre de 1926. Tenía 51 años. Y una biografía para la que otros requerirían seis o siete vidas. Poco antes de la despedida fijó su propio epitafio: "Rosa, oh contradicción pura en el deleite/ de ser el sueño de nadie bajo tantos/ párpados". Rainer Maria Rilke, mitad miseria, mitad maravilla. No saber vivir más allá de sí mismo: esa fue su conquista.
El secreto de las rosas

"Rilke, feliz e ilusionado, bajó al jardín a cortar unas rosas. Recordaba los tiempos de Rusia, cuado Tolstoi se perfumaba acariciando las flores. Un pinchazo le hizo sangrar la mano izquierda. Al día siguiente la infección le llegaba hasta el codo...". Así cuenta Mauricio Wiesentahl los últimos meses del poeta. Aquel pinchazo con la espina de la rosa supuso la aparición de los primeros síntomas de la enfermedad que acabaría con el poeta. "Realmente estaba muy enfermo y los pocos amigos que pasaban a visitarlo quedaban asustados. En Muzot sólo escuchaba ya los rumores de la oscuridad cerrada". La muerte se la anunció la última rosa del verano.

Poemas de Rainer Maria Rilke:
Día de otoño        
Tus comentarios o sugerencias serán de gran ayuda 
para el desarrollo de esta página. Escríbenos a:
Esta página se ve mejor con su fuente original. Si no la tienes,
bájala a tu disco duro, descomprime el fichero y cópiala en: 
Windows/Fonts: 


Georgia


Canción de amor 

¿Cómo sujetar mi alma para
que no roce la tuya?
¿Cómo debo elevarla
hasta las otras cosas, sobre ti?
Quisiera cobijarla bajo cualquier objeto perdido,
en un rincón extraño y mudo
donde tu estremecimiento no pudiese esparcirse. 

Pero todo aquello que tocamos, tú y yo,
nos une, como un golpe de arco,
que una sola voz arranca de dos cuerdas.
¿En qué instrumento nos tensaron?
¿Y qué mano nos pulsa formando ese sonido?
¡Oh, dulce canto!

 
 
Canciones de los ángeles

No he soltado a mi ángel mucho tiempo,
y se me ha vuelto pobre entre los brazos,
se hizo pequeño, y yo me hacía grande:
de repente yo fui la compasión;
y él, solamente. un ruego tembloroso.

Le .di su cielo entonces: me dejó
él lo cercano, de que él se marchaba;
a cernerse aprendió. yo aprendí vida,
y nos reconocimos . lentamente...

Aunque mi ángel no tiene ya deber,
por mi día más fuerte desplazado,
baja a veces su rostro con nostalgia,
como si no quisiera ya su cielo.

Querría alzar de nuevo, de mis pobres
días, sobre las cimas de los bosques
rumorosos, mis pálidas plegarias
basta la patria de los querubines.

Allí llevó mi llanto originario
y pensamientos; y mis diminutos
dolores se volvieron allí bosques
que susurran sobre él...

Sí algún día, en las tierras de la vida,
entre el ruido de feria y de mercado,
la palidez olvido de mi infancia
florecida, y olvido el primer ángel,
su bondad, sus ropajes y sus manos
en oración, su mano bendiciendo;
conservaré en mis sueños más secretos
siempre el plegarse de esas alas,
que como un ciprés blanco
quedaban detrás de él...

Sus manos se quedaron como ciegos
pájaros que, engañados por el sol,
cuando, sobre las olas, los demás
se fueron a perennes primaveras,
han de afrontar los vientos invernales
en los tilos vacíos, sin follaje.

Había en sus mejillas la vergüenza
de las novias, que el espanto del alma
tapan con púrpuras oscuras
ante el esposo.

Y en los ojos había
resplandor del primer día:
pero sobre todo
descollaban las alas portadoras...

Había expectación en la llanura
por un huésped que no acudió jamás:
aún pregunta tal vez el jardín trémulo:
su sonrisa después se vuelve inválida.

Y por los barrizales aburridos
se empobrece en la tarde la alameda,
las manzanas se angustian en las ramas
y les hacen sufrir todos los vientos.

Es donde están las últimas cabañas
y casas nuevas que, con pecho angosto,
se asoman estrujadas, entre andamios miedosos,
quieren saber dónde empieza el campo.

Allí la primavera siempre es pálida, a medias,
el verano es febril tras esas tablas:
enferman los ciruelos y los niños,
y tan sólo el otoño allí tiene algo

de remoto y conciliador: a veces
son sus tardes de suave derretirse:
dormitan las ovejas, y el pastor con zamarra
se apoya, oscuro, en la última farola.

Alguna vez ocurre en la honda noche
que se despierta el viento, como un niño,
y pasa la alameda, solitario,
quedo, quedo, llegando hasta la aldea.

Y a tientas va marchando hasta el estanque
y se para después a oír en torno:
y las casas están pálidas todas
y las encinas mudas...
Versión de Adrian Kovacsics


 

Der Panther

Su mirada se ha cansado de tanto observar
esos barrotes ante sí, en desfile incesante,
que nada más podría entrar ya en ella.
Le parece que sólo hay miles de barrotes
y que detrás de ellos ningún mundo existe.

Mientras avanza dibujando una y otra vez
con sus pisadas círculos estrechos,
el movimiento de sus patas hábiles y suaves
va mostrando una rotunda danza,
en torno a un centro en el que sigue alerta
una imponente voluntad.

Sólo a veces, permite en silencio, la apertura 
de los cortinajes que ocultaban sus pupilas;
y cruza una imagen hacia adentro,
se desliza a través de los tensos músculos
cae en su corazón, se desvanece y muere.


Día de otoño

Señor: es hora. Largo fue el verano. 
Pon tu sombra en los relojes solares, 
y suelta los vientos por las llanuras. 

Haz que sazonen los últimos frutos; 
concédeles dos días más del sur, 
úrgeles a su madurez y mete 
en el vino espeso el postrer dulzor. 

No hará casa el que ahora no la tiene, 
el que ahora está solo lo estará siempre, 
velará, leerá, escribirá largas cartas, 
y deambulará por las avenidas, 
inquieto como el rodar de las hojas.
Versión de Jaime Ferreiro

Las elegías de Duíno 

Primera elegía


¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes 
angélicas? Y aun si de repente algún ángel 
me apretara contra su corazón, me suprimiría 
su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada 
sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces 
de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente 
desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible. 
Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta 
tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No 
los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos 
animales que no nos sentimos muy seguros en casa, 
dentro del mundo interpretado. Nos queda quizás 
algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días; 
nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad 
de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció, 
y no se fue. Oh, y la noche, y la noche, cuando el viento 
lleno de espacio cósmico nos roe la cara: 
¿Para quién no permanecería aquélla, la anhelada, 
la tierna desengañadora, ahí, dolorosamente próxima 
al corazón solitario? ¿Es más suave con los amantes? 
Ay, ellos sólo se ocultan uno a otro su suerte. 
¿Todavía no lo sabes? Arroja el espacio que abarquen 
tus brazos hacia los espacios que respiramos; quizá 
los pájaros sientan el aire ensanchado con un vuelo más íntimo. 

Sí, las primaveras de veras te necesitaban. Varias 
estrellas te pedían que las rastrearas. Se alzaba 
en el pasado una ola hacia ti, o cuando pasabas 
por una ventana abierta, se te entregaba un violín. 
Todo esto era una misión, ¿pero fuiste capaz de cumplirla? 
¿No estabas siempre distraído por la esperanza, como 
si todo ello te anunciara a una amada? 
¿Dónde intentas alojarla, si en ti los grandes pensamientos extraños 
entran y salen, y con frecuencia se quedan durante la noche?. 
Pero si sientes anhelos, canta pues a las amantes; no es, 
en absoluto, suficientemente inmortal su famoso 
sentimiento. Aquéllas que casi envidias, las abandonadas, 
las encuentras mucho más amantes que las saciadas. 
Empieza siempre de nuevo la alabanza siempre inalcanzable. 
Piensa: el héroe sigue en pie, aun el ocaso fue para él 
sólo un pretexto para ser: su último nacimiento. 
Pero a las amantes la exhausta naturaleza las recoge 
en su seno, como si no hubiera fuerzas para lograr esto 
dos veces. ¿Has pensado lo suficiente en Gaspara Stampa, 
y lo que puede sentir cualquier chica a quien el amado 
abandonó, frente a tan elevado ejemplo de mujer amante: 
¿Llegaré a ser como ella? ¿Estos, los más antiguos 
dolores, no deberán, por fin, darnos fruto? ¿No es 
tiempo ya de que, al amar, nos liberemos del amado y, 
temblorosos, resistamos, como la flecha resiste al arco, 
para ser, unidos en el salto, algo más que la sola 
flecha? Porque el permanecer está en ninguna parte. 

Voces, voces. Corazón mío, escucha, como sólo los santos 
escuchaban; la enorme llamada los alzaba del suelo; 
pero ellos seguían de rodillas, de modo imposible, 
sin darse cuenta: de tal manera escuchaban. No 
que pudieras soportar la voz de Dios, lejos de eso, pero 
escucha el soplo, las noticia incesante que se forma 
del silencio. Murmura hasta ti desde aquellos que han 
muerto jóvenes. ¿Acaso su destino no se dirigió siempre 
tranquilamente a ti, en Roma y Nápoles, cuando entrabas 
en alguna iglesia? O una inscripción sublime se grababa 
para ti, como hace poco la lápida de Santa María Formosa? 
¿Qué quieren de mí? Debo apartar en silencio 
la apariencia de injusticia que a veces estorba un poco 
el puro movimiento de sus espíritus. 

Realmente es extraño ya no habitar la tierra, 
ya no ejercitar las costumbres apenas aprendidas; 
a las rosas, y a otras cosas particularmente promisorias, 
ya no darles el significado del futuro humano; ya no ser 
aquél que uno fue en interminables manos angustiadas 
y hasta hacer a un lado el propio nombre, como un juguete 
roto. Extraño, ya no seguir deseando los deseos. Extraño, 
ver todo lo que tenía sus propias relaciones, aletear 
tan suelto en el espacio. Y estar muerto es doloroso, 
y lleno de recuperación, de modo que uno rastree 
lentamente un poco de eternidad. Pero todos los vivos 
cometen el mismo error de diferenciar demasiado 
tajantemente. Los ángeles (se dice) con frecuencia no 
sabrían si andan entre los vivos o entre los muertos. 
La corriente eterna arrastra siempre consigo todas 
las edades a través de las dos zonas y atruena sobre ambas. 

Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron 
temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre, como 
uno se emancipa con ternura de los senos de la madre. 
Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos, 
nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo 
progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos? 
¿Es inútil el mito de que, en la antigüedad, durante 
las lamentaciones fúnebres por Linos, 
una atrevida música primitiva se abrió paso en la árida materia 
inerte; y entonces, por primera vez, en el espacio 
sobresaltado, en el que un muchacho casi divino de pronto 
se perdió para siempre, el vacío produjo esa vibración 
que ahora nos entusiasma y nos consuela y ayuda?
* * * 

Segunda elegía

Todo ángel es terrible. Y sin embargo, ay, los invoco 
a ustedes, casi mortíferos pájaros del alma, sé quiénes 
son ustedes. Los días de Tobías, ¿dónde quedaron?, 
cuando uno de los más radiantes apareció en el umbral 
sencillo de la casa un poco disfrazado para el viaje, 
ya no tremendo (muchacho para el muchacho, 
que se asomó, curioso). Si ahora avanzara el arcángel, 
el peligroso, desde atrás de las estrellas, un solo paso, 
que bajara y se acercara: el propio corazón, batiendo 
alto, nos mataría. ¿Quién es usted? 
Tempranos afortunados, ustedes, los mimados 
de la creación, cadena de cumbres, cordillera roja 
del amanecer de todo lo creado -polen de la divinidad 
floreciente, coyunturas de la luz, corredores, 
escalones, tronos, espacios del ser, escudos 
deliciosos, tumultos del sentimiento tormentosamente 
arrebatado, y de pronto, individualizados, espejos, 
ustedes, los que recogen nuevamente en sus propios 
rostros, la propia belleza que han irradiado. 

Porque nosotros, siempre que sentimos, nos evaporamos; 
ay, nosotros nos exhalamos a nosotros mismos, 
nos disipamos; de ascua en ascua soltamos un olor cada 
vez más débil. Probablemente alguien nos diga: Sí, 
entras en mi sangre; este cuarto, la primavera se llena 
de ti..., ¿de qué sirve? Él no puede retenernos, 
nos desvanecemos en él y en torno suyo. 
Y aquellos que son hermosos, oh, ¿quién los retiene? 
Incesantemente la apariencia llega y se va de sus 
rostros. Como rocío de la hierba matinal se esfuma 
de nosotros lo que es nuestro, como el calor 
de un plato caliente. Oh, sonrisa ¿a dónde? Oh, 
mirada a lo alto: nueva, cálida, fugitiva 
ola del corazón; sin embargo, ay, somos eso. ¿Entonces 
el firmamento, en el que nos disolvemos, sabe 
a nosotros? ¿De veras los ángeles recapturan solamente 
lo suyo, lo que han irradiado, o a veces, como 
por descuido, hay algo nuestro en todo ello? ¿Estamos 
tan entremezclados en sus facciones, como la vaga 
expresión en los rostros de las mujeres preñadas? 
Ellos no lo advierten en el torbellino de su regreso 
a sí mismos. (¿Cómo habrían de advertirlo?). 

Los amantes podrían, si lo comprendieran, 
hablar extrañamente en el aire nocturno. Pues parece 
que todo nos oculta. Mira, los árboles son; las casas 
que habitamos permanecen todavía. Sólo nosotros pasamos 
de largo sobre todas las cosas como un cambio 
de vientos. Y todo se une para acallarnos, mitad 
por vergüenza quizás, y mitad por esperanza indecible. 

Amantes, a ustedes, satisfechos el uno en el otro, 
les pregunto por nosotros. Ustedes, los que se aferran 
a sí mismos. ¿Tienen pruebas? Miren, me ha ocurrido que 
mis manos se reconozcan entre sí, o que mi rostro ajado 
se refugie en ellas. Eso me da cierta sensación. ¿Pero 
quién, sólo por eso, se atrevió a creer que de veras 
es? Sin embargo ustedes, los que crecen el uno 
en el arrobo del otro, hasta que él suplica, abrumado: 
“Basta”; ustedes, los que crecen, bajo sus recíprocas 
manos, más exuberantes, como años de grandes uvas; 
los que mueren a veces, sólo porque el otro se ha 
expandido demasiado; a ustedes les pregunto por nosotros. 
Sé que se tocan tan dichosamente porque la caricia 
retiene, porque no desaparece el sitio que ustedes, 
los tiernos, ocupan; porque, debajo de todo ello, ustedes 
sienten la duración pura. Ustedes, de sus abrazos, 
por ello, casi se prometen eternidad. Sin embargo, cuando 
ya se han sostenido el sobresalto de la primera mirada, 
y ya ocurrieron las ansias junto a la ventana 
y del primer paseo juntos, una vez, por el jardín: 
Ustedes, amantes, ¿siguen todavía entonces siendo 
los mismos? Cuando el uno alza al otro hasta su boca 
y se unen -bebida con bebida-: ¡oh, de qué manera 
tan extraña el bebedor entonces se escapa de su función! 

¿No se asombraron ustedes, en las estelas áticas, 
de la prudencia de los gestos humanos? El amor 
y la despedida, ¿no fueron puestos demasiado 
ligeramente sobre los hombros, como si se tratara 
de seres hechos de otra materia que nosotros? 
Recuerden las manos, cómo se posan sin presión, aunque 
hay vigor en los torsos. Estos dueños de sí mismos 
lo sabían: Hasta aquí, nosotros; esto es lo nuestro, 
tocarnos así; que los dioses nos aprieten 
con mayor fuerza. Pero eso es cosa de los dioses. 
Si nosotros encontráramos también una pura, contenida, 
estrecha, humana franja de huerto, nuestra, entre 
río y roca. Pues nuestro propio corazón nos excede 
tanto como a aquéllos. Y ya no podemos mirarlo 
a través de imágenes que lo sosieguen, ni a través 
de cuerpos divinos, en los que se contenga más. 

De "Las Elegías de Duíno" 1922

Versión de Jaime Ferrero Alemparte

 

Las rosas

Si tu frescura a veces nos sorprende tanto
dichosa rosa,
es que en ti misma, por dentro,
pétalo contra pétalo, descansas.

Conjunto bien despierto cuyo centro
duerme, mientras se tocan, innumerables,
las ternuras de ese corazón silencioso
que suben hasta la extrema boca.

 

Ofrenda
¡Oh, cómo florece mi cuerpo, desde cada vena,
con más aroma, desde que te reconozco!
Mira, ando más esbelto y más derecho,
y tú tan sólo esperas... ¿pero quién eres tú?

Mira; yo siento cómo distancio,
cómo pierdo lo antiguo, hoja tras hoja.
Sólo tu sonrisa permanece como muchas estrellas
sobre ti, y pronto también sobre mí.

A todo aquello que a través de mi infancia
sin nombre aún refulge, como el agua,
le voy a dar tu nombre en el altar
que está encendido de tu pelo
y rodeado, leve, con tus pechos.


Oraciones de las muchachas a María

Haz que algo nos ocurra. Mira
cómo hacia la vida temblamos.
Y queremos alzarnos como
un resplandor y una canción.

Querías ser como las otras,
que en el frescor se visten, tímidas;
tu alma quería que sus cantos
cansados de muchacha, en seda
florecieran hasta las lindes
de la vida. Pero en lo hondo
de lo enfermo tuyo, una fuerza
osó echar pámpanos: brillaron
soles, y se hundieron semillas,
y lo volviste como el vino.

Y ahora estás tú, dulce y saciada
como tarde, en nosotras todas;
y sentimos cómo caemos
y nos dejas sin brillo a todas...

Mira, son tan estrechos nuestros
días, y temeroso el cuarto .
de la noche; todas deseamos
desmañadas, la rosa roja.

Debes sernos suave, María,
florecemos desde lo sangre,
tú sola puedes sabe cómo
el anhelo hace tanto daño;

tú misma has percibido este
dolor de doncella en el alma;
tiene un tacto como de nieve
navideña pero está ardiendo...

De tantas cosas, nos quedó el sentido:
precisamente de lo suave y tierno
hemos sacado un poco de saber;
como de un secreto jardín,
como de un almohadón de seda,
que se nos ha metido bajo el sueño,
o de algo, que nos quiere
con ternura desconcertante...

 

Por ti, para que tú un día llegaras...
Por ti, para que tú un día llegaras,
¿no respiraba yo a media noche
el flujo que ascendía de las noches?
Porque esperaba, con magnificencias
casi inagotables, saciar tu rostro
cuando reposó una vez contra el mío
en infinita suposición.
Silencioso se hizo espacio en mis rasgos;
para responder a tu gran mirada
se espejaba, se ahondaba mi sangre.
¡Qué expresión fue sembrada en mi interior
para que, cuando crece tu sonrisa,
proyecte sobre ti espacio cósmico!
Pero tú no vienes, o vienes demasiado tarde.
Precipitaros, ángeles, sobre este
linar azul. ¡Segad, segad, oh ángeles!
Versión de Jaime Ferrero Alemparte


Sepulcro de una muchacha joven

Lo recordamos todavía. Es como si todo esto
tuviera que ser una vez más.
Como un árbol en la costa de los limones
llevabas tus pequeños pechos leves
hacia adentro del murmullo de su sangre
de aquel dios.
Y era tan esbelto
fugitivo, el que mima a las mujeres.
Dulce y ardiente, cálido como tu pensamiento,
cubriendo con su sombra tu flanco juvenil
e inclinado como tus cejas.
Versión de Jaime Ferrero Alemparte


Todos cuantos te buscan te tientan...

Todos cuantos te buscan te tientan.
Y quienes te encuentran te atan
al gesto ya la imagen.

Yo en cambio quiero comprenderte
como te comprende la tierra;
con mi madurar
madura tu reino.

No quiero de ti vanidad alguna
que te demuestre.

Sé que el tiempo
no se llama como tú.

No hagas por mí milagros.
Da la razón a tus leyes
que de generación en generación
se tornan más visibles.
Versión de Adrian Kovacsics


Un día tomé entre mis manos...

Un día tomé entre mis manos
tu rostro. Sobre él caía la luna.
El más increíble de los objetos
sumergido bajo el llanto.
Como algo solícito, que existe en silencio,
tenía que durar casi como una cosa.
y con todo nada había en la fría noche
que más infinitamente se me escapara.
Oh, porque desembocamos en estos lugares,
se apresuran hacia la pequeña superficie
todas las ondas de nuestro corazón,
voluptuosidad y desfallecimiento,
y al fin, ¿a quién ofrecemos todo esto?
Ay, al extraño, que nos ha malentendido,
ay, a aquel otro, que nunca hemos encontrado,
a aquellos siervos, que nos han maniatado,
a los vientos de primavera, que se han desvanecido,
ya la quietud, la perdedora.
Versión de Jaime Ferrero Alemparte

Elaborado por Oscar Perez

Arquitecto especialista en gestion de proyectos si necesitas desarrollar algun proyecto arquitectonico en Bogota contacteme en el 3196955606 o visita mi pagina en www.arquitectobogota.tk

    Blogger Comment
    Facebook Comment

0 comentarios:

Publicar un comentario

Elaborado por Oscar Perez

Licencias de construccion, diseño y construccion - Arquitectura en Bogota contacteme en el 3196955606 o visita mi pagina en www.arquitectobogota.tk