Dante, Blake y sus visiones épicas del cielo y el infierno
William Blake (1757-1827), utopista de la revolución social, místico esotérico y profeta visionario, fue una de las figuras más importantes del arte inglés de finales del siglo xviii y comienzos del xix. Aunque fue muy apreciado como poeta, dibujante y grafista por sus amigos artistas Johann Heinrich Füssli y John Flaxman, para la mayoría de sus coetáneos era más bien un excéntrico marginal. En una carta del 25 de octubre de 1833, el escritor Edward FitzGerald lo calificó de «genio al que le falta un tornillo» y que se hallaba siempre al borde de la locura.
Entre 1824 y 1827, Blake creó 102 dibujos sobre la
Divina Comedia de Dante Alighieri que figuran entre las interpretaciones más impresionantes del famoso poema. Aunque nunca estuvo en Italia, Blake conocía muy bien la obra del poeta toscano Dante (1265-1321), en cuyos versos vislumbró un alma gemela.
Celebrada desde hace siglos como obra maestra de la literatura universal, la
Divina Comedia (terminada de escribir en 1321) se considera la obra literaria más importante en lengua italiana. En 14.233 versos, que componen un total de 33 cantos, Dante describe su viaje por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso y, en un plano superior, el camino simbólico del alma hacia Dios. Nuestra idea del más allá se nutre de la fuerza creativa de Dante. Su compleja representación del Infierno carece de modelos, tanto en la literatura como en la teología. Sumido en profundas tinieblas, el Infierno de Dante se halla debajo de Jerusalén y penetra como un embudo hasta el centro de la Tierra. Es un lugar de castigo severo y bien organizado, donde todos los pecados están sujetos a una jerarquía precisa y sometidos a un sistema de punición perfectamente planeado. El lenguaje de Dante vive de la fuerza de sus imágenes, de la capacidad de visibilizar lo que describe, de manera que el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso se presentan con toda su plasticidad ante los ojos del lector. Su imaginación poética se inspira en muchas fuentes y combina sus propias experiencias con vastas lecturas y un amplio universo de imágenes. Así, el empinado camino de ascenso al monte del Purgatorio se compara con la Pietra di Bismantova, una mole rocosa casi vertical en los Apeninos septentrionales, y la decoración de la piel de escamas polícromas de Gerión, el guardián del octavo círculo del Infierno, con alfombras bordadas por tártaros y turcos. Dante parangona el cuerpo estirado hasta el extremo del gigante Anteo, que deposita a ambos peregrinos sobre el hielo del Cocito, con el mástil de una nave doblado por la tempestad que un instante después se erguirá de nuevo.
La fuerza de las imágenes verbales y la referencia concreta a las artes plásticas tenían que retar a los artistas a plasmar la
Divina Comedia en imágenes reales; baste pensar en las obras de Botticelli, Rafael, Miguel Ángel, Doré, Delacroix o Rodin. Por encima de todos ellos, Miguel Ángel, quien estudió durante toda la vida la obra de Dante, era considerado su intérprete más influyente. Seguramente no existe ningún texto de la Edad Moderna que haya sido ilustrado tantas veces.
En 1824, William Blake recibió del pintor paisajista John Linnell el encargo de crear ilustraciones para la
Divina Comedia de Dante. Blake realizó hasta su muerte en 1827 un total de 102 dibujos, siete de los cuales se trasladaron a grabados a buril todavía inacabados. Testigos coetáneos declaran que Blake, entonces ya casi septuagenario, aprendió en muy poco tiempo el italiano para poder leer a Dante en su lengua original. Hacia el final de su vida, Blake solía recibir a sus escasas visitas en su vivienda, en el número 3 de Fountain Court, cerca de The Strand, sentado en la cama «como uno de los antiguos patriarcas o un Miguel Ángel en el lecho de muerte», trabajando intensamente en los dibujos de la
Divina Comedia. Con los versos de esta siempre a la vista, dibujaba página a página en una gran carpeta encuadernada de hojas de papel Kent de 53 x 37 cm. No pretendía de ningún modo seleccionar pasajes del texto repartidos regularmente, ni siquiera ilustrar sistemáticamente cada uno de los cantos. Como muchos otros artistas, Blake se sentía especialmente fascinado por los tormentos del Infierno. Dedicó 72 láminas al Infierno, 20 al Purgatorio y 10 al Paraíso.
Lo que pretendía Blake era interpretar sin mediaciones el texto poético, explorar su potencial expresivo a través de las artes plásticas y dar forma a sus imágenes verbales. Los distintos dibujos se encuentran en muy diversas fases de realización. El grado de ejecución va del mero boceto a las láminas completamente terminadas, lo que permite formarse una idea precisa de la forma de trabajar del artista. Gracias a su dominio absoluto de los medios técnicos, Blake consiguió explotar toda la panoplia de experiencias existenciales, desde los lóbregos suplicios infernales hasta la luminosa felicidad del Paraíso.
Pocas semanas antes de su muerte, Blake comunicó lo siguiente a su cliente Linnell en una carta del 25 de abril de 1827: «Estoy demasiado ocupado con Dante como para pensar en cualquier otra cosa».
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