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Jean-Michel Basquiat, el joven artista prodigio

Jean-Michel Basquiat, el joven artista prodigio

Una retrospectiva en el museo Guggenheim de Bilbao hizo que el mundo volviera sus ojos a Jean-Michel Basquiat, un artista que murió a los 27 años tras haber conquistado el mundo del arte.
Jean-Michel Basquiat encarna la idea romántica del artista cuya aguda sensibilidad le impide sobrellevar la vida. A sus 22 años era considerado uno de los pintores más exitosos de los ochenta, caminaba por Nueva York de la mano de Madonna e iba a comer con Andy Warhol; sus cuadros costaban entre 20.000 y 30.000 dólares y siempre llevaba un fajo de billetes en el bolsillo. Pero la mezcla de la fama y la vida callejera resultó letal y a los 27 años murió de una sobredosis de heroína.

Se dice que Basquiat alcanzó la fama de la noche a la mañana, y que el día que inauguró su primera exposición en solitario en una de las galerías más importantes de Nueva York vendió todas sus obras. Al coctel de apertura llegó mal vestido y fumando marihuana, mientras los elegantes empresarios y marchantes de arte tomaban vino blanco y lo miraban atónitos. El estilo callejero de su arte y su irreverente personalidad hicieron que muchos pensaran que lo suyo era un éxito pasajero. Sin embargo, más de 20 años después sus cuadros cuelgan en varios de los museos más importantes del mundo y pueden venderse por alrededor de 40 millones de dólares.

Hace unas semanas el museo Guggenheim de Bilbao inauguró una enorme retrospectiva de su obra con la convicción de que la crítica social y política que hace el de Brooklyn a través de su obra sigue siendo relevante. El cuadro La muerte de Michael Stewart (1983) –por ejemplo– muestra cómo dos policías blancos matan a golpes a un grafitero negro. 

Basquiat dejó su casa a los 17 años y se convirtió en uno más de los jóvenes afroamericanos que soñaban con formar parte de la efervescente escena artística de Nueva York. No tardó en hacerse sentir. Al frente de importantes galerías escribía ingeniosos grafitis con contenido político y social que llamaron la atención de varios artistas, y le abrieron la puerta a la elite grunge neoyorquina. Basquiat nunca abandonó su pasado callejero y las palabras hacen parte fundamental de su obra.

Desde que pisó Manhattan, el joven se convirtió en una de las figuras más populares de la vida nocturna de la ciudad. No había día que no estuviera bailando y consumiendo droga hasta altas horas. En ese entonces no tenía un dólar y se la pasaba de casa en casa sobreviviendo gracias a la caridad cristiana. Como no tenía plata para comprar lienzos pintaba sobre lo que encontraba tirado por la calle: puertas, ventanas, papeles ya utilizados.

En 1980 consiguió un espacio en el Times Square Show, una exposición de arte callejero que revolucionó la escena artística neoyorquina. Sus obras llamaron la atención de importantes galeristas, entre ellos Annina Nosei, quien le ofreció una exposición para él solo en su galería, un lugar donde pintar y plata para comprar lienzos.

A pesar de su colorido, los cuadros de Basquiat no son fáciles de contemplar. Las figuras parecen pintadas por un niño y muchas de las palabras escritas no dicen nada o simplemente están tachadas. Pero cuando tienen sentido, sus cortos poemas se convierten en venenosos dardos que dan en el blanco. Su arte es neoexpresionista; los especialistas lo describen como una mezcla entre primitivismo y arte callejero. Con frecuencia el de Brooklyn hace referencia a la historia del arte –a Leonardo da Vinci, Willem de Kooning, Jackson Pollock– y al trágico pasado de los afroamericanos. Sus cuadros critican la esclavitud, las leyes de Jim Crow y el latente racismo de Estados Unidos del que él mismo fue víctima en más de una ocasión.

Basquiat nació en 1960, de padre haitiano y madre puertorriqueña. Desde pequeño esta se dedicó a cultivarle el amor por las artes, lo llevaba a museos y le recomendaba libros. A pesar de haberse retirado del colegio –y aunque lo disimulaba bastante por timidez y su vestimenta andrajosa- era un joven culto, capaz de entender las contradicciones que movían a la sociedad en la que vivía. Esto se hace patente en su arte.

Basquiat fue testigo de primera mano de las contradicciones que criticaba. A principios de los ochenta la fama lo llevó a convertirse en una figura de culto. Decenas de personas se reunían a verlo pintar en su estudio, los restaurantes le tenían reservada la mejor mesa y las fiestas no empezaban hasta que no estuviera presente; vivía rodeado de mujeres y de importantes personalidades y se había convertido en el protegido de Warhol. Los diseñadores querían que modelara su ropa y los periodistas vivían obsesionados con el niño prodigio del arte. Pero cuando trataba de coger un taxi en la calle ninguno paraba porque eso era parte de lo que significaba ser negro en Nueva York.

Durante los últimos meses de su vida Basquiat aumentó su consumo de heroína, en parte porque consideraba que sin ella no podía pintar. Su trágica muerte lo convirtió en uno más de los míticos artistas cuya genialidad los hace vivir y caer demasiado rápido. Hasta ahora su arte ha sobrevivido la prueba del tiempo y hoy el mayor coleccionista de su obra es José Mugrabi, un colombiano que también tiene la mayor colección de Warhol del mundo. 

Elaborado por Oscar Perez

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