El 27 de enero de 1837, a los 37 años, muere en San Petersburgo Alexander Pushkin -herido en un duelo mantenido con el militar francés Georges d’Anthés- por la actitud provocadora de éste para con su esposa.
Esta es la versión que ha circulado siempre en las múltiples biografías oficiales sobre el gran poeta y novelista nacido en Moscú en 1799, considerado el fundador de la literatura rusa moderna.
Curiosamente, Pushkin había escrito una breve obra dramática basada en las extrañas circunstancias de la muerte deMozart. Como el compositor al que tanto admiraba, también el gran poeta ruso murió trágica y prematuramente, aunque en un estúpido duelo, y no a causa de la posible enfermedad venérea que -junto con el exceso de trabajo y la miseria- llevó a la tumba a Mozart.
Pero hace unos pocos años se supo que la muerte de Pushkin no fue un accidente, sino un asesinato premeditado. Al menos a esa conclusión llegaron muchos de los participantes en un simposio celebrado en Moscú, según informó el notable poeta mexicano José Emilio Pacheco.
A los 37 años, Pushkin era el mayor poeta de Rusia y la voz de la oposición al despótico régimen del zar. Como si se tratara de la encerrona típicamente decimonónica que Ernst Jünger narra en Un encuentro peligroso, Pushkin fue empujado a un duelo cuyo resultado forzosamente tenía que serle fatal. Los agentes del zar fraguaron los anónimos sobre los supuestos adulterios deNatalia Gonchavora, esposa del poeta, a consecuencia de los cuales a principios de 1837 Pushkin se vio obligado a batirse con el barón francésD’Anthés Haeckeren. Este era un tirador profesional, expresamente contratado…
Alexander Pushkin a los 14 años recitando un poema ante Derzhavin en el Liceo Imperial de Tsárskoye Seló. (Cuadro de Ilya Repin).
El duelo violó todas las reglas. Ningún médico estuvo presente y D’Anthés Haeckeren tiró a matar. Gravemente herido, Pushkin fue llevado a su casa en trineo, perdiendo durante el viaje dos litros de sangre. El doctor Arendt, cirujano personal de Nicolás I, tardó en llegar, impidió que otros colegas asistieran al herido y, durante las 46 horas que Pushkin sobrevivió, se limitó a darle calmantes en vez de extraerle la bala.
«Del modo más sexista y canalla -escribió José Emilio Pacheco- durante más de siglo y medio se había culpado de la muerte de Pushkin a Natalia Goncharova, a quien se atribuyeron amores con el zar. Desde ahora sabemos que el fundador de la gran literatura fue una víctima política: lo asesinó D’Anthés Haeckeren y lo remató el doctor Arendt.
Poemas
Ya Vagué por las Calles Bulliciosas
Por Alexander PushkinYa vague por las calles bulliciosas,
ya penetre en el templo populoso,
ya me rodeen alocados jóvenes,
en mis ensueños sigo estando absorto.
Me digo: pasarán raudos los años
y por muchos que aquí nos encontremos,
todos iremos a la eterna fosa
y para alguno ya llegó su tiempo.
Cuando contemplo el roble solitario,
este patriarca de los bosques -pienso-
sobrevivió al cruel siglo de mis padres
y sobrevivirá a este siglo nuestro.
Cuando acaricio a una tierna criatura
pienso que es hora ya de despedirme:
te cedo el puesto, florecer te toca,
y para mí ya es hora de pudrirme.
Cada día que pasa, cada hora,
me he acostumbrado a ejercitar la mente,
e intento adivinar cuál de entre ellos
será el aniversario de mi muerte.
Y ¿dónde me enviará la muerte el Hado?
¿En la guerra, en el mar, como viajero?
¿O si acaso será el valle vecino
el que reciba mis helados restos?
Y aunque para mi cuerpo inanimado
dónde se descomponga igual le sea,
yo, más cercano a mi solar querido,
de ser posible, reposar quisiera.
Y que a la entrada misma de mi tumba
una juvenil vida jugar pueda,
y que Naturaleza indiferente
con su eterna hermosura resplandezca.
A...
(Kern)*
Recuerdo aquel instante prodigioso
en el que apareciste frente a mí,
lo mismo que una efímera visión
igual que un genio de belleza pura.
En mi languidecer sin esperanza,
en las zozobras del ruidoso afán,
tu tierna voz se oyó en mi largo tiempo
y soñaba con tus divinos rasgos.
Transcurrieron los años. La agitada
tormenta dispersó los viejos sueños
y al olvido entregué tu tierna voz
así como tus rasgos celestiales.
En cautiverio oscuro y tenebroso
mis días en silencio se arrastraban,
sin la deidad y sin la inspiración,
sin lágrimas, sin vida, sin amor.
Mas ahora que el despertar llegó a mi alma,
y de nuevo apareces ante mí,
lo mismo que una efímera visión
igual que un genio de belleza pura.
Y el corazón me late arrebatado
porque en él nuevamente resucitan
La inspiración y la divinidad
y la vida, y el llanto y el amor.
*Anna Pyetróvna Kem (1800-1879)
Versión de Eduardo Alonso Duengo
¡Adiós mujer oriental amada!
Poco faltó y contra mi extravagancia,
el hábito que me dicta todo o nada
casi me arrastra a las estepas, a la errancia
detrás de las huellas de tu carreta.
Tienes rasgados los ojos,
la naricita rara, la frente amplia,
no balbuceas en francés tus antojos,
los pies no aprietas con seda,
y junto al samovar, a la inglesa,
no sirves el té, ni las galletas,
no suspiras por poetas de moda,
Shakespeare no te inquieta,
no te abrumas de melancolía
cuando la cabeza se queda vacía,
no tarareas ma dov' é,
el baile último no conoces...
Algo ocurrió conmigo, apenas media hora,
mientras alistaban los caballos,
la mente y el corazón los llenaba
tu belleza agreste, tus ojos.
¿No es igual amigo mío:
extraviar al alma, ociosa
entre espejos brillantes, en un teatro
que huir por la estepa, nómada?
1829Versión de Rubén Flórez ArcilaApuro sediento tu tierno gemido...
Apuro sediento tu tierno gemido,
tu intimidad que me embriaga
y ardiente, la lengua del dulce deseo,
pasión cuyo vino no sacia.
Pero corta con ese relato,
oculta, calla tu sueño:
su llama que quema yo temo,
tengo miedo de saber tu secreto.
1828Versión de Rubén Flórez Arcila
Bajo el cielo de azul de su tierra nativa...
Bajo el cielo azul de su tierra nativa
languidecía ella, se agostaba...*
Al fin se marchitó, y ya de seguro
su joven sombra sobre mí volaba;
Nos separa una línea infranqueable.
En vano el sentimiento desperté.
Su muerte oí de un labio indiferente
y con indiferencia la escuché.
¡Y mi alma la amó con tanto fuego,
con una turbación tan dolorosa,
con tanto sufrimiento y extravío,
con tortura tan tierna y angustiosa!
¿Qué se hicieron la pena y el cariño?
Ni reproches me quedan ya ni llanto
para rememorar su sombra crédula
ni la dulce memoria de los días pasados.
*El poema se refiere a Arnalia Riznich, muerta en Italia en 1825 y destinataria
de algunos de los más hermosos poemas pushkinianos.
Versión de Eduardo Alonso Duengo
Como fui en otro tiempo, así soy ahora...
Tel j'étais autrefois et el je suis encore
André Chenier
Como fui en otro tiempo, así soy ahora,
descuidado, amoroso. Bien sabéis, mis amigos,
si puedo una belleza mirar sin conmoverme,
sin tímida ternura, sin emoción secreta.
¿Jugó poco el amor, acaso, en mi existencia?
¿Bastante no luché cual joven gerifalte
en la red traicionera tendida por la Cipria?*
Pero aún no escarmentado por centenas de ofensas,
ante otros nuevos ídolos elevo mis plegarias...
*Afrodita
Versión de Eduardo Alonso Duengo
Del céfiro nocturno...
Del céfiro nocturno
éter fluye.
Bulle,
huye
el Guadalquivir.
Salió la luna dorada,
¡silen...! ¡chis!... guitarra al son.
La española enamorada
se ha asomado a su balcón.
Del céfiro nocturno
éter fluye.
Bulle,
huye
el Guadalquivir.
¡Quítate, ángel, la mantilla!
¡Cual claro día muéstrate!
¡Por la férrea barandilla
enseña el divino pie!
Del céfiro nocturno
éter fluye.
Bulle,
huye
el Guadalquivir.
Versión de Eduardo Alonso Duengo
El cantor
¿Echasteis la voz nocturna junto al soto
del cantor del amor, del cantor de su pena?
en la hora matutina, cuando callan los campos
y el son triste y sencillo de la zampoña suena,
¿no la habéis escuchado?
¿Hallasteis en la yerma oscuridad boscosa
al cantor del amor, al cantor de su pena?
¿Notasteis su sonrisa, la huella de su llanto,
su apacible mirada, de melancolía llena?
¿No lo habéis encontrado?
¿Suspirasteis atentos a la voz apacible
del cantor del amor, del cantor de su pena?
Cuando visteis al joven en medio de los bosques,
al cruzar su mirada sin brillo con la vuestra,
¿no habéis suspirado?
Versión de Eduardo Alonso Duengo
El prisionero
Estoy entre rejas en húmeda celda.
Criada en cautiverio, un águila joven,
mi triste compaña, batiendo sus alas,
junto a la ventana su pitanza pica.
La pica, la arroja, mira la ventana,
como si pensara lo mismo que yo.
Sus ojos me llaman y su griterío,
y proferir quiere: ¡Alcemos el vuelo!
¡Tú y yo somos libres como el viento, hermana!
Huyamos, es hora, do blanquea entre nubes
la montaña y brilla de azul la marina,
donde paseemos sólo el viento. ..¡y yo!
Versión de Eduardo Alonso Duengo
Fue en su patria, bajo aquel cielo azul...
Fue en su patria, bajo aquel cielo azul
ella, la marchita rosa...
Al fin murió, un hálito eras tú,
sombra adolescente que nadie toca;
pero una línea hay entre nosotros, es un abismo.
Intenté, en vano, avivar mi sentimiento:
la muerte dijeron los labios con oscuro cinismo,
y, yo la atendí indiferente.
A quién amé entonces con alma fervorosa,
a quién le di mi amor en vilo,
con tanta infinita, amante tristeza,
con callado martirio, con delirio.
¿Qué fue del amor y la pena? Ay en el alma mía
para la ingenua, la pobre sombra,
para el feliz recuerdo de los perdidos días,
no tengo lágrimas, ni música que la nombra.
1826
Versión de Rubén Flórez Arcila
Se apagó el astro del día...
Se apagó el astro del día;
el mar azul cubrió la niebla de la tarde.
¡Restallad, restallad, dóciles velas!
¡Encréspate a mis pies, lúgubre océano!
Contemplo las orillas apartadas,
el mágico confín del mediodía;
Voy hacia él con emoción y angustia,
embelesado por recuerdos tantos...
siento que afloran lágrimas de nuevo
hasta los ojos, y me hierve el alma
y deja de alentar; en torno mío
Un sueño familiar revolotea.
Recuerdo mi amor loco del pasado,
todo cuando sufrí y cuanto fue bueno,
torturador engaño de esperanza y deseo...
¡Restallad, restallad, dóciles velas!
¡Encréspate a mis pies, lúgubre océano!
Vuela, bajel, condúceme a lejanos
parajes, al capricho de los mares,
engañosos, mas no a las tristes costas
de mi brumosa patria, de mi tierra
donde por vez primera mis sentidos
ardieron inflamados de pasión,
donde las tiernas musas me sonrieron
en secreto, donde entre tempestades
Se marchitó temprano mi perdida
juventud, donde alígera alegría
me traicionó, y el corazón helado
entregó al sufrimiento.
En búsqueda de nuevas sensaciones
de vosotros huí, paternos lares,
de vosotros, alumnos del deleite,
efímeros amigos de mi efímera
juventud; y vosotras, confidentes
de mis pecaminosos extravíos,
a quienes sin amor sacrificara
reposo, gloria, libertad y alma,
y vosotras, a quienes he olvidado,
jóvenes traicioneras, misteriosas
amigas de mi áurea primavera,
y vosotras, a quienes he olvidado...
Pero del corazón la antigua herida,
la honda llaga de amor, nada curó...
¡Restallad, restallad, dóciles velas!
¡Encréspate a mis pies, lúgubre océano!
Versión de Eduardo Alonso Duengo
Terminó el día lluvioso; de la lluviosa noche...
Terminó el día lluvioso; de la lluviosa noche
la sombra el cielo cubre con plomizo vestido.
Lo mismo que un espectro, detrás de la pineda,
la luna, rodeada de niebla, ha aparecido.
Todo inspira en mi alma una angustia sombría.
Allá lejos la luna brilla en pleno fulgor;
allá el aire rezuma tibieza vespertina,
allá la mar agita su manto de esplendor
bajo el azul del cielo.
Es el momento: ahora va ella por el monte
a las costas hundidas por las ruidosas olas.
Allá, bajo unas peñas escondidas,
ahora está ella sentada, entristecida y sola.
Sola... delante de ella ninguno llora o sufre,
sus rodillas de besos nadie en éxtasis cubre.
Sola... sin que a los labios de amante alguno entregue
ni hombros, ni húmedos labios, ni sus senos de nieve.
De su amor celestial ninguno es digno.
¿No es Cierto? Sola estás... lloras... yo estoy tranquilo.
Pero si...
Versión de Eduardo Alonso Duengo
Todo lo sacrifico a tu memoria...
Todo lo sacrifico a tu memoria:
los acentos de la lira inspirada,
el llanto de una joven abrasada,
el temblor de mis celos. De la gloria
el brillo, y mi destierro tenebroso,
lo bello de mis claros pensamientos
y la venganza, sueño tormentoso
de mis encarnizados sufrimientos.
Versión de Eduardo Alonso Duengo
Yo la amé...
Yo la amé,
y ese amor tal vez,
está en mi alma todavía, quema mi pecho.
Pero confundirla más, no quiero.
Que no le traiga pena este amor mío.
Yola amé. Sin esperanza, con locura.
Sin voz, por los celos consumido;
la amé, sin engaño, con ternura,
tanto, que ojalá lo quiera Dios,
y que otro, amor le tenga como el mío.
1829
Versión de Rubén Flórez Arcila
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