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Max Stirner: El único y su propiedad

Max Stirner: El único y su propiedad

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Max Stirner: El único y su propiedad. José Rafael Hernández Arias (tr.) Madrid: Valdemar, 2004.
Johann Caspar Schmidt (1806-1856), alias Max Stirner, está presente en la Historia de la Filosofía gracias a una sola obra, El único y su propiedad. Crítico de los críticos de Hegel, sus invectivas contra el Hombre, la Sociedad y el Estado lo alejan del camino del progreso que emprendieron anarquistas y hegelianos de izquierda como Feuerbach o Marx. En el caso Stirner el punto de partida y el de llegada es el mismo: el nihilismo.En nombre de Dios y la Humanidad se ha sacrificado sistemáticamente al individuo. En el fondo, esas Ideas son nada, así que Stirner prefiere fundar su causa en otra nada, aunque más cercana: el yo, el único, “este yo corpóreo que camina y se detiene”, esta nada de aquí. En un tono hegeliano Stirner está convencido de que estas habrán de ser las transformaciones necesarias del espíritu. Durante su infancia en Grecia, la filosofía giró en torno al ser y los entes. En su juventud cartesiana se impuso la autonomía del espíritu, del pensamiento. La edad adulta tendrá lugar cuando el único, el individuo, ponga a su servicio tanto a las cosas como a las ideas, al ser y al espíritu.El único y su propiedad fue publicada en 1844, el año del nacimiento de Nietzsche. Una rápida mirada a su obra obliga al lector a comparar su discurso con el de Feuerbach, Marx, Proudhon, y Nietzsche.
¿Por qué no aparece el nombre de Stirner ni una sola vez en la obra de Nietzsche? Hay motivos y expresiones traspasados directamente desde El único y su propiedad a El crepúsculo de los ídolos y, sin embargo, Nietzsche borra todo rastro de la influencia de Stirner. Se me ocurren algunas respuestas: quizás pensó que Stirner estaba demasiado ligado al socialismo y el anarquismo, movimientos a los que Nietzsche despreciaba como continuadores del cristianismo, o quizás fue su descarado racismo, su grosero antisemitismo. El progreso de la Humanidad, decía Stirner, había pasado por tres etapas: la etapa de la negritud, representada por la Antigüedad y caracterizada por la “dependencia de las cosas (de las entrañas de los gallos, del vuelo de los pájaros, del estornudo, del trueno y del rayo, del susurro de los árboles sagrados, etc. )”, la edad mongólica, reconocible en el espíritu chino de sumisión y sometimiento, es típica de la era cristiana y la etapa final, en la que el Yo Todopoderoso asalta el Cielo cristiano, es la era caucásica.
El caso es que, a pesar de Nietzsche, es imposible no escuchar resonancias de las ideas de Stirner en toda su obra. Veamos algunos ejemplos:
  • Cuando Nietzsche critica en el filósofo esa “idea fija” de atacar el mundo de lo sensible para rendir culto a una nada inexistente, los términos que usa son iguales a los que empleaba Stirner. Obsérvese la comparación del filósofo con un loco, con un maniaco, con un obseso:
    La manía
    Tienes vena de loco, ¡te falta un tornillo! Te imaginas grandes cosas y te figuras todo un mundo de dioses que está aquí para ti, un reino de los espíritus para el cual has sido llamado, un ideal que te hace señas. ¡Tienes una idea fija!
    No pienses que bromeo o hablo en imágenes cuando considero a los hombres que dependen de lo superior -y como aquí aludo a la inmensa mayoría, me refiero a casi todo el mundo humano— como locos de verdad, locos en un manicomio. ¿A qué se llama una «idea fija»? A una idea a la que se ha sometido el hombre. Si reconocéis una idea fija como una locura, encerraréis a los esclavos de ella en un manicomio. ¿Y acaso no es la verdad de la fe, de la que no se duda; o la majestad del pueblo, que nadie puede rozar (quien lo hace comete un delito de lesa majestad); o la virtud, contra la cual el censor no debe dejar pasar ni una palabra para que se mantenga la pureza moral, etc., acaso no son todas éstas «ideas fijas»? ¿Acaso no es todo necia palabrería, por ejemplo la mayoría de nuestros periódicos, el palabreo de locos que padecen la idea fija de la moralidad, legalidad, cristiandad, etc., y sólo parecen circular libremente porque el manicomio en el que vagan ocupa un espacio tan grande? Si uno palpa la idea fija de uno de esos locos, tendrá que protegerse la espalda de la malicia del orate. Pues los grandes locos también se asemejan a los denominados pequeños locos en que acometen con malicia a quien osa rozar su idea fija. Primero le roban el arma, le roban la libertad de palabra, y luego arremeten contra él con las uñas. Cada día revela la cobardía y sed de venganza de esos dementes, y el pueblo necio aclama sus locas disposiciones. Hay que leer los periódicos de este periodo y hay que oír hablar al filisteo para ganar el espantoso convencimiento de que se está encerrado con locos en una casa. (pp. 76-77)
  • Otra de las obsesiones del último Nietzsche era desenmascarar las buenas intenciones del ateo ilustrado. Parecía haberse liberado de Dios y sus ataduras pero seguía siendo fiel al veneno de la moral cristiana que es, tanto para Nietzsche como para Stirner, el origen último de la podredumbre religiosa:
    Adviértase cómo se comporta un «moralista» que hoy en día cree con frecuencia haber acabado con Dios y que se desprende del cristianismo como algo gastado. Cuando se le pregunta si alguna vez ha dudado que la relación entre hermanos es incesto, que la monogamia es la verdad del matrimonio, que la piedad es un deber religioso, etc., le recorrerá un escalofrío moral con la idea de que también puede tocar a su hermana como mujer, etc. Y ¿de dónde viene ese estremecimiento? Porque él cree en esos mandamientos morales. Esa fe moral está profundamente enraizada en su pecho. Tanto que se enfurece contra los cristianos piadosos, y sigue siendo cristiano en la misma medida, en concreto, un cristiano «moralista». El cristianismo le mantiene preso en la forma de la moralidad y, además, sometido a la fe. La monogamia debe ser algo sagrado y a quien vive en bigamia, se le condena como delincuente; quien comete incesto, padece como delincuente. Con esto se muestran conformes aquellos que siempre gritan que en el Estado no se debe poner la mirada en la religión y que el judío debe ser un ciudadano como el cristiano. ¿Acaso no son ese incesto y esa monogamia un principio de fe? (pp. 79-80)
  • El ataque virulento al sacerdote, corruptor de juventudes, profeta del resentimiento, está presente en Stirner y Nietzsche con expresiones afines. Sacerdotes y maestros, seductores de pacotilla, adoctrinando en la buena causa de la sumisión y la humildad. Algunos llegan incluso a dar ejemplo con su “parco sueldo”.
    ¿Qué pensaríais si uno os replicase que eso de escuchar a Dios, a la conciencia, al deber, a la ley, no es más que un embuste con el que se os ha abarrotado la cabeza y el corazón y con el que se os ha vuelto locos? ¿Y si ese mismo os preguntara de dónde habéis sacado con tanta seguridad que la voz de la naturaleza es una seductora? ¿Y si os conminase a invertir el asunto y a considerar la voz de Dios y de la conciencia como obra del diablo? Existen ese tipo de personas impías, ¿cómo podréis liberaros de ellas? No podéis remitiros a vuestros curas, padres y hombres buenos, pues ellos serán los primeros en ser señalados como vuestros seductores, como los auténticos seductores y corruptores de la juventud, que siembran con laboriosidad la mala hierba del desprecio de sí mismo y de la veneración de Dios, que ensucian los jóvenes corazones y entontecen las mentes jóvenes. (p. 210)
  • El desprecio a la religión y al moralista cuyo supuesto Amor al Hombre se transforma siempre en desprecio y deseo de apocalipsis y venganza:
    Si la religión ha pronunciado la frase de que todos somos pecadores, yo le opongo otra: ¡todos somos perfectos! Pues nosotros somos en cada instante todo lo que podemos ser y no necesitamos nunca ser nada más… ¿Qué ha encontrado tu amor al Hombre? ¡Sólo hombres indignos de ser amados! Y, ¿de dónde proceden todos? ¡De ti, de tu amor al Hombre! Has traído contigo al pecador en tu cabeza, por eso lo -encontraste, por eso lo introduces solapado en todas partes. No llames a los hombres pecadores, no lo son, únicamente tú eres el creador de los pecadores: tú, que crees amar a los hombres, precisamente tú arrojas al hombre al cieno del pecado, precisamente tú los divides en viciosos y virtuosos, en humanos e inhumanos… (p. 436-437)
  • El anuncio de la transmutación de los valores, del surgimiento de una moral superior, una moral de señores, cuyo fundamento no son “demandas morales” o “derechos humanos” sino la voluntad y los hechos. Para ejemplificar esta superación de la moral cristiana ambos, Stirner y Nietzsche, buscan en la Antigua Roma:
    Un Nerón sólo es un hombre «malo» a los ojos de los «buenos». En los míos únicamente se trata de un poseído, como también lo son los buenos. Los buenos ven en él a un archimalvado y lo sitúan en el infierno. ¿Acaso porque nada le obstaculizó en sus arbitrariedades? ¿O porque se le aguantó tanto? ¿Fue culpa acaso de los mansos romanos que se dejaron aherrojar su voluntad por semejante tirano para no obtener nada a cambio? En la antigua Roma se le habría ejecutado al instante, si ella no se hubiera convertido en su esclava. Pero los «buenos» del momento entre los romanos, sólo le opusieron una demanda moral, no su voluntad. Se lamentaban de que su Emperador ,—no acataba la moralidad como ellos: ellos mismos siguieron siendo «súbditos morales», hasta que uno encontró el valor de renunciar a la «sumisión moral y obediente». Y entonces los mismos «buenos romanos», que como «subditos obedientes» habían soportado toda la ignominia de la impotencia, lanzaron gritos de júbilo por el acto inmoral e impío del sedicioso.(pp. 87-88)Yo decido si me parece justo; fuera de mí no hay ningún derecho. Si para  es justo, es justo. Es posible que para otros no sea justo, pero ése es su problema, no el mío, que se defiendan, si pueden. Y si algo no fuese justo para todo el mundo, pero sí para mí, es decir, que yo lo quisiera así, no le preguntaría nada al mundo. Esto es lo que hace cualquiera que sabe apreciarse a sí mismo, y cada uno en el grado en que es egoísta, pues el poder va antes que el derecho y, además, con todo el derecho. (p. 240)
  • El desprecio a la noción de libertad, invento religioso para ocultar la verdadera naturaleza del hombre, para convertirlo en responsable y pecador, culpabilizarlo y empequeñecerlo, es también común. Abandonar el ideal de libertad y convertirse en un Yo todopoderoso es el camino que sugiere Stirner para superar al cristianismo:
    Siglos de cultura han oscurecido lo que sois, os han hecho creer que no sois egoístas, sino que estáis llamados a ser idealistas («buenas personas»). ¡Sacudíos eso de encima! No busquéis la libertad, que os priva de vosotros mismos por vuestra causa, en la «negación de sí mismo», sino buscaos a vosotros mismos, sed egoístas, que cada uno de vosotros se convierta en un Yo todopoderoso.(p. 212)
  • La equiparación de derecho y poder convierte en ridículo el discurso de todas las sociedades democráticas fundadas en el Estado de derecho y los derechos humanos, del niño, de las mujeres, de los animales… El derecho no puede nada frente a la voluntad de poder.
    Esto no significa otra cosa que: lo que tienes es el poder de ser, a eso tienes derecho. Yo derivo de  todo derecho y toda autorización, estoy autorizado a todo lo que puedo dominar. Estoy autorizado a derribar a Zeus, a Jehová, a Dios, si puedo hacerlo, si no puedo, entonces esos dioses tendrán derecho frente a mí y permanecerán en el poder… El derecho no es más que una manía producida por un fantasma; poder…, eso es lo que soy yo mismo, yo soy el poderoso y el propietario del poder. (pp. 239-263)
  • La crítica a los que defienden la dualidad mundo sensible-mundo inteligible, con toda la carga de desprecio hacia el mundo del devenir que implica, está también presente en Stirner y Nietzsche.
    Ese punto de vista ajeno es el mundo del espíritu, de las ideas, de los pensamientos, de los conceptos, esencias, etc.; es el Cielo. El Cielo es el «punto de vista» desde el cual se mueve la tierra, se abarca la actividad terrestre y… se desprecia. ¡Cuán incansable y dolorosamente lucha la humanidad por asegurarse el Cielo y adoptar para siempre el punto de vista celestial! (p. 98)
  • La llamada a disolver el mundo inteligible en su nada, la invocación del espíritu del león para mostrar de una vez por todas la futilidad del Reino de los Cielos y abandonar la chinería, el mongolismo cristiano. Este nihilismo activo radical es un rasgo esencial a ambos pensadores:
    Salta a la vista que el mongolismo representa la negación completa de los sentidos, el reino de la asensualidad y de la contranaturaleza; y que el pecado y la conciencia del pecado fue nuestra plaga mongólica durante miles de años. Pero ¿quién disolverá el espíritu en su nada?. Quien mediante el espíritu representó la naturaleza como lo fútil, lo finito y lo transitorio, sólo él puede reducir también el espíritu a la misma futilidad: Yopuedo hacerlo, cada uno de vosotros que impera y crea como un yo ilimitado, él puede hacerlo, en una palabra… el egoísta. (p. 108)
  • La desconfianza radical respecto al Estado es un tema sobre el que vuelven una y otra vez. El Estado existe para limitar al Yo, para someterlo. Es una lucha a muerte entre la colectividad y el individuo:
    En el Estado, el yo desbocado, el, yo como yo sólo me pertenezco a mí mismo, no contribuye a mi consumación y realización. Todo yo es desde su nacimiento un delincuente contra el pueblo y el Estado. Por eso el Estado nos vigila a todos, en cada uno ve a un egoísta, y teme a los egoístas. Presupone lo peor en cada uno de ellos, y tiene cuidado, un cuidado policial, de que «el Estado no reciba ningún daño», «ne quid respublica, detrimenti capiat». El yo desenfrenado, y eso es lo que somos en origen, y lo que seguimos siendo en nuestro secreto interior, es el continuo delincuente en el Estado. El hombre que se conduce por su osadía, su voluntad, su desconsideración y temeridad, se ve rodeado por espías del Estado y del pueblo. ¡Digo del pueblo! El pueblo —gente de buen corazón, no sabéis lo que tenéis en él—, el pueblo está impregnado de espíritu policial. (p. 256)
  • La consideración blasfema de Sócrates como un necio. “Cuánto se venera a Sócrates por su conciencia, que le permitió resistirse al consejo de escapar de la mazmorra. Pero no es más que un necio que reconoce el derecho de los atenienses a sentenciarle. Por eso se merece lo que le ocurrió” (p. 268)
  • La conocida sentencia de Nietzsche en Ecce homo, “Yo no soy un hombre, soy dinamita“, tiene su paralelo en estas consideraciones de Stirner.
    ¿Escribo por amor a los hombres? No, yo escribo porque quiero dar una existencia en el mundo a mis pensamientos, y si previera que estos pensamientos os privarían de vuestra tranquilidad y de vuestra paz, también vería germinar de esta siembra de pensamientos las guerras más sangrientas y la decadencia de muchas generaciones. No obstante, los difundiría. Haced con ellos lo que queráis y podáis, eso es asunto vuestro y no me importa. Tal vez sólo tengáis de ellos cuitas, luchas y muerte, los menos sacarán de ellos alegría. (p. 363)
  • Hay en Stirner y Nietzsche una evidente preferencia por Protágoras antes que Platón, por el perspectivismo antes que la verdad. En palabras de Stirner y radicalizando a Protágoras, “se afirma que no es el hombre la medida de todo, sino que yo soy esa medida” (p. 428)
  • La renuncia a la idea de igualdad y la afirmación descarada de la desigualdad natural de todos los hombres es una premisa básica de su visión del mundo. Así:
    ¡Vocación, destino, tarea!
    Lo que uno puede ser, lo será. Un poeta de nacimiento puede quedar impedido por circunstancias desfavorables de estar en la cumbre de la época y de crear después de los indispensables estudios obras de arte «académicas», pero escribirá poesía, ya sea un campesino o tenga la suerte de vivir en la Corte de Weimar. Un músico de nacimiento hará música, da igual si con todos los instrumentos o con una caña de bambú. Una cabeza filosófica innata puede consolidarse como filósofo y académico o como filósofo del pueblo. Finalmente, un necio de nacimiento, que al mismo tiempo puede ser avispado, lo. que se aviene muy bien, como tal vez ha podido constatar cualquiera que haya visitado una escuela en numerosos ejemplos de compañeros colegiales, puede seguir siendo siempre una mente de poco alcance, por más que haya sido instruido y adiestrado para ser jefe de oficina, o servir al mismo jefe como limpiabotas. Sí, las mentes limitadas de nacimiento forman sin duda la clase humana más numerosa. ¿Por qué no deberían surgir también en el género humano las mismas diferencias que son evidentes en cada género animal? En todas partes se encuentran seres dotados y menos dotados.
    Pocos hay que sean tan idiotas como para que no sea posible enseñarles alguna idea. Por esto se suele considerar que todos los hombres son capaces de tener religión. En un cierto grado también se les puede hacer accesibles a otras ideas, por ejemplo, un entendimiento musical, algo de filosofía, etc. A esto se atiene la clerigalla de la religión, de la moralidad, de la educación, de la ciencia, etc., y los comunistas, por ejemplo, quieren hacer accesible todo a todos a través de sus «escuelas v populares». Se escucha una afirmación común, que esta «gran masa» no puede vivir sin religión; los comunistas la aumentan y establecen que no sólo la «gran masa», sino que todos están llamados a todo. (pp. 397-398)
  • La desconfianza de los partidos políticos parece una idea muy adecuada para los tiempos que corren. “… aquellos que claman en voz más alta que en el Estado debe de haber una oposición, se enfurecen ante cualquier disensión en el partido”. (p. 292)
  • Sin embargo, mientras que Nietzsche se arriesga a caer en una nueva metafísica con sus ideas sobre el eterno retorno y el superhombre, Stirner permanece fiel al nihilismo.
    Se dice de Dios: «los nombres no te nombran». Eso vale también para mí: ningún concepto me expresa; nada de lo que se declara como mi esencia, me agota; sólo son nombres. Asimismo, se dice de Dios que es perfecto y que no tiene ningún afán de perfección. También eso vale para mí.
    Soy propietario de mi poder, y sólo soy cuando me sé como único. En el único regresa el propietario a su nada creativa de la cual ha surgido. Todo ser superior a mí, ya sea Dios, ya sea el Hombre, debilita el sentimiento de mi unicidad y empalidece sólo con el sol de esta conciencia. Si fundo mi causa en mí, en el único, entonces se ha fundado en lo pasajero, en su creador mortal que se consume a sí mismo, y yo puedo decir:
    He fundado mi causa en nada. (p. 444)
La relación de Stirner con el entorno comunista y anarquista, Marx y Proudhon, presenta semejanzas pero también diferencias esenciales que hay que hacer notar. La descripción que hace Stirner de la alienación en las sociedades capitalistas podría estar firmada por el propio Marx. Sin embargo, la solución de Stirner a la injusticia social no es la utopía sino la legitimación de la lucha de todos contra todos, la defensa de un liberalismo feroz. El resultado es, naturalmente, la injusticia milenaria de “ricos y pobres”, pero, según Stirner, esa supuesta injusticia no es sino una pura ficción. “¿Hay otra diferencia en ellos que no sea la de la capacidad e incapacidad, la de la riqueza y la pobreza de recursos? ¿En qué consiste pues el crimen de los ricos?” (p. 329)
Veamos, en primer lugar, una descripción de la alienación y la función de la religión:
Quien en una fábrica de agujas sólo pone las cabezas, sólo enhebra el hilo, etc., trabaja mecánicamente, como una máquina, permanece ignorante, no se convierte en ningún maestro: su trabajo no puede satisfacerle, sólo agotarle. Su trabajo, considerado en sí mismo, no es nada, no tiene ninguna finalidad en sí, no es nada acabado en sí: únicamente trabaja para otro y se ve utilizado (explotado) por ese otro. Para este trabajador al servicio de otro no hay ningún goce de un espíritu ilustrado, como máximo placeres groseros. Tiene cerrado el camino de la formación. Para ser un buen cristiano sólo se necesita creer, y eso puede ocurrir bajo las circunstancias más opresivas. Por eso los de orientación cristiana cuidan sólo de la devoción de los trabajadores oprimidos, de su paciencia, resignación, etc. Las clases oprimidas sólo pudieron soportar toda su miseria mientras eran cristianas, pues el cristianismo no dejaba que se alzasen sus quejas y su enojo. Ahora ya no basta el apaciguamiento de los deseos, sino que se exige su satisfacción. La burguesía ha anunciado el evangelio del goce universal, del goce material, y ahora se maravilla de que esta doctrina encuentre adeptos entre nosotros, los pobres; ha mostrado que la formación y la posesión hacen dichosos, no la fe y la pobreza: eso también lo hemos comprendido los proletarios. (pp. 163-164)
Y, en segundo lugar, veamos la diferencia evidente de la solución de Stirner a la injusticia social frente a las de Proudhon o Marx:
…el comunismo, mediante la supresión de toda propiedad particular, me arroja aún más en la dependencia de otro, en concreto de la colectividad o comunidad, y por muy en voz alta que siempre ataque al Estado, lo que pretende es de nuevo un Estado, un «status», un estado que impida mis libres movimientos, una soberanía sobre mí. El comunismo se opone con razón contra la presión que experimento de los propietarios individuales; pero más terrible aún es el poder que él otorga a la colectividad.
El egoísmo emprende otro camino para exterminar a la plebe desposeída. No dice: espera para ver qué te regala el organismo equitativo en nombre de la colectividad (pues semejante regalo se ha entregado desde siempre en los «Estados» al darse «según el merecimiento», esto es, según la medida en que cada uno se lo sabía ganar y obtener), sino: ¡agarra y toma lo que necesitas! Con esto se declara la guerra de todos contra todos, sólo yo decido lo que quiero tener. (…)
En definitiva, la cuestión de la propiedad no se deja resolver tan fácilmente como sueñan los socialistas, incluso los comunistas. Sólo se resolverá mediante la guerra de todos contra todos. Los pobres únicamente serán libres y propietarios si se sublevan, se alzan. Regaladles tanto y siempre querrán más, pues no quieren otra cosa que al final ya no se les regale nada. (pp. 319-321)
La caracterización que Stirner hace del poder de lo sagrado sobre el hombre recuerda bastante la naturaleza de super-ego en Freud. Aquello que consideramos sagrado nos inspira un temor terrible a tocarlo pues sería profanarlo. “Lo temido se ha convertido en un poder interno del cual no puedo escapar; yo lo honro, estoy poseído por él, pertenezco a él, le soy adicto” (p. 109)
Las ideas de Stirner acerca de la Revolución Francesa tampoco son convencionales. Según este autor, la Revolución no supuso sino el cambio de un absolutismo, el del rey, por uno mucho peor, el de una clase social, la burguesía, que ahora pasaba a dominar a las demás. Las cuotas de libertad, afirma Stirner, eran mejores en el Antiguo Régimen, como demostraba, según él, el fenómeno de la esclavitud moral y económica del proletariado industrial.
Una observación sobre la relación entre superstición y religión que explica bastante bien la contradicción actual entre una sociedad hipertecnológica que sigue necesitando de horóscopos, tarot y casas encantadas.
Los buenos creyentes y padres de la Iglesia no sospechaban que una vez desaparecida la creencia en los fantasmas se privaba a la religión de su fundamento y que desde entonces ésta quedaría flotando en el aire. Quien no cree en ningún fantasma, sólo necesita seguir avanzando consecuentemente en su incredulidad para darse cuenta de que detrás de las cosas no se esconde ningún ser aparte, ningún fantasma o -lo que ingenuamente según la palabra se tiene por equivalente- ningún «espíritu». (p. 66)
Otra curiosa paradoja que anota Stirner. Para la mayoría el hombre es por naturaleza egoísta y el desinterés un ideal inalcanzable. Sin embargo, la verdadera realidad es la contraria: el maldito desinterés está por todas partes, el es virus que la moral cristiana y la ideología del progreso han inscrito en el tipo del “último hombre”.
¿Acaso es irreal el desinterés y no existe en ninguna parte? ¡Todo lo contrario, no hay nada más común! Incluso se le podría llamar un artículo de moda del mundo civilizado, el cual se considera tan indispensable que, si cuesta demasiado en materia sólida, al menos se le puede dar un brillo falso y aparentarlo. ¿Dónde comienza el desinterés? Precisamente donde una finalidad deja de ser nuestra finalidad y nuestra propiedad, de la que nosotros, como propietarios, podemos disponer a nuestro antojo; donde ella se convierte en una finalidad fija o en una… idea fija, donde comienza a entusiasmarnos, a apasionarnos, a fanatizarnos, en suma, donde se manifiesta en ergotismo y se convierte en nuestra… soberana. (p. 96)
Antes de terminar, un párrafo que me ha recordado vivamente a las ideas de Žižek sobre la tolerancia en las sociedades capitalistas:
La famosa tolerancia del Estado es sólo una tolerancia de lo «inocuo», de lo «inofensivo», es sólo una elevación sobre el sentido de la pequeñez, sólo el despotismo más digno de consideración, más orgulloso y espléndido. (p. 281)
El pensamiento de Stirner ha cobrado nueva vida en las ideas políticas de Ernst Jünger. Las figuras del anarca o del emboscado están inspiradas en el nihilismo egoísta de El único y su propiedad. Así, en Eumeswil o La emboscadura.

Elaborado por Oscar Perez

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