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Sofistas - TRASÍMACO - La justicia solo es de los fuertes

TRASÍMACO

Nació en Calcedonia de Bitinia (colonia de Megara), en el Bósforo, aproximadamente en el año 450 a.de C.
Era un excelente retórico y orador, interesado fundamentalmente por la enseñanza de la ética y la política.
Conservamos un fragmento de un discurso suyo a la Asamblea Ateniense, celebrado en la última etapa de las guerras del peloponeso. Trasímaco aconseja armonía entre los partidos, y evitar que sea el ansia de poder lo que legitime sus luchas partidistas. La actualidad de este discurso es evidente.
Trasímaco mantuvo una postura realista que afirmaba que la justicia es el interés del más fuerte.
Las leyes son dictaminadas por los que ejercen el poder con vistas a su propio beneficio o conveniencia. La justicia es aquello que beneficia, interesa y conviene al gobierno establecido, y, por lo tanto, beneficia al más fuerte.
Los Estados justifican sus abusos de poder a través de las leyes, de tal manera que en nombre de la justicia se termina justificando dicho abuso.
A Trasímaco no le interesa lo que debería ser la justicia sino lo que realmente es. En este sentido, su desenmascaramiento de la hipocresía hace patente la pérdida de sentido de un ideal de justicia que vaya más allá de los egoismos e intereses particulares y mezquinos.
Por lo tanto, lo que denuncia este sofista es que, debajo de todo el tejemaneje del poder nos encontramos siempre con el dominio del fuerte sobre el débil.
La muerte de Trasímaco es un enigma. Posiblemente se suicidó, pasado el año 339 a.de C




La justicia según Trasímaco

Este hombre fue un sofista impetuoso, dialogístico con Sócrates, en la obra literariamente cristalina y de profunda enjundia filosófica, La República, de Platón. Como todo sofista de aquella época –y por qué no decirlo de la nuestra-, era incisivo y un tanto irreverente con el gran maestro, aunque trataba de cuidar un lenguaje refinado y […]
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RODRIGO LÓPEZ BARROS


Este hombre fue un sofista impetuoso, dialogístico con Sócrates, en la obra literariamente cristalina y de profunda enjundia filosófica, La República, de Platón. Como todo sofista de aquella época –y por qué no decirlo de la nuestra-, era incisivo y un tanto irreverente con el gran maestro, aunque trataba de cuidar un lenguaje refinado y trato etiquetero.

Trasímaco era un polemista tremendo, dotado de originalidades al hablar. Dícese de él que era “un verdadero artista de la palabra y del concepto. Hábil para excitar a muchas personas a la vez y hábil también para embelesarlas y calmarlas cuando estaban excitadas, y no hay nadie mejor que él para calumniar o para rechazar, de una u otra manera, una acusación”.
En términos contemporáneos y políticos podríamos afirmar que Trásímaco era, en los efectos, un gran populista.

Pues bien, en el diálogo a punto, investigando acerca de qué es la justicia, Sócrates quiso conocer el concepto de Trasímaco. Quién ni corto ni perezoso disparó: “Sostengo que lo justo no es otra cosa que lo que conviene al más fuerte”. Esto no es cierto, Sócrates no aceptó su respuesta, tampoco la posteridad, porque ello envuelve un imposible moral, un contrasentido ético –la ética es una de las partes de la filosofía, por tanto imprescindible en todos los actos humanos-.

Sin embargo, Trásímaco vuelve a la carga, y afirma, preguntándose, si acaso no es cierto que el gobierno de cada ciudad –el Estado de hoy– es el que tiene la fuerza: la democracia, la tiranía, y del mismo modo los demás gobiernos, que todos ostentan la fuerza y por tanto establecen las leyes que les conviene, que a su política conviene.

Pregunto: ¿Acaso esta malicia sofistica de Trásímaco, no es algo verdadero en el fondo, en la práctica, por desgracia?
Claro que sí. Y de aquí precisamente nace el positivismo jurídico según el cual, lo justo es lo que está legislado, lo que la ley dispone –independientemente del derecho natural y de los valores superiores-. Lo cual, desde luego, no debería ser así, pero se practica. ¿Qué Estado no procede de esa manera, simplemente con cálculos políticos?

De modo que el viejo Trasímaco, que irónicamente quiso cantar su aparente victoria ante el acertado Sócrates, es arquetipo del positivismo jurídico de entonces y de ahora, que de vez en cuando –cada vez más– estrangula la justicia propiamente dicha, la ética y la moral de los pueblos, con el que se les viene maleducando, para que no distingan lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto; engañándolos con verdades subjetivas en sustitución de las objetivas.

Esto se refleja hoy día en el “nuevo derecho”, que está abriéndose paso en el país desde las altas Cortes, que nos ha llegado por la vía de la hermenéutica sesgada, que amañada ideológicamente causa muchos daños, privados y públicos. No obstante se atreve a declarar que va en pro de la libertad, del desarrollo y del progreso –definitivamente, en el país de los ciegos el tuerto es rey-.

Elaborado por Oscar Perez

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