Albert Caraco: la muerte en letra viva. Un ensayo psicoanalítico
Alberto Villareal [1]
la voluntad de muerte preside
el furor de vivir y no alcanzamos a
distinguir cual nos inspira
(Caraco, 2006, pág. 14) [2]
Albert Caraco es un ser oscuro, tan escondido como su obra, pues no existen anecdotarios, ni referencias de amistades. No hubo familiares, conocidos, compañeros, contemporáneos, prácticamente nadie que hable de él. De Albert Caraco se sabe que nace en Constantinopla —ahora Estambul— en 1919, un 8 de junio. Hijo único proveniente de una acomodada familia sefardí, pasa su infancia en diferentes países huyendo de la persecución nazi —Praga, Berlín, Argentina, Uruguay, Brasil, Viena y París—. Como lo menciona en L’Homme de Lettres (1976): “Pasé los primeros 10 años de mi vida en Alemania, los 10 siguientes en París, los 10 siguientes entre Argentina y Uruguay” (págs.207-208). De esta manera la familia Caraco carecía de lo permanente, ausencia de amistades, vecinos, de escuela, etcétera, aunque en los tiempos en que residían en alguno de estos países los Caraco intentaban establecer relaciones sociales, llegando incluso a hacer que su hijo declamara o contara cuentos e historias.
La necesidad de emigrar de un padre asustadizo y temeroso del antisemitismo los hacía cambiar de residencia constantemente. Ya de adolescente, aunque su intención era estudiar medicina, Albert Caraco se gradúa en París en la Escuela de Altos Estudios Comerciales, en el Liceo Janson-de-Sailly, en 1939, de la carrera de negocios; seguramente por influencia de su padre, heredero de comerciantes. Por años, él y sus padres se asientan en Uruguay, en la calle Mariscal Estigarribia, no lejos del mar, adoptando la nacionalidad uruguaya en 1941 (ese mismo año habían solicitado en París pasaportes hondureños intentando obtener la ciudadanía en dicho país, valiéndose incluso de sobornos ya en Honduras, siendo luego revocados).
Su padre José Caraco, un banquero tacaño, temeroso y cerrado, una vez en Uruguay, decide ubicarse discretamente en el barrio negro de Palermo en un intento de pasar desapercibido por su constante miedo al antisemitismo. De hecho, en un afán de no ser perseguidos y encontrar mejores opciones de vida, decide convertir a su familia al catolicismo. Durante esos días, Caraco encuentra en la lectura y escritura su único placer, alejándose de lo relacionado a su carrera para refugiarse en su habitación leyendo libros en inglés, español y francés, apilándolos en todos lados de forma meticulosa. Es ahí donde inicia su carrera como escritor, obteniendo por sus primeras obras —ilustradas por él mismo— reunidas en el Libro de las batallas del alma, el premio Edgar A. Poe. Para 1946, luego de la Segunda Guerra Mundial los Caraco regresan a Francia [3] viviendo en la Rue Jean Giraudoux 34, y es precisamente en París donde inicia una férrea disciplina autoimpuesta que consistía en escribir seis horas en horario fijo. Poco después colabora en el periódico Le Monde [4]. Hombre culto, dominaba el francés, alemán, inglés y español (lo cual en momentos se observa en sus obras al insertar frases de alguno de estos idiomas en sus libros en francés).
Hombre complejo, Albert Caraco jamás ocultó sus ideas: aprobaba la pena capital, así como poseía una visión anti existencialista de la muerte: “la vida eterna es un sinsentido” (Caraco, 2006, pág. 6). Se definía racista y colonialista (1975, pág. 141). Contradictorio en su identidad, enaltecía por un lado a los judíos como “la médula de la raza blanca” (1975, pág. 36), para luego rechazarlos. Misógino, fue antagónico al deseo físico y emocional: “El deseo no tiene nada de honorable en sí, y el placer no tiene nada de sublime” (1985, pág. 248), y en otro lado remata, pues prefiere: “sus propias manos a las piernas de una mujer” (1985, pág. 67). Lo vemos mucho más claro en Ma Confession: “Cómo odio el orgasmo sexual, así que tomé el estado de contemplación, transporte, calma, deleite, certeza y vértigo, donde me vuelvo a mí mismo hasta por tres horas” (Caraco, 1975, pág. 27). A pesar de ello odiaba la sexualidad, incluso la propia: “Odio mi falo más que todo en el mundo…” (1985, pág. 135). De hecho, la simple idea de tener hijos deformes le aterraba estando en contra del matrimonio y la reproducción:
“¡Felices los muertos! ¡Y tres veces desdichados aquellos que, llenos de locura, engendran! ¡Felices los castos! ¡Felices los estériles! ¡Felices incluso aquellos que prefieren la lujuria a la fecundidad! Pues ahora los Onanistas y Sodomitas son menos culpables que los padres y madres de familia, porque los primeros se destruirán a sí mismos y los segundos destruirán el mundo, a fuerza de multiplicar las bocas inútiles” (Caraco, 2006, pág. 125).
De su vida, fue un niño obeso y enfermizo: “desde la infancia nunca me he sentido a gusto, presa de permanentes enfermedades y subsistiendo a fuerza de medicinas” (Caraco, 2006a, pág. 26). Su madre, Elisa Schwartz, fue una mujer seductora y al mismo tiempo inhibidora del placer hacia las mujeres pues constantemente le hacía ver desde niño a Albert lo negativo del sexo femenino, por ejemplo, al maquillarse le informaba a su joven hijo cómo a través de ducho arreglo las mujeres ocultaban su verdadera y oscura esencia. Así, como él mismo lo dice, su madre: “Me alejó del amor” (referido en Navarro, 2006, pág. 13). Desde niño Caraco era besado y mimado constantemente por ella. Lo vuelve a decir. “Me impuso el deber de seguir siendo el niño eterno” (referido en Navarro, 2006, pág. 13). Su relación la hizo necesitarla vorazmente, padeciendo un constante sufrimiento cada que ella enfermaba —lo cual no era raro, fue una mujer delicada de salud por mucho tiempo—, angustiado por perderla, lo que en 1963 debido a un cáncer de laringe ocurre. Es ahí donde Caraco se entrega a la escritura como salida a sus sentimientos, produciendo una serie de aforismos dolorosos. En ellos se aprecia su sentir desgarrado, al punto incluso de parecer insensible. La obra se tituló Post Mortem. En dicha obra se observa su relación y sentimientos hacia sus padres. Por ejemplo, se lee cuando “la Señora Madre” era incinerada: “…ahora que se disuelve, finalmente y por primera vez duerme sin sueños”. En su dolor acusa al padre, pues a él: “lo lastima el menor de los recuerdos, los meses finales le ocultan los años, la máscara de la muerte ofusca las luces de una vida cien veces más larga, entre dos irrealidades elige la peor y toma la desgracia por la verdad suprema. ¿Me atreveré a decirle que se engaña? ¿Qué prueban las semanas oscuras? Sólo dan prueba de sí mismas y no testimonian ni contra lo que antecedió ni contra el sueño que las seguirá eternamente”. También en su dolor acusa a su madre: “Me pregunto si la quiero y me veo forzado a responder: No, le reprocho que me haya castrado…” (Caraco, 2006a, págs. 16-17). Como se ha señalado desde el inicio, la existencia de nuestro estudiado escritor se limitó a la de sus padres, pues en innumerables ocasiones no se detuvo para dejar en claro que se sostenía vivo sólo por atención y respeto hacia sus progenitores. Luego de la muerte de su madre, anunció: “Si una mañana mi padre no se despertara, yo lo seguiría de buen grado” (Navarro, 2006, pág. 9). Así fue: en septiembre 7 de 1971 luego de morir su padre, al día siguiente —algunos autores y tímidos biógrafos sugieren que fue pocas horas después del deceso— y a lado de éste, ingiere un puñado de barbitúricos y decidido, se quita la vida cortándose la garganta [5]. Tenía 52 años.
SU OBRA
¿Por qué me hice escritor? Porque tenía algo que decir y que, además, estaba presa de la desesperación, mi trabajo me impidió destruirme voluntariamente, por lo menos hasta esta hora…
(Caraco, 1975, pág. 13)
La obra de Caraco es fundamentalmente autobiográfica, dolorosa, cruda, incluso incómoda por su exceso de pesimismo y lucidez lacerante, que va desde conmover y reflexionar hasta irritar y sentir desesperanza. Sus textos están cubiertos de elementos complejos donde la cobardía, el falso optimismo, la hipocresía de la sociedad, la soledad infinita del Hombre y su interminable e infértil autocompasión prevalecen. En Caraco se aprecian fuertes influencias de Nietzsche, Baudelaire, Camus, Cioran, entre otros a quienes enaltecía. En sus textos acusa al ser humano de ser el artífice de su corrupta condición, de su desmedido odio, de su inevitable derrota. “Hay que redefinir al Hombre y repensar el mundo, pero ya es demasiado tarde, incluso para soñar con ello” (Caraco, 2006, pág. 97), sentenció.
Sus primeras obras reconocidas nacen en Brasil: dos tragedias: Inés de Castro y Les Martyrs de Cordoue, en 1941. Al año siguiente, en Buenos Aires publica, con ilustraciones realizadas por él, una serie de poemas y cuentos: Le Cycle de Jeanne d’Arc, Le Mystèred’Eusèbe y Retour de Xerxes. Para 1967 publica L’Homme Galant, texto difícil, un tratado de moral, pesimista, densa y crudamente claro. Es una oda a la misoginia encubierta por premisas acerca del cortejo y la caballerosidad, desviándola hacia la villanía y explotación del género femenino. En L’Homme de Lettres expresa su rechazo al artista contemporáneo, atado al trabajo y al dinero, atrapado por el Estado.
Probablemente su obra más representativa es su diario íntimo, Post Mortem, que incluye otros textos. Justo Navarro (2006), en su introducción a la obra, subraya que en Caraco la catástrofe de la ausencia, en una imagen y relación con una madre-amante, protectora, amiga, verdugo de quien no duda en identificarse incluso a imitar y desear su estado inanimado. Escribió Caraco: “Debemos olvidar a nuestros muertos en tanto que muertos, pero nos está permitido seguir su modelo y perpetuar sus obras, lo demás son melindres”. Y en las últimas líneas lo deja más claro: “Mi madre se ha convertido en el altar donde, a mi pesar, ya había de ofrecerme a ese principio del que ella ignoraba ser el anuncio en la tierra”. (Caraco, 2006, pág. 49). En dicho texto se encuentra el ensayo titulado “Lo Deseable y lo Sublime”, donde el hombre sabio es aquel entregado, masoquista, perdido en ideales que no le pertenecen. Por otro lado, “Escritos Sobre Religión” es una serie de ideas hipercríticas, mordaces, directas y ácidas hacia la moral religiosa y sus representantes [6], por mencionar sólo algunos de sus textos. Sus ensayos sobre filosofía y política son ásperos, críticos y sin tapujos. Por ejemplo definió al nacionalismo como:
“el arte de consolar la masa de no ser más que una masa y de presentarle el espejo de Narciso: nuestro futuro romperá ese espejo” (Caraco, 2006, pág. 90).
En otro lado sostuvo:
“Nuestras revoluciones son puramente verbales y cambiamos las palabras para darnos la ilusión de estar reformando las cosas, tenemos miedo de todo y de nosotros mismos, encontramos la manera de eliminar la audacia yendo más allá de la audacia y tener ocupada la locura exagerando la locura” (Caraco, 2006, pág. 30).
Finalmente, en Ma Confession se define: “Tengo 50 años, y es ahora o nunca para volver a mí mismo. No me gusta la vida y no me acuerdo haber sido amado, la idea de que podría morir en cualquier momento fue mi consuelo, y mientras el tema se acerca aumenta mi alegría, tengo prisa en dejar este mundo. Aparte del trabajo del espíritu, nada me apega a la existencia (…) mi piel no me pertenece, mi sexo ante mis ojos es un extranjero…” (Caraco, 1975, pág. 11).
ENSAYO PSICOANALÍTICO
La soledad es una de las escuelas de la muerte
(Caraco, 2006, pág. 7)
Como observamos, a pesar de su escasa biografía, podemos apreciar diferentes elementos para comprender la naturaleza de la personalidad de nuestro malogrado escritor. La existencia de Caraco osciló en cambios constantes de residencia, de país en país dentro de una fantasía de destrucción antisemita en el padre –si bien creada bajo elementos reales, propios de la época, distorsionada o magnificada a un grado paranoide—. José Caraco, un hombre rígido que bajo el miedo que le impulsó con su familia a huir en un afán protector y auto-protector, fue lastimando las identidades, pertenencias y relaciones tanto de sí mismo, como de su esposa y de su entonces joven hijo.
Así, las ideas de destrucción, rechazo, prejuicio y abandono fueron marcando en Albert Caraco una serie de reacciones internas ante las cuales la necesidad de des involucrarse de las cosas, las calles, las personas y de sí mismo, en su relación con los objetos, activó mecanismos derivados de la escisión que podemos observar en su postura contradictoria y rechazante ante el pueblo judío, las mujeres, sus padres y ante sí mismo (Antinucci, 2004; Böhm, 2010).
De lo anterior, creo que el vínculo con sus progenitores fue, más que singular, siniestro. Caraco no representaba a sus padres en relación de vida, al anticipar con terror y deseo su muerte, donde lo vital se convirtió en algo totalmente indiferente, secundario, intrascendente. Por ello, la idea del deceso de éstos le daba tanto un sentido de existencia como a la vez activó el anhelo de morir y unírseles [7], siendo en ese sentido la producción obsesiva —el escribir horas completas a diario auto obligado— como el suicidio una defensa o solución ineficaz ante el desmoronamiento interno (Abraham, 1911; Fenichel, 1945). En tal caso, la fusión con los padres a través de la muerte fue un anhelo preciado, incluso esperado. Citemos a nuestro escritor de nueva cuenta:
“La vida eterna es un sinsentido, la eternidad no es la vida, la muerte es el reposo al que aspiramos, vida y muerte están ligadas, aquellos que demandan otra cosa piden lo imposible y no obtendrán más que humo como su recompensa. Nosotros, quienes no nos contentamos con palabras, consentimos en desaparecer y aprobamos este consentir, no elegimos nacer y nos consideramos afortunados de no sobrevivir en ninguna parte a esta vida, que nos fue impuesta más que dada, vida llena de preocupaciones y de dolores, de alegrías problemáticas o malas…” (Caraco, 2008, pág. 6).
En ese sentido entenderíamos al suicidio de Caraco como el clímax del erotismo negativo el cual en diferentes momentos lo podemos observar en su rechazo a la sexualidad en pareja, la misoginia extraordinaria, la afinidad con la pena de muerte y la insaciable expresión del negativismo en el ser humano y la sociedad [8]. Probablemente esta visión representaba una manera de negar las bondades del sentido común, la vida tradicional, las estructuras familiares estándar y las relaciones productivas de pareja. Involucrarse en valencia positiva con su mundo representaba un riesgo demasiado alto ante la posibilidad del desmoronamiento. En ese sentido, las ansiedades anticipatorias eran tan terroríficas que el mecanismo menos enloquecedor era el invalidar la vida tradicional del ser humano, renunciar a lo espiritual y volcarse contra los valores universales: no es que Caraco no quisiera vivir, necesitaba morir (Bonner, 2006).
De nueva cuenta, la peculiar relación de Albert Caraco con su madre estructuró una representación de la misma escindida: seductora, atractiva y con claras insinuaciones incestuosas parcialmente realizadas en los mimos y trato de ésta al joven Caraco, y por el otro lado una madre odiada, castrante, negativa con respecto a las mujeres y a lo sexual, que lo infantilizaba y controlaba, engolfante, posesiva, incluso destructiva; llegando Caraco a intentar resolver dicho dilema hacia su madre desplazando y, por lo tanto, encubriendo dicho odio hacia ella, intercambiándolo hacia el género femenino y tomando el rechazo a lo copulatorio como formación de compromiso —al rechazar la sexualidad abandona la posibilidad de alejarse de su madre—. De la misma manera, la preocupación activa por la madre y el terror a perderla produjo un aislamiento y negativismo social, así como una progresiva desvitalización de sí mismo y de su entorno. A ello debemos añadir a un padre evitativo, fóbico, prejuicioso y seguramente auto invalidado de la escena edípica, lo cual magnifica lo antes dicho (Miller, 1953; Rochlin, 1953; Sandler, Daunton & Schnurmann, 1957; Tyson, 1994).
Por otro lado, creo que el escribir para Caraco siempre fue insuficiente, pues jamás fue una vía resolutoria para atenuar sus angustias, su soledad, sus odios, su tristeza [9]. Su obra al ser cruda, directa y trágica le impedía resolver sus fantasías, las cuales cuando se expresan elaborativamente, evitan la acción y dejan de ser en contenido repetitivas (Freud, 1907; Grinberg & Cols., 1971; Greenwald & Harder, 1997). De esta manera, la escritura se convirtió en un intento compulsivo de solucionar fallidamente su conflictiva paranoide, su agresión interna, la relación tendencia suicida-depresión, la operación de componentes narcisistas en la motivación a quitarse la vida, su autodefinición de víctima-victimario y cómo percibía a la humanidad entera.
Asimismo, los patrones suicidas son correlativos al componente del agresor introyectado —los padres representados como agresores en uno de los polos de la escisión—. Al entenderse como víctima del mundo, sus padres y el destino organizan un núcleo donde se estructura un falso self. En tal caso el suicidio representa una destrucción del falso self como una forma de cumplir los propósitos dinámicos de saberse víctima —castrado por su madre, judío errante, incomprendido, solo, etc.— y eliminar su contraparte de victimario [10]. A mi entender, esto habla de fallas graves en la representación de las relaciones de objeto, que evidentemente incide en su propia representación (el self) y en el entendimiento de las cosas. Todos, incluso él mismo (su falso self) ,eran antagónicos, dígase sociedad, género femenino, razas, la humanidad entera:
“Una vez que la gente sea persuadida de que sus hijos serán más infelices que quienes los engendraron, y sus nietos aún más infelices, una vez que sean persuadidos de que no hay más remedio en el universo, de que la ciencia no hará milagros y de que el Cielo está tan vacío como su bolsa, de que todos los religiosos son unos impostores y de que todos los gobernantes son estúpidos, de que todas las religiones están rebasadas y de que todas las políticas son impotentes, se abandonarán a la desesperanza y vegetarán en la incredulidad, pero morirán estériles. Ahora bien, la esterilización parece ser la forma que la salvación toma, y sin la desesperanza y sin la incredulidad los hombres no consentirán nunca en volverse estériles, las mujeres menos todavía, es el optimismo quien nos mata y el optimismo es el pecado por excelencia. La negativa a confiar y la negativa a creer acarrean indefectiblemente la negativa a engendrar, es un nexo que se niega e incluso aquellos que quisieran despoblar el mundo, antes de que sea demasiado tarde, no osarán profesar esta relación de conveniencia. He aquí por qué nadie actúa sobre las causas ni deplora los efectos que éstas implican como inevitables consecuencias” (Caraco, 2008, pág. 6).
En ese sentido creo que las representaciones de objeto fueron integradas de manera fragmentada, en partes aisladas, escindidas, situación que creaba diferentes valencias bajo angustia: necesidad de aprecio, cercanía y amor absoluto, así como uniones cuasi simbióticas, y por el otro desprecio, odio e indiferencia a sus objetos primarios y a su ambiente, el cual era inseguro e inconsistente, (Blatt, 1974; Kernberg, 1976; Gilbert & Cols., 1996; Gunderson & Cols., 2004). Tal situación le generó a Caraco un horror a la soledad, pero específicamente a aquella que la ausencia de sus padres le ocasionaría, pues de alguna manera seleccionó una retirada del mundo desde años antes de su suicidio en una posición asceta, desinteresado de la vida y la sociedad que no aceptaba y repudiaba. Esto quiere decir que su horror a la soledad se volcó en su contrario: un horror a la convivencia. En tal caso durante su vida se erigieron, a partir de todas sus experiencias de pérdidas, muertes, cambios y tensiones diversas, como una serie de identificaciones con lo muerto en interacción con una siniestra necesidad de afirmación, donde la muerte es la única solución psíquica. Todas sus frustraciones, miedos, dolores y angustias, sus decepciones y odios, sus repudios y malestares los llevó a su cuerpo, siendo por ello éste el receptor de todo: odiándolo, rechazándolo, enfermando, atacándolo, matándolo-matándose. Asimismo, la imposibilidad de haber establecido lazos de amor con nadie —amistades significativas, pareja, etcétera— le facilitó mucho más su retirada del mundo (Dolto, 1984; Ann, 1989; Kaslow & Cols., 1998; Bell, 2001; Maltsberger & Cols., 2011; Bergstein, 2013). Lo escribió en Post Mortem: “Mi amor sólo se dirige de la santa indiferencia y ya no me confundo con ella, mi vida entera es una escuela de la muerte” (2006a).
CONCLUSIÓN
El Horror tiene cómplices
(Caraco, 1975, pág. 19)
Como lo sostiene en un ensayo sobre la obra de Caraco, Tomás Ramón (2011) escribe: “Caraco es un maldito, no un escritor que incorporó el malditismo como etiqueta para vender más e insuflar rebeldía impostada a sus lectores, sino un maldito que no tiene lugar en las estanterías y que ha sido deportado de las librerías” (s/p). La existencia trágica de nuestro estudiado escritor de nueva cuenta nos invita a una interesante reflexión en torno a la polémica acerca de la existencia, o no, de la llamada pulsión de muerte.
Independientemente de si estamos a favor o en contra de dicho concepto, podemos observar cómo la idea de la muerte “cobró vida” en los escritos de Caraco y, no sólo eso, en más de un sentido se convirtió en un motivo, la meta última, anhelada por él: “Tendemos a la muerte como una flecha al blanco, y no fallamos jamás” (Breviario del Caos II, pág. 8).
Caraco no murió para dejar de existir, Caraco se quitó la vida para ingresar a un estado de unión y fusión, donde las ausencias de sus padres dejaron de proveerle el único asidero que tenía para significar su vida. Muertos los padres, para Caraco no había otro camino a seguir, que el del destino de sus progenitores, adelantando el último respiro por cuenta propia.
Albert Caraco ha seguido muerto para todos quienes, como muchos, han sido extraños tanto a él mismo como a su obra, alejada de nuestro idioma la mayoría de sus textos. Su natural pesimismo tuvo un funesto éxito que lo arroja como a su versión de la naturaleza humana en la oscuridad de sus letras, en un vacío negro lleno de soledad, dolor y hastío reflejado en sus ensayos, donde la muerte, su compañera de vida, necesitaba hacerse presente y cubrir con su sombra todo lo que él mismo había dejado de entender como vivo: “Rodaremos unidos en las tinieblas sin retorno y el pozo de sombra nos acogerá, a nosotros y a nuestros dioses absurdos, a nosotros y a nuestros valores criminales, a nosotros y a nuestras ridículas esperanzas” (Caraco, 2006, pág. 17).
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[1] Psicoanalista. Supervisor de Psicoterapia Psicoanalítica. Depto. Psiquiatría. Universidad Autónoma de Nuevo León, villarrealhernandez@terra.com
[2] Nota sobre las referencias de Caraco: Salvo aquellas que aparecen en Brevario del Caos y Post Mortem las cuales son del traductor Rodrigo Santos, el resto son realizadas por mí.
[3] “nací para mí entre 1946 y 1948, fue entonces cuando abrí mis ojos al mundo, hasta ese momento me encontraba ciego” (Caraco, 1975, pág. 12).
[4] A pesar de escribir mayormente en francés, Caraco los aborrecía, y nunca se detuvo en su empresa por devaluarlos, lo que se encuentra en casi toda su obra. Parte de su rechazo fue por el mezquino rechazo de la comunidad intelectual francesa a la obra por él escrita, llegando en ocasiones a pagar por ser publicado. Sólo enaltecía la Francia entre 1600 y 1800 (Llera, 2010, pág. 12).
[5] Billé, un explorador de la obra de Caraco niega dicho método afirmando que se ahorcó. Sin embargo, es la única referencia que difiere de las demás (ver Ramón, 2011).
[6] Escribió: “Nuestras religiones no nos sirven para nada y los creyentes no tienen razón de ser…” (Caraco, 2006, pág. 22).
[7] Esto lo entendemos desde lo que B. D. Lewin (1953) concebía como el “sueño primordial”, que consiste en una ligazón entre la pulsión de muerte y el placer, siendo el suicidio la meta a cumplir para que este sueño, que está antes de todo y antes de todos ocurra. Son anhelos de fusión donde se regresa incluso a lo inanimado, en fusión con los padres que ya no existen en este caso.
[8] Dos obras de Caraco altamente interesantes y en las cuales se observa sus dilemas en torno al sexo y el papel de la madre en la organización de su propia genitalidad inhibida, incoherente, contradictoria y fóbicamente integrada son L’Ordre et le Sexe (1970) y su desarrollo sobre la obra de Kraft Ebing: Supplément à la Psychopathia Sexualis.(1983).
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