Kreskin
Houdini no es el único mago que derivó su nombre artístico del de Robert-Houdin. Cuando estudiaba en el instituto, un jovencito llamado George Joseph Kresge modificó su nombre para una actuación escolar, añadiendo otra K en honorHarry Kellar y las dos letras finales de Robert-Houdin. El resultado fue Kreskin, que con el tiempo se convirtió en uno de los más brillantes mentalistas. Pero hubo un tercer mago que le sirvió de modelo. Cuando aún era un muchacho con las rodillas desgarradas, cubiertas de mercromina, estaba fascinado por Mandrake.
Fue su primer y verdadero maestro. El problema es que Mandrake era un mago de papel. De modo que el aprendizaje como mago del futuro Kreskin fue verdaderamente peculiar.  No se inició con los libros que explican las técnicas de la magia, ni entre las bambalinas de los teatros, ni trabajando como ayudante de otro mago, ni asistiendo a una escuela de magia. Se inició leyendo las tiras cómicas y tebeos de Mandrake, y remedando ante el espejo, durante horas, los gestos del mago justiciero.
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Lo que Mandrake le podía enseñar era el papel de mago. Gestos rápidos e hipnóticos, de súbita efectividad.
¿Recordáis sus aventuras? Mandrake era un mago teatral, de escena. Trabajaba en los teatros en una época en la que la doble función diaria constituía una norma. Carecía de tiempo libre. No sólo porque era muy dado a intervenir en galas benéficas, sino también porque apenas descansaba entre una sesión y la siguiente. ¿Cuándo ensayaba? Difícil es saberlo, pues pasaba el tiempo peleando contra una interminable sarta de facinerosos y forajidos que parecían hacer cola a la puerta de su camerino. La turba incluía diversas categorías de gánsteres, científicos locos y extraterrestres de paso por la tierra.
Una de las características del personaje es que empleaba una misma indumentaria, similares procedimientos e idénticos gestos en la escena y en la calle. De manera que la figura de Mandrake al ejecutar un juego de magia podía servir de plantilla para aquella otra viñeta en la que dejaba fuera de combate a un forajido.
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Como veremos más adelante, esta inserción de la magia en la vida cotidiana tendrá gran importancia para el futuroKreskin. En ambos casos, en el teatro y fuera de éste, los gestos enérgicos y la mirada potente del hipnotizador lograban trasformar su bastón en un ramo de flores o convertir las armas de los malhechores en serpientes que se revolvían contra ellos, o en hierro candente que les quemaba las manos.
Como ilusionista, Mandrake era increíblemente rápido, sin solución de continuidad entre su gesto hipnótico y el efecto que provocaba. Las acciones intermedias desaparecían. Naturalmente, el lector no se percataba porque el público sólo percibe las acciones finales, no los pasos intermedios. Hay toda una bolsa de tiempo invisible de la que el ilusionista dispone para plasmar su propio juego.
En las artes de la ficción, el dominio del tiempo permite proponer un mundo propio, distinto y verosímil. De hecho, hay muchas más similitudes entre la magia y el comic. Ambas artes comparten la capacidad de visualizar lo imposible.
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El joven Kreskin imitó los gestos hipnóticos de Mandrake para crear la ilusión de la magia. Eran gestos imponentes, rotundos, pero no provocaban efecto mágico alguno. Faltaban las viñetas sucesivas, aquellas en las que se desencadenaba lo imposible, en las que los objetos levitaban, las paredes eran atravesadas y la manguera del jardín ascendía hasta el cielo como la cuerda india.
En la soledad de su cuarto de ensayo, ante el espejo, Kreskin se convirtió en un Mandrake impotente. Un observador no hubiera adivinado si practicaba magia o tai-chi.  Sus gestos eran los de un mago, pero no tenían consecuencias. Al menos exteriormente. Hasta que se preguntó dónde sucedían realmente los prodigios tan familiares a los seguidores del tebeo. Por supuesto, en las viñetas sucesivas, pero sobre todo en la mente de los lectores. Esta fue la gran lección que le enseñó Mandrake: la verdadera ilusión está en la mente.
De manera que decidió hacerse mentalista y empezar por solicitar la ayuda de los espectadores: “Quiero que me hagan un favor, señores y señoras: Cédanme durante unos minutos su imaginación.”
¿Quiere ello decir que era capaz de adentrarse en las mentes y sacar algo en claro de las circunvoluciones del cerebro? Yo también quiero pediros un favor. Cededme un momento vuestra imaginación, no la desboquéis, no saquéis consecuencias precipitadas: los ilusionistas no hacen milagros, sino misterios. Como los dibujantes de comics.

Lee Falk había creado a Mandrake el Mago en 1934. Contaba sólo 19 años y estaba estudiando en la universidad. Las mentes de Falk y de Kreskin tenían en común que eran jóvenes, flexibles y dúctiles cuando iniciaron sus respectivas carreras.
Kreskin estaba en la escuela, Falk en los primeros años de universidad. Kreskin actuaba en eventos locales, Falkdibujaba historias para publicaciones locales igualmente. A Kreskin le fascinaba Mandrake, y a Falk también.
Porque Mandrake existía. Sí, sí, existía realmente. Falk dijo alguna vez que el nombre de Mandrake, en español Mandrágora, se lo sugirió la lectura de un poema de John Donne. La mandrágora es una planta cuya raíz evoca la forma humana, y a la que se han conferido poderes mágicos en distintas épocas y culturas.
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También dijo que había inventado el personaje en el aislamiento de su habitación y se había servido de lo que veía en el espejo. Es decir: de él mismo.
Pero la realidad es que, desde doce años antes, un mago con el nombre de León Mandrake actuaba, y lo hacía con fortuna. Era la época dorada del vaudeville. Todavía resistía el empuje del cine y aún no existía la televisión, de manera que la gente buscaba diversiones fuera de casa.
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León dominaba varias especialidades de la magia: la escena y la manipulación, también el escapismo; era ventrílocuo e incluso tragafuegos y, por supuesto, practicaba el mentalismo. Debutó en 1922, en New Westminster, Columbia Británica, cuando sólo contaba once años. Recorrió el país de arriba abajo con el espectáculo de Ralph Richards.
El atuendo del Mandrake de carne y hueso fue el patrón con el confeccionaría el Mandrake de papel su sombrero de copa, el finísimo bigote de un solo trazo, el frac y la capa escarlata forrada. Es decir, su aspecto exterior era calcado. Incluso la primera mujer de León se llamaba Narda, como la pareja del Mandrake de papel.
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Parece ser, pues, que fue León el mago quien sirvió de modelo para concebir al mago Mandrake, un personaje que encarna el mito del hombre libre del siglo XX. ¡Sólo un mago podía aspirar a la libertad en un siglo marcado por los totalitarismos!
¡Qué curiosa es la inspiración!  Como una paloma que parte pero siempre regresa. Así, el Mandrake de papel inspiraría a otro mago de carne y hueso que renovaría el mentalismo, lo adaptaría a los nuevos medios y, fundamentalmente, a la televisión. Me refiero, por supuesto, a Kreskin.
A pesar de sus declaraciones chocantes, Lee Falk siempre actuó en connivencia con León. Fueron grandes amigos. Años más tarde, conoció a Kreskin, cuando ya no era un muchacho que imitaba los gestos que él dibujaba, sino un maduro hacedor de prodigios inexplicables. Cuando le vio actuar, Falk declaró que Kreskin era la realización ideal de su personaje de ficción.
En cierto modo, León era un mago figurativo y Kreskin un mago más abstracto y conceptual. El ilusionismo había recorrido el mismo camino que el resto de las artes del siglo XX.
Para entonces, León había abandonado los teatros, cada vez más vacíos por la competencia del cine. Adaptó su espectáculo con éxito a las salas de fiestas, actuando para un público que compartía su atención hacia lo que sucedía en la pista con el alcohol y el sexo.
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Cuando el empuje implacable de la televisión fue clausurando los night clubs y desterrándole de las discotecas, Leónadquirió el espectáculo del mago Alexander, ya retirado.  En la televisión trabajó como mentalista en los años 50, y lo intentó de nuevo en los 60, pero acabó su carrera pronunciando conferencias sobre ocultismo.
No logró adaptarse al nuevo medio. Su estilo se había fraguado en el escenario y resultaba, tal vez, ampuloso y exagerado en una pequeña pantalla que trasladaba el espectáculo a la sala de estar.
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Esta fue la segunda lección que aprendió Kreskin del Mandrake de ficción, un mago para el que no existía una cuarta pared que dividiera el teatro y la calle. Su programa El mundo mágico de Kreskin (The Amazing World of Kreskin, 1970-1975) se mantuvo en antena casi seis años ininterrumpidos.
Kreskin se reía cuando comentaba que su programa preferido había sido uno que hizo al final de la cuarta temporada, en el que todo falló. Fue también el que tuvo una mayor cota de audiencia. Los espectadores siguieron hablando del programa durante semanas, y los medios de comunicación le dedicaron un espacio inusitado.
“Fue entonces –declaró– cuando me di cuenta de que verdaderamente había comprendido en qué consistía actuar para la televisión.”
Intentó dar lo mejor de sí mismo, enfrentándose, con los gestos hipnóticos de Mandrake, a productores desalmados y anunciantes poco escrupulosos, a la pereza y la vulgaridad. La historia se repetía.