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BEFORE WATCHMEN o Hagamos que Alan Moore se retuerza en su tumba… aunque siga vivo.

BEFORE WATCHMEN o Hagamos que Alan Moore se retuerza en su tumba… aunque siga vivo.

(Varios escritores y dibujantes, DC, 2012)

 Adrián “Pok” Manero


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Para hablar de este polémico proyecto que durante varias semanas dio mucho qué comentar, cabe mencionar aunque sea brevemente la obra que lo originó. En 1986, el medio del comic dio el salto hacia la madurez con la publicación de dos trabajos en particular: The Dark Knight Returns de Frank Miller y Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons. Mucho se ha hablado de éste último, de cómo revolucionó al medio estructuralmente desafiando las convenciones y cómo elevó la complejidad acostumbrada en el noveno arte. Una deconstrucción del género superheróico, incorporaba un análisis profundo en la psicología de sus personajes y temas que exploraban desde el nihilismo hasta el fascismo inherente en la noción de ponerse un traje y salir a partirle la cara a quien, según uno mismo, está haciendo el mal.

Esta historia de un grupo de superhéroes muy humanos que van desentramando una conspiración de proporciones monstruosas es quizá más conocida hoy en día a través de la fallida adaptación fílmica a cargo de Zack Snyder (2009), pero su relevancia va mucho más lejos. En su momento hizo que la crítica “seria” volteara a ver al ámbito del comic y se diera cuenta de que había cosas que valía la pena observar con detenimiento. No por nada, casi veinte años después fue incluida en la lista de las 100 mejores novelas de todos los tiempos según la revista Time, reconociendo el valor literario de la única novela gráfica incluida en dicho listado.
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Pero no todo en la historia es positivo. Los conflictos legales respecto a los derechos sobre los personajes fueron parte de los motivos para que Moore terminara toda relación con la editorial eventualmente. En 2010, DC le ofreció a los autores recuperar los derechos a cambio de realizar una precuela y una secuela, cosa que al escritor oriundo de Northampton no le interesaba, defendiendo la integridad literaria de su obra como un trabajo completo y no un producto sin fin como el resto de los comics de superhéroes. Mas esto no le impidió a la editorial seguir adelante con sus planes.
 Alan Moore
Reuniendo a un gran número de escritores y dibujantes de primer nivel se desarrolló este proyecto que, a pesar de las buenas intenciones de los artistas involucrados en homenajear a uno de los mejores comics de la historia, apesta a intereses comerciales y a ganas de sacarle más dinero a los pobres fanboys. Siendo uno de ellos, quien escribe la presente reseña se vio ante una gran dificultad: ¿debería apoyar tan atroz empresa comprando los comics del proyecto? ¿O sería mejor unirse a Moore en su rechazo al mismo? Porque, hay que resaltar, algunos de los talentos involucrados son en verdad excepcionales. Por cuestión de principios, decidí no contribuir monetariamente al mucho o poco éxito que la faena pudiera tener, mas esto no me impidió leer el material publicado, cortesía de un amigo que sí decidió comprar los comics. De este modo, me dispongo a comunicarle al apreciable público que lee estas palabras mis impresiones.
Quisiera empezar por el final, literalmente, pues las últimas dos páginas de casi todos los números fueron dedicadas a contar la historia del Curse of theCrimson Corsair, historia de piratas inspirada en el comic-dentro-del-comic que fue Tales of the Black Freighter en la serie original. Aunque decir inspirada es darle mucho crédito. A diferencia de los suplementos en cada capítulo de Watchmen o del mismo comic de piratas que se relacionaba de manera metatextual con la historia principal, estas páginas sobran por completo. Las primeras entregas fueron escritas por Len Wein, legendario escritor de los años 70 quien fungió como uno de los editores de la obra en 1986, pero poco después abandonó la historia dejándola por completo a cargo del dibujante John Higgins, quien también colaboró en el trabajo original como colorista. Con una historia repetitiva y nada original, es lo peor de todo el proyecto. No aporta nada y sólo deja un mal sabor de boca.
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Wein también se hizo cargo de otras partes del proyecto, una de ellas fue el one-shot de Dollar Bill, el cual no formaba parte del plan inicial y cuya publicación respondió más que nada, yo supongo, a las exacerbadas ganas de vender más que se vieron avivadas en el calor del momento. Afortunadamente se trata de un solo número, pues poco hubiera faltado para que le dieran su propia miniserie a un personaje que en Watchmen no pasa de ser más que una anécdota trágicamente cómica. El arte de Steve Rude (co-creador de Nexus) le da sobriedad, mas no la suficiente como para hacer indispensable su lectura.
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Lamentablemente, la brevedad con que se abordó a Dollar Bill no se repitió en la miniserie de Ozymandias, en la que Len Wein nos cuenta prácticamente todo lo que ya sabíamos, la historia completa de Watchmen, pero a través de los ojos de Adrian Veidt, el personaje titular. Solamente rellenando algunos huecos en su historia, su aportación es mínima y no nos revela nada que no supiéramos. Una vez más es el lado gráfico el que medianamente rescata el resultado final, pues es Jae Lee quien dejando a un lado su pesado uso de sombras nos muestra una representación muy colorida de Ozymandias y su entorno. Aunque tampoco es nada memorable.
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El siguiente de los escritores en cuyos hombros recayó el peso de esta precuela múltiple fue J. Michael Straczynski, quien estuvo a cargo de tres títulos. Moloch, miniserie de sólo dos números, fue otra de esas cosas lanzadas a la mitad del proyecto sin haber formado parte de la planeación inicial. Por esto mismo, no sorprende a nadie que la historia no tenga gran chiste. En ella se nos revela cómo el villano de poca monta se convirtió en un daño colateral. El argentino Eduardo Risso hace las veces de ilustrador, con su talento natural para retratar la vida en los bajos círculos del crimen.
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En Nite Owl, Straczynski explora el pasado de Dan Dreiberg, personaje tan aburrido en sí mismo que tuvo que meter a Rorschach en la historia, dándole el privilegio de tener casi casi dos precuelas. Muy al estilo Tim Drake para volverse Robin, Dan deduce la identidad secreta del Nite Owl original y se vuelve su discípulo. Si bien nos revela aspectos de la niñez de Dreiberg y parte de la gradual radicalización de Walter Kovacs en su camino a volverse por completo Rorschach, tampoco nos deja gran cosa. El arte corre a cargo de Andy  Kubert entintado por su padre Joe Kubert hasta que este murió a la mitad del trabajo (dando pie a un comunicado oficial de DC que sonó más como anuncio de Before Watchmen que como una sincera condolencia). Es bueno, pero en lo personal siempre me ha gustado más cómo dibuja el otro hermano Kubert, Adam.
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Por último, Straczynski nos dio Dr. Manhattan, miniserie con la cual se lució. Si bien el dibujo del grandioso Adam Hughes (quien, fiel a su especialidad, dibuja una Silk Spectre bellísima) no decepciona para nada, la historia es excelente. Física cuántica, planteamientos teóricos, realidades alternas, cambios de perspectiva (literales, pues en un momento hay que dar vuelta al comic y empezar a leerlo de cabeza y hacia atrás; en otro hay que seguir dos narrativas paralelas, casi idénticas); todo esto contribuye a una experiencia agradable, lúdica y muy experimental.
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Después viene Brian Azzarello, autor reconocido sobre todo por 100 Bullets. SuRorschach me pareció nefasto: anacrónico (pues Kovacs todavía no se ha radicalizado del todo pero ya escribe su diario bajo el nombre de su alter ego), mal desarrollado (se introducen elementos que al final se resuelven apresuradamente) e innecesario. Independientemente de la reacción típica delfanboy que grita enardecido “¡tal personaje nunca se comportaría de tal o cual forma!” como si él lo hubiera creado, sí me parece que las acciones de Walter Kovacs en la historia no nos dejan nada, no le dan mayor profundidad ni arrojan una luz nueva o diferente sobre él. Lee Bermejo es quien se encarga de levantar esta obra, con su dibujo tan detallado y realista. Además, en al menos en dos de los cuatro números, siguió la pauta planteada por Gibbons en la serie original al hacer de la portada la primera viñeta de la historia, incorporándola a la narrativa.
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Por otra parte, con Comedian, Azzarello saca a relucir su talento para escribir personajes ambiguos que son a la vez carismáticos y detestables. En lugar de la salida fácil y poco sutil que utilizó Zack Snyder en su versión fílmica, en la que sugiere que Eddie Blake fue quien asesinó a JFK, aquí se nos presenta como un amigo íntimo de los Kennedy, el cual llora la muerte del presidente al inicio de una historia en la cual se le da una gran profundidad a un personaje de por sí complejo, llevándonos a su lado a presenciar los horrores de Vietnam, las protestas, las revueltas y la cara de la violencia, para al final poner al Comedian en una encrucijada: ¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar para preservar su modus vivendi? O dicho de otra forma, ¿qué es más fácil, traicionar a sus principios o a sus deseos? J. G. Jones se encarga del lado visual, con su estilo realista y acomodo de viñetas que hacen que la historia fluya libremente.
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Por último, llegamos a Darwyn Cooke. ¿Quién mejor que el autor de DC: The new frontier para mostrarnos distintas caras del pasado? En Silk Spectre, acompañado de la maravillosa Amanda Conner, nos cuenta una historia de sueños adolescentes a través de Laurie Jupiter. Huyendo de su opresiva madre, la joven descubre el amor y una semblanza de felicidad a través del San Francisco de los años 60: flower power y cultura hippie en todo su esplendor. Con una complejidad en la trama que hace interactuar imágenes y palabras de una forma tan íntima como en Watchmen, Cooke crea una auténtica historia de origen que logra explicar de manera lógica y sencilla cómo fue que el personaje llegó a ser el que conocimos después. Por su parte, Conner se lleva un aplauso al emular el estilo gráfico de Gibbons, replicando el uso de la cuadrícula de nueve viñetas por página que se ocupa en cada página del original. Claro está, se permite experimentar un poco en el número tres, cuando un viaje ácido altera las percepciones tanto de Laurie como del lector al hacerlo romper el orden preestablecido y rígido que las viñetas habían manejado hasta ese momento.
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Y para terminar, Minutemen. Por mucho la mejor de las precuelas, en este caso escrita y dibujada por Cooke, con ese estilo retro que tan bien le sale y logra evocar la ingenuidad de la Edad de Oro. Pero no se trata de un festín de nostalgia pues, al contrario, nos muestra un panorama mucho más sórdido que lo que se alcanza a atisbar en los flashbacks de Watchmen, en donde se veía el esplendor que los vigilantes enmascarados gozaron en los años 40. Lo cual nos hace preguntarnos, ¿por qué no sabíamos de todo esto? La respuesta se presenta sola en la impactante conclusión, justificando el sentido de nostalgia que esta época representa en la obra original magistralmente. Cooke logra darle no sólo profundidad a cada uno de los personajes, sino también relevancia: hace que nos importen. Y gráficamente, recurre al leit motif visual del círculo, reminiscente al reloj/carita feliz de la obra de Moore y Gibbons.
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En resumen, los resultados fueron muy variados. Algo interesante es que si bien todas las miniseries se basan en la historia principal de Watchmen, crean su propia continuidad al incorporar elementos compartidos entre varios de los títulos, interrelacionándose entre sí de maneras ingeniosas y haciendo de este elaborado proyecto algo interesante que va más allá del afán descarado por vender. Se nota el gran esfuerzo editorial y de los artistas por hacer obras de calidad que estuvieran a la altura de su predecesora. Si bien no todas lo lograron, al menos queda el consuelo de que unas cuantas buenas historias fueron contadas. Ahora le corresponde a cada quién decidir qué postura tomar al respecto, mientras esperamos que no se les ocurra sacar la tan temida secuela.

Elaborado por Oscar Perez

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