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Poetas malditos - Rimbaud: poeta maldito, poesía sublime

Rimbaud: poeta maldito, poesía sublime



La obra del poeta francés Arthur Rimbaud es tan trascendente como breve: prácticamente son dos libros, "Una Temporada en el Infierno" e "Iluminaciones", los que fundamentan la fama de un autor cuya vida fue casi tan singular y cautivante como su obra poética.
Pero en Rimbaud, éste casi abarca una distancia inmensa, la diferencia entre un creador talentoso y un artista verdaderamente genial. La importancia de su obra opaca de forma definitiva cualquier anécdota biográfica por colorida que ésta sea, y su influencia es claramente perceptible en una pléyade de artistas posteriores, no sólo en la literatura, sino en otras disciplinas como la música, el teatro y la pintura.
Jean Nicholas Arthur Rimbaud nace el 20 de octubre de 1854 en Charleville, al noreste de Francia. A media semana se cumplieron 150 años de su nacimiento. Su padre, un oficial del ejército que había estado comisionado en Argelia, domina el idioma árabe a tal grado que hace una traducción al francés del Corán, misma que será estudiada por su hijo tiempo después.
La madre de Rimbaud es una mujer rígida y autoritaria, lo que influye en el espíritu rebelde del joven poeta, que escribe sus primeros textos a los 10 años. En 1869 obtiene un premio y compone su primer poema: "Les étrennes des Orphelins", que aparecerá publicado en Revue pour Tous en enero del año siguiente. En esta época conoce a Georges Izambard, un maestro idealista que lo anima a leer a Hugo y Rabelais. Es una época llena de actividad literaria, durante la cual Rimbaud escapa de su hogar en un par de ocasiones para trasladarse a París, donde comienza a publicar sus poemas en algunos diarios y revistas literarias.
No obstante, su precaria situación lo obliga a regresar a Charleville, en donde pasa el tiempo en la biblioteca local leyendo libros sobre socialismo, alquimia, esoterismo y novelas licenciosas, para gran escándalo de los bibliotecarios. Tiempo después decide enviar al poeta Paul Verlaine una carta y algunos de sus poemas, lo que le vale una invitación para trasladarse a la casa de Verlaine en París (quien estaba casado).
Poco a poco surgirá una tormentosa relación entre ambos, matizada por los excesos y extravagancias de Rimbaud. Verlaine abandona a su esposa y ambos se trasladan a Londres; el hachís y el opio ahora se suman al ajenjo que impregna la poesía escrita durante este periodo. La madre de Verlaine acusa a Rimbaud de corromper a su hijo -a pesar de que Verlaine era 10 años mayor- y de ser el causante del fin de su matrimonio. Rimbaud abandona a Verlaine un par de veces, pero acaba regresando a su lado.
Finalmente, en 1873 durante una estancia en Bruselas, ocurre una violenta disputa en la que Verlaine dispara a Rimbaud, hiriéndolo en la mano y terminando definitivamente con su relación. Como colofón de la historia, Verlaine es enviado a prisión por dos años, mientras que Rimbaud regresa a la granja de su madre en Roche, Francia, en donde terminará de escribir "Una Temporada en el Infierno" (ambos volverían a verse años después, en un fugaz encuentro en Alemania, en el que Verlaine intentó infructuosamente convertir a su antiguo compañero al catolicismo).
El público cinéfilo recordará que hace un par de años se exhibió en Monterrey la película "Eclipse Total", dirigida por Agnieszka Holland, y protagonizada por Leonardo Di Caprio como Rimbaud y David Thewliss como Verlaine. La mayoría de los críticos coincide en calificarla como una cinta mediana, aunque para los interesados en la vida del poeta francés quizá valga la pena como complemento a una buena biografía, como la de Graham Robb.
Para 1874 Rimbaud ya ha renunciado a la literatura para dedicarse a una vida de viajes y aventuras: viaja por Europa, se vuelve explorador y emprende distintas expediciones por África; es, sucesivamente, capataz, comerciante, traficante de armas y de esclavos, y otras cosas más, en un periodo que concluirá en 1891, cuando al descubrírsele un tumor en la rodilla derecha sufre la amputación de la pierna. Poco después es internado en el Hospital de la Concepción en Marsella, en donde muere el 10 de noviembre a la edad de 37 años.
La influencia de Rimbaud en generaciones de artistas posteriores ha sido decisiva y evidente, desde Dylan Thomas hasta Jim Morrison. Este influjo se debe a su vida, en buena medida, pero es especialmente su poesía visionaria y exaltada la que justifica en forma plena la persistencia de su nombre. Pues como poeta, la importancia de Rimbaud es equiparable a la de Mallarmé y muy probablemente a la de Baudelaire. Su poesía posee una vitalidad salvaje y desbordada, una originalidad inusual y, sobre todo, una riqueza que parece inagotable. Nada hace pensar que semejante caudal de alucinaciones, invocaciones y cantos pueda agotarse, aunque numerosos críticos han leído en algunos fragmentos específicos de ambos libros un adiós a la literatura escrito entre líneas.
A la hora de hablar o escribir sobre Rimbaud, es casi inevitable que en algún momento surgirá la palabra "precocidad". Se trata ciertamente de un artista precoz, pero esto no es evidente en su obra. Al contrario, el poeta Arthur Rimbaud no tuvo infancia ni adolescencia: su obra aparece desde sus inicios marcada por una sólida madurez. Un claro ejemplo de ello es el siguiente fragmento del poema "El Barco Ebrio", escrito en 1871: Vi estallar en los cielos el relámpago, el nombreque divide la tarde, las resacas airadas; el alba como pueblo de palomas borradasy acaso vi en todo esto lo que cree ver el hombre. Contemplé el sol cubierto de místicos horroresiluminar extensos sedimentos violetas; tiñendo así la huida de las olas secretascomo en el drama antiguo se movían los actores.
Sueño, en la verde noche, con la nieve incesante. En los ojos del mar lentos besos ascienden,circulan, inauditas, las savias que se prendenal despertar dorado el fósforo cantante.

El otro punto que siempre aparecerá intrínsecamente ligado al nombre de Rimbaud será el de lo reducido de su obra, pues en sólo dos libros se cifra su legado como poeta. Que la fama de un escritor se encuentre cimentada tan sólidamente en una obra literaria tan escueta no es tan extraño; autores canónicos como Juan Rulfo o J.D. Salinger también deben su fama a sólo un puñado de libros excepcionales. (Por cierto, Rimbaud, Salinger, Rulfo... el caso del escritor vuelto ágrafo es el tema de un excelente libro del autor catalán Enrique Vila-Matas titulado "Bartleby y Compañía", una obra que vale la pena leer).

Lo que sí resulta verdaderamente extraordinario es que la totalidad de esta producción literaria haya sido compuesta a una edad tan temprana: antes de cumplir los 20 años, Rimbaud ya había escrito toda su obra -la anteriormente citada "precocidad", desmentida en cada palabra, en cada línea de cada uno de sus poemas.
A una edad en que incluso muchos otros grandes artistas inician su vida creativa, produciendo tímidos esbozos que apenas permiten vislumbrar el futuro esplendor, Rimbaud ya había alcanzado una plenitud tal que agotó cualquier posibilidad de seguir avanzando en el terreno literario. Había llegado al final de su camino a la misma edad en que tantos otros apenas iniciaban el suyo.
La única alternativa posible era emprender una nueva búsqueda, una nueva aventura alejada de las letras. Abandonó la poesía porque no había nada más que valiera la pena decir.
"Es preciso ser absolutamente moderno. Ni un solo cántico: mantener el paso ganado", escribió en "Adieu", al final de "Una Temporada en el Infierno" y actuó consecuentemente, marcando profundamente a un sinnúmero de artistas que habrían de venir después.
Muchas veces sería cuestionado al respecto -sobre todo cuando Verlaine publicó "Iluminaciones" de manera "póstuma", creyéndolo muerto en algún lugar de África-, pero nunca miraría atrás. El poeta Arthur Rimbaud yacía sepultado en el olvido. Un ciclo tan breve como brillante había concluido, extinguiéndose como las estrellas más brillantes en el firmamento, que después de brillar intensa pero fugazmente finalmente se consumen y se apagan para siempre.Desde las páginas de "Una Temporada en el Infierno" e "Iluminaciones" nos asaltan el fervor, la singularidad y la sensualidad; el lector sensible se conmueve y no puede evitar pensar que tal intensidad sólo puede provenir de un loco... o de un iluminado. Es el resplandor del genio que se aventura hasta donde pocos se atreven a llegar, y que después de haber descendido a las regiones infernales asciende entonando una canción que reverbera con fuerza y claridad hasta nuestros días.


SOL Y CARNE


¡Si volviera el tiempo, el tiempo que fue!
Porque el hombre ha terminado, el hombre
representó ya todos sus papeles.
En el gran día, fatigado de romper los ídolos,
resucitará, libre de todos sus dioses,
y, como es del cielo, escrutará los cielos.
El ideal, el pensamiento invencible, eterno,
todo el dios que vive bajo su arcilla carnal
se alzará, se alzará, arderá bajo su frente.
Y cuando le veas sondear el inmenso horizonte,
vencedor de los viejos yugos, libre de todo miedo,
te acercarás a darle la santa redención.
Espléndida, radiante, del seno de los mares,
tú surgirás, derramando sobre el Universo
con sonrisa infinita el amor infinito,
el mundo vibrará como una inmensa lira
bajo el estremecimiento de un beso inmenso...
El mundo tiene sed de amor: tú la apaciguarás,
¡oh esplendor de la carne! , ¡oh esplendor ideal
¡Oh renuevo de amor, triunfal aurora
en la que doblegando a sus pies los dioses y los héroes,
la blanca Calpigia y el pequeño Eros cubiertos con
nieve de las rosas
las mujeres y las flores su bellos pies cerrados!

UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO(Fragmento)
Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín
Donde todos los corazones se abrían, donde corrían
Todos los vinos.

Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. -Y
La encontré amarga.- Y la injurié.
Tomé las armas contra la justicia.
Huí. ¡Oh brujas, oh miserias, oh rencor a vosotros
Fue confiado mi tesoro!

Logré que se desvaneciera de mi espíritu toda
esperanza humana. Salté sobre toda alegría, para
estrangularla, con el silencioso salto de la bestia feroz.
Llamé a los verdugos para morder, al morir, la
Culata de sus fusiles. Llamé a las plagas para ahogarme
Con arena, con sangre. La desgracia fue mi dios.
Me revolqué en el fango. Me sequé con el aire del
crimen. Y jugué unas cuantas veces a la demencia.
Y la primavera me trajo la horrible risa del idiota.

Pero, hallándome recientemente a punto de lanzar
el último gallo, se me ocurrió buscar la llave del
Antiguo festín, donde quizá recuperara el apetito.
La caridad es esa llave. -¡Esta inspiración demuestra
Que he soñado!
"Seguirás siendo hiena, etc....", exclama el
demonio que me coronó con tan amables amapolas.
"Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egoismo,
y todos los pecados capitales."

Ah, demasiado harto estoy de eso: -Pero, querido
Satán, te conjuro: ¡una pupila menos irritada!
Y, en espera de algunas pequeñas infamias que se
Demoran, para ti que prefieres en el escritor la ausencia
De facultades descriptivas o instructivas, desprendo
Estas horrendas hojas de mi cuaderno de condenado.


A la música 

Plaza de la Estación, en Charleville
A la plaza que un césped dibuja, ralo y pobre, y donde todo está correcto, flores, árboles,los burgueses jadeantes, que ahogan los calores, traen todos los jueves, de noche, su estulticia.
-La banda militar, en medio del jardín,con el vals de los pífanos el chacó balancea:-Se exhibe el lechuguino en las primeras filasy el notario es tan sólo los dijes que le cuelgan.
Rentistas con monóculo subrayan los errores: burócratas henchidos arrastran a sus damas a cuyo lado corren, fieles como cornacas,-mujeres con volantes que parecen anuncios.
Sentados en los bancos, tenderos retirados,a la par que la arena con su bastón atizan, con mucha dignidad discuten los tratados ,aspiran rapé en plata , y siguen: «¡Pues, decíamos!...»
Aplastando en su banco un lomo orondo y fofo, un burgués con botones de plata y panza nórdica saborea su pipa, de la que cae una hebra de tabaco; -Ya saben, lo compro de estraperlo.
Y por el césped verde se ríen los golfantes, mientras, enamorados por el son del trombón, ingenuos, los turutas, husmeando una rosa acarician al niño pensando en la niñera...
Yo sigo, hecho un desastre, igual que un estudiante, bajo el castaño de indias, a las alegres chicas: lo saben y se vuelven, riéndose, hacia mí, con los ojos cuajados de ideas indiscretas.
Yo no digo ni mú, pero miro la carnede sus cuellos bordados, blancos, por bucles locos: y persigo la curva, bajo el justillo leve, de una espalda de diosa, tras el arco del hombro.
Pronto, como un lebrel, acecho botas, medias... -Reconstruyo los cuerpos y ardo en fiebres hermosas.Ellas me encuentran raro y van cuchicheando... -Mis deseos brutales se enganchan a sus labios...

El ángel y el niño 
 
El nuevo año ha consumido ya la luz del primer día;
luz tan agradable para los niños, tanto tiempo esperada y tan pronto olvidada,
y, envuelto en sueño y risa, el niño adormecido se ha callado...
Está acostado en su cuna de plumas; y el sonajero ruidoso calla, junto a él, en el suelo.
Lo recuerda y tiene un sueño feliz:
tras los regalos de su madre, recibe los de los habitantes del cielo.
Su boca se entreabre, sonriente, y parece que sus labios entornados invocan a Dios.
Junto a su cabeza, un ángel aparece inclinado:
espía los susurros de un corazón inocente y, como colgado de su propia imagen,
contempla esta cara celestial: admira sus mejillas, su frente serena, los gozos de su alma,
esta flor que no ha tocado el Mediodía :
«¡Niño que a mí te pareces, vente al cielo conmigo! Entra en la morada divina;
habita el palacio que has visto en tu sueño;
¡eres digno! ¡Que la tierra no se quede ya con un hijo del cielo!
Aquí abajo, no podemos fiamos de nadie; los mortales no acarician nunca con dicha sincera;
incluso del olor de la flor brota un algo amargo;
y los corazones agitados sólo gozan de alegrías tristes; 
nunca la alegría reconforta sin nubes y una lágrima luce en la risa que duda.
¿Acaso tu frente pura tiene que ajarse en esta vida amarga, las preocupaciones turbar 
los llantos de tus ojos color cielo y la sombra del ciprés dispersar las rosas de tu cara? 
¡No ocurrirá! te llevaré conmigo a las tierras celestes,
para que unas tu voz al concierto de los habitantes del cielo. 
Velarás por los hombres que se han quedado aquí abajo. 
¡Vamos! Una Divinidad rompe los lazos que te atan a la vida.
¡Y que tu madre no se vele con lúgubre luto;
que no mire tu féretro con ojos diferentes de los que miraban tu cuna;
que abandone el entrecejo triste y que tus funerales no entristezcan su cara,
sino que lance azucenas a brazadas,
pues para un ser puro su último día es el más bello!»
De pronto acerca, leve, su ala a la boca rosada...
y lo siega, sin que se entere, acogiendo en sus alas azul cielo el alma del niño,
llevándolo a las altas regiones, con un blando aleteo.
Ahora, el lecho guarda sólo unos miembros empalidecidos, en los que aún hay belleza,
pero ya no hay un hálito que los alimente y les dé vida. 
Murió... Mas en sus labios, que los besos perfuman aún, se muere la risa,
y ronda el nombre de su madre;
y según se muere, se acuerda de los regalos del año que nace.
Se diría que sus ojos se cierran, pesados, con un sueño tranquilo.
Pero este sueño, más que nuevo honor de un mortal, 
rodea su frente de una luz celeste desconocida,
atestiguando que ya no es hijo de la tierra, sino criatura del Cielo.
¡Oh! con qué lágrimas la madre llora a su muerto
¡cómo inunda el querido sepulcro con el llanto que mana! 
Mas, cada vez que cierra los ojos para un dulce sueño,
le aparece, en el umbral rosa del cielo, un ángel pequeñito que disfruta 
llamando a la dulce madre que sonríe al que sonríe.
De pronto, resbalando en el aire, en tomo a la madre extrañada, 
revolotea con sus alas de nieve
y a sus labios delicados une sus labios divinos.



El baile de los ahorcados 



En la horca negra bailan, amable manco, 
bailan los paladines, 
los descarnados danzarines del diablo; 
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.
¡Monseñor Belzebú tira de la corbata
de sus títeres negros, que al cielo gesticulan, 
y al darles en la frente un buen zapatillazo 
les obliga a bailar ritmos de Villancico!
Sorprendidos, los títeres, juntan sus brazos gráciles: 
como un órgano negro, los pechos horadados , 
que antaño damiselas gentiles abrazaban, 
se rozan y entrechocan, en espantoso amor.
¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza , 
trenzad vuestras cabriolas pues el tablao es amplio, 
¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla! 
¡Furioso, Belzebú rasga sus violines!
¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!
Todos se han despojado de su sayo de piel: 
lo que queda no asusta y se ve sin escándalo.
En sus cráneos, la nieve ha puesto un blanco gorro.
El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas; 
cuelga un jirón de carne de su flaca barbilla: 
parecen, cuando giran en sombrías refriegas, 
rígidos paladines, con bardas de cartón.
¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos! 
¡y la horca negra muge cual órgano de hierro! 
y responden los lobos desde bosques morados: 
rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno...
¡Zarandéame a estos fúnebres capitanes
que desgranan, ladinos, con largos dedos rotos, 
un rosario de amor por sus pálidas vértebras: 
¡difuntos, que no estamos aquí en un monasterio! .
Y de pronto, en el centro de esta danza macabra 
brinca hacia el cielo rojo, loco, un gran esqueleto, 
llevado por el ímpetu, cual corcel se encabrita 
y, al sentir en el cuello la cuerda tiesa aún,
crispa sus cortos dedos contra un fémur que cruje 
con gritos que recuerdan atroces carcajadas,
y, como un saltimbanqui se agita en su caseta, 
vuelve a iniciar su baile al son de la osamenta.
En la horca negra bailan, amable manco, 
bailan los paladines, 
los descarnados danzarines del diablo; 
danzan que danzan sin fin 
los esqueletos de Saladín.
 

La brisa


En su retiro de algodón,
con suave aliento, duerme el aura: 
en su nido de seda y lana, 
el aura de alegre mentón
Cuando el aura levanta su ala,
en su retiro de algodón
y corre do la flor lo llama
su aliento es un fruto en sazón.
¡Oh, el aura quintaesenciada! 
¡Oh, quinta esencia del amor!
¡Por el rocío enjugada,
qué bien me huele en el albor!
Jesús, José, Jesús, María.
Es como el ala de un halcón
que invade, duerme y apacigua 
al que se duerme en oración.


¡La hemos vuelto a hallar!...


¡La hemos vuelto a hallar!
¿Qué?, la Eternidad.
Es la mar mezclada
con el sol.
Alma mía eterna,
cumple tu promesa
pese a la noche solitaria
y al día en fuego.
Pues tú te desprendes
de los asuntos humanos,
¡De los simples impulsos!
Vuelas según..
Nunca la esperanza,
no hay oriente.
Ciencia y paciencia.
El suplicio es seguro.
Ya no hay mañana,
brasas de satén,
vuestro ardor
es el deber.
¡La hemos vuelto a hallar!
-¿Qué?- -La Eternidad.
Es la mar mezclada
con el sol.


Ofelia

Versión de Umberto Toso
 
I
En las aguas profundas que acunan las estrellas, 
blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio, 
flota tan lentamente, recostada en sus velos... 
cuando tocan a muerte en el bosque lejano.
Hace ya miles de años que la pálida Ofelia 
pasa, fantasma blanco por el gran río negro; 
más de mil años ya que su suave locura 
murmura su tonada en el aire nocturno.
El viento, cual corola, sus senos acaricia
y despliega, acunado, su velamen azul;
los sauces temblorosos lloran contra sus hombros 
y por su frente en sueños, la espadaña se pliega.
Los rizados nenúfares suspiran a su lado, 
mientras ella despierta, en el dormido aliso, 
un nido del que surge un mínimo temblor... 
y un canto, en oros, cae del cielo misterioso.
II
¡Oh tristísima  Ofelia, bella como la nieve, 
muerta cuando eras niña, llevada por el río!
Y es que los fríos vientos que caen de Noruega 
te habían susurrado la adusta libertad.
Y es que un arcano soplo, al blandir tu melena, 
en tu mente traspuesta metió voces extrañas; 
y es que tu corazón escuchaba el lamento 
de la Naturaleza –son de árboles y noches.
Y es que la voz del mar, como inmenso jadeo 
rompió tu corazón manso y tierno de niña;
y es que un día de abril, un bello infante pálido, 
un loco miserioso, a tus pies se sentó.
Cielo, Amor, Libertad: ¡qué sueño, oh pobre Loca! .
Te fundías en él como nieve en el fuego; 
tus visiones, enormes, ahogaban tu palabra. 
–Y el terrible Infinito espantó tu ojo azul.
III
Y el poeta nos dice que en la noche estrellada 
vienes a recoger las flores que cortaste ,
y que ha visto en el agua, recostada en sus velos, 
a la cándida Ofelia flotar, como un gran lis.

Primera velada
 

Desnuda, casi desnuda; 
y los árboles cotillas 
a la ventana arrimaban, 
pícaros, su fronda pícara.
Asentada en mi sillón, 
desnuda, juntó las manos. 
Y en el suelo, trepidaban,
de gusto, sus pies, tan parvos.
-Vi cómo, color de cera,
un rayo con luz de fronda 
revolaba por su risa
y su pecho -en la flor, mosca ,
-Besé sus finos tobillos. 
Y estalló en risa, tan suave,
risa hermosa de cristal. 
desgranada en claros trinos...
Bajo el camisón, sus pies
-¡Basta, basta!» -se escondieron. 
-¡La risa, falso castigo 
del primer atrevimiento!
Trémulos, pobres, sus ojos 
mis labios besaron, suaves: 
-Echó, cursi, su cabeza 
hacia atrás: «Mejor, si cabe...!
Caballero, dos palabras...»» 
-Se tragó lo que faltaba 
con un beso que le hizo 
reírse... ¡qué a gusto estaba!
-Desnuda, casi desnuda; 
y los árboles cotillas 
a la ventana asomaban, 
pícaros, su fronda pícara.


Sensación



Iré, cuando la tarde cante, azul, en verano, 
herido por el trigo, a pisar la pradera; 
soñador, sentiré su frescor en mis plantas 
y dejaré que el viento me bañe la cabeza.
Sin hablar, sin pensar, iré por los senderos:
pero el amor sin límites me crecerá en el alma. 
Me iré lejos, dichoso, como con una chica, 
por los campos , tan lejos como el gitano vaga.
Marzo de 1870
Versión de Andrés Holguín

Sol y carne
 ¡Si volviera el tiempo, el tiempo que fue!
Porque el hombre ha terminado, el hombre
         representó ya todos sus papeles.
En el gran día, fatigado de romper los ídolos,
resucitará, libre de todos sus dioses,
y, como es del cielo, escrutará los cielos.
El ideal, el pensamiento invencible, eterno,
todo el dios que vive bajo su arcilla carnal
se alzará, se alzará, arderá bajo su frente.
Y cuando le veas sondear el inmenso horizonte,
vencedor de los viejos yugos, libre de todo miedo,
te acercarás a darle la santa redención.
Espléndida, radiante, del seno de los mares,
tú surgirás, derramando sobre el Universo
con sonrisa infinita el amor infinito,
el mundo vibrará como una inmensa lira
bajo el estremecimiento de un beso inmenso...
El mundo tiene sed de amor: tú la apaciguarás,
¡oh esplendor de la carne! , ¡oh esplendor ideal 
¡Oh renuevo de amor, triunfal aurora
en la que doblegando a sus pies los dioses y los héroes,
la blanca Calpigia y el pequeño Eros cubiertos con
                                                     nieve de las rosas
las mujeres y las flores su bellos pies cerrados!


Sueño para el invierno 1

                                                                               a ella...
En el invierno viajaremos en un vagón de tren
con asientos azules.
Seremos felices. Habrá un nido de besos
oculto en los rincones.
Cerrarán sus ojos para no ver los gestos
en las últimas sombras,
esos monstruos huidizos, multitudes oscuras
de demonios y lobos.
Y luego en tu mejilla sentirás un rasguño...
un beso muy pequeño como una araña suave
correrá por tu cuello...
Y me dirás: «¡búscala!», reclinando tu cara
-y tardaremos mucho en hallar esa araña,
por demás indiscreta.

Sueño para el invierno (otra versión)
                                                                                  A ella

En el invierno iremos en un vagoncito rosa
con almohadones azules.
Estaremos bien. Un nido de besos locos reposa
en cada una de las blandas esquinas.
hacer señas las sombras de la noche;
esas ariscas monstruosidades, populacho 
de negros lobos y negros demonios. 
Después sentirás tu mejilla rozada.
Un leve beso, como una loca araña,
te correrá por el cuello.
Y me dirás: «Busca», inclinando la cabeza;
y dedicaremos nuestro tiempo a encontrar 
ese animalito que viaja mucho.


auto → es
poeta

Elaborado por Oscar Perez

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