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Benni contra los insectos



La literatura se ha beneficiado más de una vez del fracaso de los futbolistas: he aquí uno más salido de esa cantera quien, ya cincuentón, juega en casi todas las posiciones de la literatura: novelista, cuentista, ensayista, poeta. Efraim Medina aprovechó una reciente visita a Italia para hacerle la siguiente entrevista exclusiva.
Benni contra los insectos
Edición N° 42

N° 42

Noviembre - Diciembre de 2002[ ver índice ]
Stefano Benni tenía previsto viajar este verano a la India en compañía de su hijo Nikki, pero una repentina invasión de insectos a su casa de Bolonia arruinó esos planes. Nikki, cuya madre es suiza, vive con Benni desde la separación de los padres cuando él no había cumplido cuatro años.

—No fue una decisión fácil —dice Benni—. Entonces yo era un animal de la noche: bebía seguido, iba con cada mujer que encontraba, amanecía en los bares... La madre de Nikki me preguntó si quería quedarme con el niño o se lo llevaba ella a Suiza. “Me lo quedo”, dije, y en ese instante cambié mi estilo de vida. Creo que uno hace de padre perfecto o hace de perfecto borracho.

Y hacer de padre perfecto incluye para Benni defender a su hijo de los insectos. La primera avanzada de bichos atacó a mediados de julio y le produjo a Nikki cientos de ampollas, fiebre de 40 grados y dolor en los huesos. Benni los enfrentó con métodos caseros y luego con insecticidas de varias marcas pero, aunque produjo bajas considerables, los bichos resistieron y las tropas de refuerzo no tardaron en llegar. Entonces Benni trasladó a Nikki a una clínica y llamó a un científico amigo, especialista en bestias minúsculas, que estuvo estudiando el comportamiento de los bichos hasta encontrar el flanco débil y eliminarlos. Para entonces ya no había tiempo de viajar y Benni optó por quedarse en la casa cuidando la recuperación de Nikki.

—Así que gracias a los insectos puedo hacer esta entrevista.

Benni sonríe y asiente. Es un hombre de mediana estatura, a sus 55 años se le ve fuerte y con ganas de seguir escribiendo. La mayor parte de la veintena de libros que conforman su obra están traducidos a los principales idiomas del mundo, y su última novela, Saltatempo, encabeza la lista de ventas en Italia. Así ha sido desde la publicación de ¡Terra!, su primera novela. Benni, aparte de vender, tiene un prestigio bien ganado como escritor grande; de hecho se le compara con autores de la talla de Mark Twain o Samuel Beckett y también con artistas como Woody Allen, Totó, Buster Keaton y los hermanos Marx. Aparte de novelas, Benni también ha escrito colecciones de relatos, ensayos y poemas.

—Usted ha escrito un ensayo sobre la imaginación y sus leyes. ¿Podríamos comenzar la charla con ese ensayo?

—Hace años con mi amiga Grazia Chetti, que por desgracia ha muerto, nos preguntábamos por qué la mayoría de veces el tema de la literatura era enfocado por críticos y profesores más hacía el terreno del estilo, la semiótica, el significado, etc., y no sobre las cosas que inspiran al escritor, sus pasiones y las cosas que lo han formado como persona. Se busca demasiado lo que hace a un escritor igual a otro y muy poco lo que lo hace diferente. Una crítica referencial es estúpida porque se basa en que un escritor tiene influencia de otro, o escribe bien o mal con relación a otro, lo cual es una tontería. La labor de criticar o enseñar debe basarse en los elementos internos y en la vitalidad de esos elementos, porque ya sabemos que todos los pantalones del mundo están hechos para quien tiene dos piernas.

—También hablaba en ese ensayo sobre los riesgos de perder la capacidad de imaginar. ¿Cuáles son esos riesgos?

—Empecé a pensar en eso al encontrarme en todas partes con gente que aseguraba no tener imaginación y que por ello admiraban mis novelas. Lo peor es que aceptaban haber perdido la fantasía sin preocuparse por ello, y yo les respondía que era imposible no tener fantasía e imaginación y que más bien ellos habían renunciado a tenerla y la habían dejado en manos de otros, lo cual era tan peligroso como vender el alma al diablo. Les conté que cuando había ido a los campamentos de desplazados en Ruanda vi cómo los niños, en esas condiciones tan difíciles, inventaban con lo poco que tenían a mano sus propios juegos y con eso trataban de sobrellevar aquella situación tan extrema. De allí surgió la idea de organizar seminarios de imaginación y después, en compañía de Grazia, visitamos un hospital psiquiátrico y empezamos a hablar con los locos sobre lo que imaginaban. Era increíble la capacidad de crear mundos que tenían y lo divertidos que eran.

—¿Y en qué consisten los seminarios de imaginación?

—Empezamos un pequeño grupo en Bolonia y ahora viene gente de todo el país. Son talleres de reflexión política, de la política de la vida, y la idea es que la gente pueda imaginarse a sí misma y pensar en lo que hace y en si vale la pena. Que incluso un abogado se pregunte sobre la rutina de su trabajo y sobre lo inútil que es, y sea capaz de pensar en algo más que salirse con la suya. Este año lo haremos sobre deseos que puedan desbordar nuestras metas racionales, porque creo que el problema de este país y del mundo es que nos quieren obligar a quedarnos con lo que ya existe, lo que ya se dijo y se escuchó, lo ya imaginado. De esta manera sólo consumimos las sobras y jamás tenemos ni imaginamos algo propio. Pero si imaginamos, deseamos, y los deseos te hacen alguien político porque debes pelear por eso que deseas.

—Pero en cierta forma el escritor vende su imaginación...

—No tiene que hacerlo, sino que entre el escritor y su lector hay dos imaginaciones y el lector responde a lo que lee con la suya. No puede existir un profesional de la imaginación y un idiota pasivo que la acepta. La relación escritorlector debe ser fuerte, creadora y hasta rabiosa. Se trata de un diálogo donde hay mucho por decir. Un verdadero escritor es alguien que reflexiona y provoca, no un tonto que escribe alguna historia para que otro tonto la siga igual que se sigue un programa de televisión. Leer y seguir no son la misma cosa. El mayor respeto que se puede tener al lector es no escribir tonterías y menos esas tonterías que se sacan de las noticias y se venden como literatura de carácter social. Hay que recordar que antes y después de escribir somos lectores e imaginadores y como tales tratamos de hacer valer nuestra propia opinión. Esto es importante en Italia porque tenemos la imaginación anestesiada por el confort y la tele.

Cesare, el fotógrafo de Milán que me acompaña, nos propone una pausa porque prefiere la luz natural y ya son las siete y media de la tarde. Benni y él discuten cuál sería el mejor sitio de la casa y luego de probar en la ventana y junto al muñeco, tamaño natural, que Benni tiene de John Belushi (vestido de Blues Brothers), deciden que salgamos. Benni llama a Nikki y luego nos conduce por las calles del barrio, un barrio perfecto para criar a un hijo, hasta un inmenso parque donde juegan en armonía cientos de niños y se besan cientos de novios y parlotean cientos de tías solteronas como si aparte de los insectos, ya derrotados por Benni y su amigo científico, nada pudiera amenazar aquel paraíso.

—¿Qué tipo de responsabilidad debe tener un escritor?

Se sienta en la hierba y se toma la cara con las manos, el sol lo encandila un poco y Cesare sigue disparando con su implacable Canon. Nikki se despide de todos y se aleja en dirección a una cancha de fútbol. Benni lo observa con expresión risueña, me pide repetir la pregunta y se toma tiempo para responder.

—No existen escritores neutrales hacia la realidad porque ninguno ha nacido en una cámara cerrada, así que si decides describir tu piscina es una decisión política. Sólo narrar la forma y el color de una fruta ya tiene un contenido político porque en lo que se narra hay una intención y eso lo cambia todo. Lo cierto es que hay muchas formas de ver la realidad. Algunos la ven desde muy arriba y otros creen estar cerca pero carecen de sensibilidad para captarla, porque la realidad no está en las noticias o en describir el frío de otros y pensar que por ello los representamos. Un escritor debe imaginar y provocar la imaginación de otros en relación con las cosas terribles que pueden pasarnos y cómo podemos enfrentarlas. El lector debe ser tocado en forma fuerte porque un libro debe cambiar, así sea un poco, a su lector.

—En sus libros —estoy pensando sobre todo en La cofradía de los celestinos— aparecen como personajes muchos niños y viejos. ¿Por qué le interesan tanto?

—Me interesan los niños como personajes porque son muy curiosos y tienen una capacidad natural de deformar la realidad para encontrar en ella la fascinación, el miedo y todo tipo de tesoros y sueños. Los viejos, por su parte, son como monstruos que le han perdido el sabor a la vida y los niños también son monstruos y ambos dependen de realidades que a ellos no les importan porque viven en otra dimensión. La literatura es un espanto, algo bueno que lees te mete en una situación de emergencia, te enfrenta a algo desconocido que te jala la chaqueta. Y así son los niños que siempre esperan que suceda algo y los viejos que hablan de la muerte sin temor, como los locos que parecen tristes y hablan de sus demonios a quien quiera escucharlos. 

—La comicidad es un elemento constante en sus obras y sé que un famoso crítico escribió alguna vez que usted no era un escritor serio, ¿qué respondió entonces?

—Me reí —dice y se ríe—. Algunos creen que lo cómico es banal, y lo es, pero en un sentido trágico, como un payaso que se suicida. Lo cómico es intranquilo y deforme, es noble y también vulgar y transgresor, pero a la vez moralista. Se piensa que lo cómico tiene que ver con lo fatuo, pero hay en la ironía más dolor que risa. La comicidad nace de una observación cercana de la gente y por eso debe tenerse mucho amor por la humanidad porque las personas vistas de cerca son monstruosas.

—Algunos comentaristas políticos dicen que sus obras son premonitorias, sobre todo cuando hablan de libros como Baol que, visto con perspectiva, parece una crítica avant la lettre al imperio mediático de Berlusconi.

—Hace 25 años yo venía hablando de Berlusconi y no porque sea adivino, lo que soy es, y todo escritor debería serlo, buen observador. Si sabes mirar las grietas en un muro quizá evites que te caiga encima. El escritor no es un profeta, como a veces se dice de Kafka, es alguien que sabe escuchar, que observa a fondo y puede avisar del peligro. El político impone un orden que el escritor debe romper. Basta estar en un bar escuchando a la gente para tener cierta idea del futuro. Apenas vi a Berlusconi supe que era lo peor de la modernidad, la modernidad suicida que cree saber lo que quiere la gente, que se siente capaz de resolver los problemas pero jamás atina y al final los problemas son peores. Berlusconi no es sólo un fascista sino alguien que empobrece el espíritu del mundo, porque carece de sensibilidad. Un hombre en el poder sin sensibilidad es lo peor, un hombre en el poder que no se interesa en el arte o la cultura es la muerte de un país. Ustedes en América Latina pueden entenderlo porque han tenido feroces dictaduras, pero recuerden que ahora los dictadores usan traje y corbata.

—De cualquier modo, criticar a Berlusconi no le ha impedido tener líos con la izquierda italiana...

—Creo que para conservar la dignidad y el respeto un escritor debe ser independiente, estar lo más lejos posible de los políticos y la televisión porque ya sabemos que ni a los polí­ticos ni a la tele les interesa la literatura. Aparte de no afiliarme a ningún partido, dije hace años, y ya sabes que no soy adivino, que buena parte de la izquierda terminaría siendo lo peor de la derecha. Hoy basta con echar una ojeada a Bolonia para saber si estaba equivocado.

Echo una ojeada al perfecto verde del prado, a los dulces besos de los novios, al suave parloteo de las tías, a la cancha de fútbol donde una veintena de chicos rubios juegan y, entre ellos, está Nikki. Luego voy más allá, dirijo la mirada hacia los distantes edificios con sus bellos pórticos y de fondo el impecable azul del cielo que empieza a oscurecer.

—Se vive bien aquí —digo, y Benni asiente.

—Se puede vivir bien en cualquier parte —dice—. Hay que pensar en el precio, en cuánto estás dispuesto a pagar por el confort y en si vale la pena.

Hay un breve silencio que Cesare aprovecha para preguntar a Benni dónde se puede beber algo. Nos propone ir al bar. Ayudo a Cesare a guardar su equipo, luego Benni nos indica el camino y dice que nos alcanza en seguida. Mientras avanzamos entre novios y tías vemos a Benni llegar a la cancha de fútbol y hablar con Nikki. Uno de los chicos rubios le lanza el balón a Benni y éste lo recibe y hace algunas filigranas antes de regresarlo. Benni abraza a Nikki y luego se despide de todos con la mano en alto y viene trotando hacia nosotros. En un viejo artículo de la revista Pulp, que me prestó la jefa de prensa de Feltrinelli (la casa editorial de Benni), leí que antes de convertirse en escritor Benni era una promisoria figura del fútbol juvenil italiano y jugaba en la serie C con su amado Bologna F. C. Después vino una terrible lesión en la rodilla derecha.

—Sabes que a Julio Iglesias le pasó igual.

—¿Qué cosa?—pregunta un agitado Benni.

—Era portero en la segunda del Atlético de Madrid y le rompieron la rodilla.

—Lo sé —dice Benni y antes de continuar espera que su respiración se normalice—. Hoy esas lesiones las curan en tres semanas... Al menos no decidí ser cantante.

El Bar da Gigi es un poco oscuro, por lo que optamos por una mesa cerca de una ventana. Benni bromea con el dueño y luego trae a la mesa una botella de cabernet casero y tres vasos. El bar tiene un salón al fondo donde hay varias mesas llenas de viejos que juegan cartas, sobre cada mesa hay una nube de humo. Benni nos sirve, brindamos y bebemos. Cesare quiere hacer una foto de los viejos que juegan, pero Benni le dice que no es buena idea. Le pregunto sobre su rutina de escritor.

—Trabajo por la noche cuando Nikki duerme porque de día hago de papá. Cuando era joven me resultaba fácil escribir pero ahora que envejezco es cada vez más difícil, me siento más responsable y cada palabra pesa como plomo. Sí, es más difícil ahora, más lento pero a la vez más bello, reescribo mucho y pienso que cada libro será el último. Los escritores de hoy se quejan del poco tiempo que tienen para escribir, y yo me río de esos escritores llorones. También se quejan del poco caso que les hacen los medios, de la escasa promoción que hacen las editoriales, ¿te imaginas lo que era escribir en la Edad Media? ¿Te imaginas la gente que escribía en medio de la guerra? Lloran porque quieren salir en la televisión, pero ser escritor en Europa ahora es muy cómodo. Hacer de víctima es sólo un modo de llamar la atención. ¿Cuántos de esos escritores llorones han estado en la cárcel por algo que han escrito? La historia de la literatura es la historia de escritores que jamás fueron publicados o recibieron dinero por sus obras, que debieron hacer su oficio en la oscuridad y la pobreza. Los escritores europeos de hoy son caprichosos, se les publica cualquier cosa que escriben, se les paga bien pero aparte quieren ser estrellas de la tele como Berlusconi.

—¿Y qué opina de los premios literarios?

—Es obvio que están para calmar la vanidad, pero no convierten a nadie en escritor. Algunas editoriales los financian para premiar y promocionar a sus propios escritores, y esto es un chiste. Si Feltrinelli organizara un premio y yo lo ganara, ¿qué pensarías? No confío en un premio orquestado por una editorial porque, aunque algunas editoriales se interesan en la calidad literaria, a la mayoría sólo les interesa vender. No digo que vender sea malo, pero que sea el único objetivo de un editor...

—Sé que tuvo una novia colombiana y que hace años hizo un viaje por Suramérica. ¿Sigue al tanto de lo que nos pasa?

—No sé cuánto habrá cambiado pero recuerdo que estando allá la sensación era de incertidumbre: uno no sabía qué iba a pasar dos horas después. La gente era pobre pero vital y la situación me recordaba a la Italia de postguerra. Lo peor de una guerra es olvidarla porque en seguida viene algo mucho peor. Apenas los italianos hemos olvidado todo el horror sufrido, ha empezado la era Berlusconi y, por desgracia, mi profecía es que lo de Berlusconi terminará muy mal. Hace quince años que no voy a América, así que mi idea de ustedes es muy literaria y eso no es bueno aunque tampoco es necesario entender todo. He pensado a veces que allá se mueven en dos velocidades, una lenta donde parece que no pasa nada y, después de un largo tiempo, todo se mueve de repente y es terrible. La otra cosa es el dominio de Estados Unidos sobre ustedes. A pesar de que amo muchas cosas de la cultura americana, creo que su idea de controlar el mundo es suicida. Nosotros también vivimos bajo el chantaje de Estados Unidos, y Estados Unidos es un país enloquecido que quiere borrar a todas las otras culturas y enseñarle al mundo lo que debe hacer. Pero basta mirar con cuidado la historia de Estados Unidos para saber que sus aliados han terminado siempre peor que sus enemigos. Estados Unidos ha demostrado ser estúpido e ineficaz para asumir la responsabilidad del destino humano. Nuestro deber, y puede sonar cómico, es defender con las armas de la cultura una posibilidad de vida.

—Cuando le comenté a un periodista de Milán mi intención de entrevistarlo me dijo que tuviera cuidado, ¿por qué tanta prevención?

—En cierta forma tengo la culpa pero me ayuda a mantenerlos a raya. La gente de los medios que trabaja en cultura es la que menos idea tiene de cultura. Su especialidad es la farándula y en su desmedida ignorancia creen que un actor, presentador o escritor de la tele tiene alguna importancia y sirve para algo y que, por el contrario, la literatura es una pérdida de tiempo. Una vez rompí una cámara de televisión y allí empezó toda mi leyenda. Recuerdo que estaba con Nikki en una librería y mientras me distraje comprando un libro, dos periodistas metieron al niño en un rincón para preguntarle qué significaba para él ser el hijo de un escritor famoso. Cuando me di vuelta la cámara estaba aplastando la nariz de Nikki. Entonces se las arranqué y la hice pedazos. En otra ocasión, a la salida de un concierto otro par de periodistas me pusieron su cámara al frente, y uno me dijo que no había leído mis libros pero que me daba veinte segundos para decir algo a la cámara y hacerme famoso. Yo le respondí que si no se iba en diez segundos le iba a dar por el culo. Así que si te preguntan diles que te traté mal y hasta te amenacé con un rifle de cacería.

—Pero los críticos en general hablan bien de sus libros. ¿Qué opinión le merecen?

—Jamás he puesto mucha atención a la crítica. No creo que sea serio alguien que debe escribir cada semana al menos sobre un libro. Prefiero a los lectores que se meten en un libro sin pensar en otro y lo viven y luego deciden si es bueno o no, si les sirvió de algo o es mejor tirarlo a la basura. Mi mayor alegría es saber que me leen los jóvenes, que gente entre los 17 y los 40 años sienten afecto por mis libros. A diferencia de los críticos y de los viejos, que más que leer quieren competir con los libros, el lector joven es apasionado y libre de prejuicios.

—Usted aprecia mucho a Kafka, pero sus libros resultan muy coloridos en relación con los del checo. ¿Qué tienen en común Benni y Kafka?

—Él era un buen observador y sus historias siempre rayaban en la locura. Sus personajes eran medidos pero muy cómicos. Yo estoy lleno de mucha fantasía que debo controlar: mi orquesta tiene 100 instrumentos y muchas veces los he puesto a sonar todos al tiempo y esto quizá sea un error. Ahora intento ser menos colorido y pensar más en blanco y negro, manejar la gama de grises que son, a mi modo de ver, los tonos preferidos de Kafka. Quiero que suenen sólo los instrumentos necesarios para que la melodía resulte más eficaz.¡Terra! es mucho más colorido que mis últimos libros. Esto no significa que sea mejor o peor porque creo que uno con el tiempo no escribe mejor sino de otra forma.

—Usted me ha dicho que el escritor suramericano que más le gusta es Juan Carlos Onetti. ¿De los más recientes le gusta alguno?

—He tratado de leer a Isabel Allende pero es muy aburrida. Marcela Serrano es peor... Creo que se debe tomar distancia de ciertas fórmulas. Un escritor debe saber que la violencia como hecho inmediato es una tontería. No puedo imaginarme a un escritor más incapaz que aquel que saca sus novelas de las noticias o piensa que ser testigo de un crimen lo convierte en poeta. Estamos en un mundo donde es difícil tener esperanzas y no creo que meterle retórica a lo que dice el noticiero sirva de mucho. 

—Supongamos que le pido un decálogo. ¿Qué incluiría en él?

—La locura y la sorpresa de estar vivo y el dolor que esto entraña y la alegría que vence por instantes ese dolor. Siempre he sentido que mi religiosidad está más ligada a los hombres que a Dios. Entonces esa posibilidad de encontrar a alguien bueno, generoso, que puede hacer cosas que no esperas me ayuda a aceptar el mundo... sobre todo si se trata de rubias que miden un metro setenta y cinco y no paran de reír. 

—¿Y qué excluiría?

—Este nuevo tipo de poder donde la palabra humanidad no tiene cabida, este tipo de fascismo funcional y bien vestido que nos controla a través de la economía y de armas que nos apuntan desde lo invisible. Todo eso concentrado en unas pocas personas que parecen llegadas de otro planeta y de verdad que son alienígenas porque ya no viven en la Tierra, sino en pequeñas galaxias a 200 metros de altura con vista al mar. Odio eso porque es el reino de la muerte, la muerte vestida por Armani y Valentino. Ellos quieren apagar nuestros deseos y esperanzas en nombre de un poder suicida...

Mientras Benni habla una mosca se posa en el borde de su copa de vino. Cesare saca la cámara y trata de hacerle una fotografía, pero justo antes de hacer clic la mosca levanta vuelo y zumba sobre mi cabeza. Cesare, con el ojo pegado a la cámara, la busca, pero la mosca gira cada vez más rápido y de repente cae sobre la mesa. Benni, con una pequeña pistola de agua en la mano, ríe. La mosca patalea un poco y luego se queda inmóvil. 

—¿Qué contiene?—pregunta Cesare mirando la pistola.

Benni guarda la pistola en el bolsillo de su camisa, mete el dedo en su copa de vino y echa una gota sobre la mosca que empieza otra vez a moverse y luego emprende el vuelo hacia el salón de los viejos jugadores.

—Es algo que preparó mi amigo científico para controlar la invasión de pulgas que tuvimos este verano. Él ha buscado toda su vida algo que permita un equilibrio entre hombres e insectos para que puedan vivir juntos sin que se fastidien entre sí. No es sólo un hombre de ciencia, es un filósofo y ama a estas pequeñas criaturas, así que no quiere matarlas. Me ha enseñado que sin insectos la vida no sería posible, pero que debe haber un control. Esta sustancia que disparé a la mosca la paraliza y luego, con un poco de vino, se resucita. Así hizo con buena parte de las pulgas que había en mi casa, las paralizó y luego las llevó a otro lugar para resucitarlas. Fue algo increíble. Entonces le pregunté si se podía hacer eso con los insectos alienígenos tipo Berlusconi y él dijo que estaba trabajando en eso, que en cuanto tuviera la fórmula me avisaba.

—¿Y cuánto tiempo mantendrías paralizado a Berlusconi?

Benni levanta su copa, la agita un poco, bebe un sorbo y luego, con una voz casi inocente, pregunta:

—¿Acaso crees que gastaría una gota de vino en Berlusconi? 

Elaborado por Oscar Perez

Arquitecto especialista en gestion de proyectos si necesitas desarrollar algun proyecto arquitectonico en Bogota contacteme en el 3196955606 o visita mi pagina en www.arquitectobogota.tk

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