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Arthur Schopenhauer. Las tres vías de liberación del sufrimiento: El genio, el altruista y el asceta

Arthur Schopenhauer. Las tres vías de liberación del sufrimiento: El genio, el altruista y el asceta

Tasia AránguezEn opinión de Schopenhauer, la vida de casi todasPorträt des Philosphen Arthur Schopenhauer, 1852las personas es bastante infeliz. Muchas personas se encuentran devastadas por el sufrimiento y otras han sido corroídas por el prolongado aburrimiento. La mayoría de las personas, sin embargo, se mantienen en un estado de moderada infelicidad. Saben lo que quieren y se esfuerzan por su consecución con el éxito suficiente para no sufrir mucho, pero con la dosis necesaria de fracaso como para no aburrir se demasiado. Esto genera una cierta alegría melancólica, una serenidad que es el estado mejor que puede alcanzar la gente normal, independientemente de que sea pobre o rica. Según el filósofo existen tres vías que pueden liberar del sufrimiento a las personas extraordinarias.

El genio

Algunas personas pueden sentir la más pura alegría de la vida, que es la del conocimiento y la del placer de la belleza. Es una alegría pura porque logra sacar al individuo que la experimenta de su existencia real, y por consiguiente, logra liberarle de sus deseos. El problema de este tipo de alegría es que muy pocas personas pueden experimentarla, y las pocas personas que la experimentan la viven como un sueño pasajero, que va y viene.
Nadie es capaz de vivir permanentemente en ese estado de contemplación y goce intelectual. Realmente, las personas que tienen el don de disfrutar del intelecto, no tienen una vida mejor que la gente normal. Es cierto que estas personas extraordinarias, los genios, pueden sentir una alegría real, que no conduce al sufrimiento ni al aburrimiento, y que es inagotable. Pero en los momentos en los que no están experimentando ese tipo de felicidad, los genios sienten sufrimientos que no siente la gente normal. Son personas cuya fuerza intelectual les hace percibir más aspectos de la realidad, y eso les hace tomar conciencia de más hechos funestos. Otra causa que provoca sufrimiento a los genios es que su capacidad intelectual provoca que sean considerablemente distintos al resto de las personas, y eso da lugar a su aislamiento social. Por tanto, los genios experimentan una alegría más estable y segura que el resto de las personas, pero por otra parte, experimentan dosis altas de sufrimiento.
Cuando aumentan el conocimiento y la conciencia, aumenta el sufrimiento. Por eso la inteligencia suele llevar consigo un sufrimiento mayor. El momento en el que están en pleno uso de sus facultades los genios se separan de sí mismos y de sus objetivos y proyectos vitales, y alcanzan un grado de libertad insuperable.
No hay que confundir a un genio con una persona muy inteligente. La diferencia entre ambos no está en el nivel de inteligencia, sino en que los genios cuidan mal de sus propios intereses. Su carácter no les conduce hacia objetivos prácticos sino a perderse en lo teórico o en las vicisitudes de la creación artística. Se salen de su individualidad y observan el mundo uniéndose con la esencia del mismo. Su pintura, poesía y pensamiento es un fin, mientras que para los demás es un medio.
Una persona muy inteligente, al contrario que el genio, busca su provecho y sabe fomentarlo; capta rápidamente las necesidades e intereses de su tiempo y es capaz de ofrecerles una respuesta. Esto les ayuda normalmente a lograr tener vidas afortunadas. El genio, sin embargo, suele vivir de manera miserable, porque su única obsesión es su obra. La obra del genio es para todos los tiempos, pero no suele ser reconocida, la mayoría de las veces, hasta la posteridad.
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Mientras que la persona inteligente y racional es prudente y sabe actuar en cada situación del modo más oportuno; el genio está cerca de la locura. Su intelecto actúa de modo libre, sin orientación, y eso tiene como consecuencia que sus producciones no persiguen ningún fin útil. “Ser inútil pertenece al carácter de las obras del genio: es su carta de nobleza”.
“El inteligente es como el tirador, da en un blanco en el que los demás no pueden acertar. La genialidad, en cambio, da en uno que los demás no son siquiera capaces de ver. Estos se enteran tarde”. Goethe dijo que “lo excelente es raramente descubierto y más raramente apreciado”.
La obsesión es el rasgo psicológico central en el genio. El genio concentra todas las fuerzas de su espíritu hacia una idea, con tanta fuerza, solidez y exclusividad, que todo el resto del mundo desaparece para él y su objeto ocupa toda la realidad. En ocasiones, el genio dirige esa obsesión hacia asuntos de la vida cotidiana y entonces “llevados hasta semejante foco, se agrandan de una manera tan monstruosa como la pulga que adquiere la estatura de un elefante en un microscopio solar”.
Los genios se vuelven locos por pequeñeces, y eso resulta incomprensible para el resto de la gente. Se ponen tristes, alegres, inquietos, temerosos o coléricos por cosas que a una persona corriente no le importarían. En definitiva, el genio carece de moderación, es vehemente en sus emociones, cambia con rapidez de humor, y todo ello bajo el predominio de la melancolía. O bien está ensimismado en sus sueños, o se muestra apasionadamente excitado. A esto se añade que suele vivir solo. Es demasiado raro para encontrar semejantes, dado que sus alegrías y tristezas no coinciden con las de los demás. Por eso el genio preferirá el trato con los suyos, que solo será posible a través de las obras que estos dejaron.
El genio tiene un intelecto que se ha desgajado de la voluntad y que solo vuelve a ella periódicamente, que es cuando se vuelve víctima de sus deseos y emociones. La mejor suerte que podría tener el genio sería la de no tener que realizar ningún trabajo que le aleje de su producción intelectual o artística, y que disponga, por tanto, de todo el tiempo para crear.

El altruista

Si el genio trata de huir del sufrimiento mediante la labor intelectual, el altruista lo intenta ayudando al prójimo. Schopenhauer considera que la reflexión ética no puede dar origen a la acción moral, dado que las acciones son fruto de la motivación y no de la reflexión.
Hay gente que dice que sus acciones morales se deben a la adopción de dogmas éticos, pero Schopenhauer señala que realmente las teorías éticas no son el motivo de las acciones sino la explicación con la que el autor de las mismas intenta satisfacer su propia razón. El motivo real de las acciones éticas es que el autor de las mismas siente que son buenas.
La persona altruista tiene una percepción de la realidad distinta a la de la persona corriente. La mayoría de la gente conoce innumerables sufrimientos ajenos que se producen a su alrededor, pero no se decide a mitigarlos porque para ello tendría que asumir una privación personal. Para la gente normal, en definitiva, parece imperar una poderosa distinción entre el propio yo y el otro. Sin embargo para la persona genuinamente altruista esta diferencia no se experimenta de modo tan significativo.
La persona altruista experimenta la voluntad de vivir que une a todas las cosas, y que se extiende, no solo a las demás personas, sino también a los animales y a la naturaleza. Por eso la persona altruista tampoco desea causar sufrimiento a los animales. La causa de la acción ética radica en la capacidad de traspasar el principium individuationis, es decir, en amar a los demás, viviendo su experiencia como propia.
jfs-altruist-paul-de-florian-paintingLa persona que es compasiva en grado sumo sufre con el dolor ajeno que raras veces es capaz de mitigar, donde mire verá personas y animales que sufren y un mundo en decadencia. Cuanto más sienta en su propio espíritu el sufrimiento ajeno más se aproximará a la figura del asceta, porque su voluntad se apartará de la vida y sentirá escalofríos ante su propio placer, que reconocerá como una afirmación del mundo. La afirmación de la vida solo es posible cuando la persona altruista aún se siente a sí misma de un modo más intenso que a los demás, es decir, cuando está cubierta por el “velo de Maya”, pues solo en esa situación puede sentir la esperanza, los placeres y el bienestar que le toque en suerte en medio de la miseria de un mundo que sufre.

El asceta

El ascetismo es la única vía que logra liberarnos del sufrimiento y, en opinión de Schopenhauer nos conduce hacia la auténtica finalidad de la vida. El asceta es alguien que ha traspasado el pricipium individuationis, que se siente unido a la totalidad y ya no le cabe el consuelo de ayudar a los demás. Esto marca el tránsito de la virtud al ascetismo. No le basta con amar a los demás tanto como a sí mismo ni con hacer por ellos todo lo posible. En él nace un horror hacia la realidad, de la que su propio yo es expresión:
“la voluntad de vivir, el núcleo y esencia de aquel mundo que ha visto lleno de miseria (…) Por eso niega aquel ser que se manifiesta en él y se expresa ya en su propio cuerpo. Cesa de querer cosa alguna, se guarda de cualquier apego de su voluntad y busca consolidar en sí mismo la máxima indiferencia ante todas las cosas”.
Al asceta le es bienvenido todo el sufrimiento que le ocurra, porque dará lugar a ocasiones de enfrentarse con hostilidad a su propia voluntad. Recurre al ayuno e incluso a la mortificación para quebrantar cada vez más a la voluntad que es la esencia del mundo y la causa de toda desgracia. La muerte será recibida como anhelada liberación.
La voluntad es la causa de toda desgracia porque se trata de un deseo interminable y voraz, imposible de saciar. La voluntad desea siempre algo nuevo, y al poco de alcanzarlo se aburre de ello, dirigiéndose hacia un nuevo objeto. La satisfacción final de la voluntad no es posible, no es posible proporcionar a la voluntad un indestructible contento.
Lo más cerca que podemos llegar de ese estado de indestructible contento es la total autosupresión y negación de la voluntad, la verdadera ausencia de todo querer, la nada. Eso es lo único que calma el apremio de la voluntad y que nos proporciona una satisfacción imperturbable. Todos los demás bienes, deseos cumplidos y felicidad conseguida no son más que paliativos para la enfermedad de la voluntad. La negación de la voluntad es la única cura.
La nada es el término final del ascetismo y es aquello que los seres humanos temen como niños a la oscuridad. Lo que queda tras suprimir la voluntad es esa nada.Todas las religiones conducen a ese punto, el de la oscuridad y el encubrimiento, el misterio, el lugar vacío para el conocimiento que solo puede expresarse mediante negaciones y que, en lo sensible, se manifiesta en la oscuridad y el silencio de los templos.
“En lugar del incesante apremio y agitación, del perpetuo tránsito del deseo al temor y de la alegría al sufrimiento, de la esperanza nunca satisfecha y nunca extinguida de que consta el sueño de la vida del hombre volente, en lugar de todo eso se mostrará aquella paz que es superior a toda razón, aquella calma total del espíritu, aquella profunda paz, confianza y alegría imperturbables”.
34795_hi_rtEl altruismo está mas cerca del ascetismo que las actitudes egoístas, porque nace de una voluntad que traspasa el principio de individuación y se reconoce a sí misma en todos los fenómenos. Eso le conduce a practicar la autoabnegación a fin de dar un poco de su suerte a los demás y mitigar su sufrimiento. Cuando se practica la autoabnegación se camina hacia la negación de la voluntad de vivir. Lo que le da al altruismo su dignidad son precisamente los sacrificios que implica. Quien ha identificado su propia esencia con la de la humanidad, vive la suerte de la fatiga, el sufrimiento y la muerte:
“quien renunciando a cualquier privilegio casual no quiere para sí más que la suerte de la humanidad en general no puede tampoco querer esta durante mucho tiempo: el apego a la vida y sus placeres tienen entonces que ceder y dejar lugar a una renuncia generalizada”.
Ya el pleno ejercicio de las virtudes morales, sin llegar al asco del mundo y la renuncia, genera la pobreza, las privaciones y diferentes clases de sufrimiento en la persona altruista.
El ascetismo tiene tres elementos: el quietismo (renuncia a todo querer), la ascética (mortificación intencionada de toda voluntad individual) y misticismo (conciencia de la voluntad del propio ser con todas las cosas o con el núcleo del mundo). Los tres elementos están interconectados, de modo que uno de ellos conduce a los otros dos.
Una vez desarrollado el camino del ascetismo, la persona que reconoce que no es nada, deja de tener interés en su existencia individual, pues ya no tiene ansia ni voluntad. Entonces deja de temer convertirse en nada con la muerte.
A ese punto de anulación de la voluntad de vivir no solo se lleva mediante el ascetismo. Hay personas que llegan ahí tras padecer múltiples sufrimientos. Tras muchas desgracias las personas logran el estado de paz del asceta. Llega un momento en el que las desgracias de todo tipo y magnitud, aunque le duelan, dejan de asombrarle, porque ha comprendido que el dolor le conduce hacia el verdadero fin dela vida: apartarse de la voluntad de vivir. Esto aporta una asombrosa serenidad ante todo lo que pueda ocurrir.
“Cuanto más se sufre, antes se alcanza la negación de la voluntad de vivir, y cuanto más feliz se vive, más se demora.”
“A veces vemos que el hombre, tras haber sido llevado al borde de la desesperación pasando por todos los grados crecientes de tormento en medio de la más violenta adversidad, de repente vuelve sobre sí, se conoce a sí mismo y al mundo, cambia todo su ser, se eleva sobre sí y sobre todo sufrimiento; y, como purificado y santificado por él, en una tranquilidad, felicidad y sublimidad inquebrantables renuncia voluntariamente a todo lo que antes quería con la mayor violencia, recibiendo la muerte con alegría”.

El suicidio no es liberador

Schopenhauer defiende que la finalidad de la vida es la negación de la voluntad de vivir. Pero eso no debe confundirse con el suicidio. El filósofo considera que el suicidio no es la negación de la voluntad, sino que por el contrario es una enérgica afirmación de la misma.
El asceta odia el placer y ama el sufrimiento, porque le permite negar la voluntad de vivir; pero el suicida odia el sufrimiento. El suicida quiere la vida, pero está insatisfecho con las condiciones en que se le presenta. El suicida quiere una existencia y una afirmación del cuerpo sin trabas, pero la esencia de la vida no se lo permite, y eso provoca en él un gran sufrimiento. Su voluntad de vivir se afirma en ese sufrimiento, pues es un grito que pide vida. El suicidio es una manifestación más de la voluntad de vivir, como la autoconservación y la procreación.
Sin embargo, el suicidio no logra acabar con la voluntad de vivir, que es la auténtica enemiga, sino tan solo con la vida individual. El individuo que se quiere suicidar se ha declarado la guerra a sí mismo, pues quiere con violencia la vida que es obstaculizada. No puede soportar el sufrimiento dado que no puede dejar de querer. Como no puede dejar de querer, deja de vivir. “Es como un enfermo que, tras haber comenzado una dolorosa operación que podría sanarle de raíz, no permite que concluya sino que prefiere mantener la enfermedad. El sufrimiento se aproxima y abre en cuanto tal la posibilidad de negar la voluntad”, pero teme tanto ver la voluntad negada que prefiere destruir el cuerpo, para que la voluntad se mantenga sin quebranto.
El único modo de acabar con la contradicción inherente a la vida, con el deseo imposible de ser saciado es, sostiene Schopenhauer, la ascética: poner fin a la voluntad acogiendo con los brazos abiertos el sufrimiento hasta que este nos resulte indiferente.
Puntos de apoyo
Arthur Schopenhauer. “El mundo como voluntad y representación

Elaborado por Oscar Perez

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