EL TONEL DE LAS DANAIDES
No hay tarea más complicada que aquella de llenar un tonel sin fondo. Difícil e inútil esfuerzo. Mucho más si es en el infierno y se cumple como castigo. Ese es el caso de hoy. La triste y singular historia de las Danaides.
El gran rey Belo, monarca de Libia, se casó con la bella Anquinoe y tuvo dos hijos gemelos: Dánao y Egipto. Ambos crecieron bajo el amor y la protección de sus padres. Debido a los celos y a la envidia, Dánao guardaba rencor contra su hermano. Siempre lo veía favorecido en las decisiones de su padre y jamás estaba de acuerdo con sus actuaciones. Aunque no lo dejara notar, esperaba ansioso una ocasión propicia para descargar toda su ira y su resentimiento.
En lo que sí coincidían Dánao y Egipto era en aprovechar cualquier ocasión para perseguir a las doncellas de su reino. Mejor dicho, lo que por allí abundaba era un inmenso número de madres solteras. Imagínense que cada uno tuvo la oportunidad de ser padre en cincuenta ocasiones. Pero, quiso el destino que Dánao fuera padre de cincuenta mujeres y Egipto de cincuenta hombres. Es decir, un primo para cada prima.
Cierto día, mientras celebraban una de las grandes fiestas que el rey Belo hacía, Dánao emborrachó a su hermano y lo llevó hasta lo alto del palacio para matarlo; y en el momento justo que se disponía a empujarlo desde la torre, uno de sus sobrinos lo descubrió. Todos se le fueron encima, gritándole e increpándole por su acción. Lo apresaron y lo llevaron ante el rey quien como castigo le impuso el destierro.
El destierro Junto con sus cincuenta hijas, Dánao salió de su territorio, se encaminó hacia el mar mediterráneo y llegó hasta la región de Argos. Enseguida desafió a Gelanor, soberano de esa región y lo venció para quedarse con todas sus propiedades. La disputa no fue a los golpes ni tampoco con armas. El desafío se realizó teniendo como instrumento la oratoria. Cada uno debía decir un discurso ante el pueblo y éste elegía al más elocuente.
Una vez posesionado en su nuevo reino, Dánao empezó a enviar emisarios con regalos, a su padre y a su hermano, para que lo perdonaran. Quería demostrarles arrepentimiento y contrición. Y fue tanta su insistencia que Egipto convenció a sus cincuenta hijos para ir de visita a Argos. Vistieron sus mejores galas, montaron los mejores corceles y con suficientes regalos se dirigieron al encuentro conciliatorio familiar.
Dánao y sus cincuenta hijas habían preparado toda una fiesta, con banquete y música, para agasajar a sus invitados. Y fue tal la rumba que resultaron ennoviados primos y primas. Cincuenta parejas con deseos de casarse inmediatamente.
El padre de las Danaides no tuvo otra opción más que aceptar a sus sobrinos como yernos. Y aprovechando la fiesta se llevó a cabo el matrimonio colectivo. Todo el reino presenció la boda. Todos aplaudieron y felicitaron a cada pareja de nuevos esposos. Abundaron detalles y regalos. Aunque no faltó quien hiciera comentarios, por lo bajo, sobre la unión entre primos.
Pero, la noche de luna de miel se convirtió en noche de muerte para los hijos de Egipto. Dánao obligó a sus hijas a darles muerte. Sólo se salvó Linceo, esposo de Hipermnestra. Ella, enamorada desde niña de su primo, le previno sobre la orden que había recibido de su padre y le permitió escapar.
Pasado el tiempo, las Danaides se fueron casando con jóvenes Argidos y Dánao terminó aceptando a Linceo como su yerno. Resignado, le facilitó todo para que volviera y formalizara su hogar con Hipermnestra.
La venganza Entonces, un día, sucedió lo que debía suceder. Linceo cobro venganza y mató a todas Las Danaides, incluida su esposa. Aunque también la amaba no quería dejar dolientes que más tarde buscaran desagraviar su acción como él ahora lo estaba haciendo. También asesinó a Dánao y le sucedió en su trono.
Al morir, las cincuenta doncellas descendieron al infierno en donde fueron juzgadas por el dios Plutón y sus tres asesores: Eaco, Minos y Ramadanto. Su castigo, por haber matado a sus esposos de manera infame y traicionera, consistió en llenar un tonel sin fondo. Encerradas en el Tártaro, día y noche, recogían agua del río Flegetón y la vaciaban en el barril, Desde ese tiempo, cuando alguien emprende una tarea inútil, suele decirse que está llenando el Tonel de las Danaides.
Germán Alexánder Molina Soler
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