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Feuerbach: el hombre que empezó a matar a Dios

Feuerbach: el hombre que empezó a matar a Dios

Podría decirse que casi todo el mundo conoce a Marx, Nietzsche y Freud. No todos han leído sus obras, pero la mayoría conoce aunque sea la barba de Marx, el bigote de Nietzsche y el puro de Freud. Pero, ¿quién conoce a Feuerbach? Feuerbach fue el padre de los maîtres du soupçon[1] y el genio que empezó a matar a Dios y empezó a devolverle la dignidad al hombre. Nació en Alemania en 1804 (14 años antes que Marx, 40 años antes que Nietzsche y 52 años antes que Freud) y murió en 1872, 29 años después de que Marx escribiera su famosa frase: “Die Religion … ist das Opium des Volks[2], y 11 años antes de que Nietzsche publicara el primer libro de Also sprach Zarathustra. Feuerbach fue uno de los representantes de los llamados hegelianos de izquierda. Fue materialista y ateo. Abandonó los estudios de teología para estudiar filosofía. Escribió: “¡No teología, sino filosofía … no creer sino pensar!”[3]. Cuando tenía 21 años, escribió a su padre: “El alimento de la niñez se hace indigerible al hombre maduro”[4]. La preocupación que Feuerbach sintió por el hombre hizo que el hombre, con todos sus defectos y su mortalidad, desbancara a Dios: “Dios fue mi primer pensamiento; la razón, el segundo, y el hombre, mi tercero y último pensamiento”[5]. Feuerbach situará la antropología por encima de la teología, y al hombre por encima de Dios. Su mensaje es una elevación del hombre: “El propósito de mis escritos y … de mis lecciones es convertir a los hombres de teólogos en antropólogos, de teófilos en filántropos (…) Mi propósito no es en modo alguno meramente negativo, sino positivo; yo niego únicamente para afirmar; yo niego únicamente la esencia aparente y fantástica de la teología y de la religión, para afirmar la esencia real del hombre”[6].
Feuerbach escribió obras profundas, minuciosas, elegantes y chispeantes. Entre mis preferidas se encuentran: Gedanken über Tod und Unsterblichkeit (1830), Das Wesen des Christenthums (1841) y Erläuterungen und Ergänzungen zum Wesen des Christenthums (1846), compilación de varias obras que incluye, entre otros, los famosos ensayos Das Wesen des Glaubens im Sinne Luthers. Ein Beitrag zum “Wesen des Christentums”, Merkwürdige ÄuBerungen Luthers nebst Glossen y Das Wesen der Religion.
En Gedanken über Tod und Unsterblichkeit, Feuerbach afirma que tanto la inmortalidad del hombre como Dios son creaciones humanas. Dios es, pues, un producto del hombre (un producto que se vuelve ajeno al hombre y lo domina). Feuerbach describe la muerte como una negación que se niega a sí misma, y la inmortalidad, como una afirmación irreal e indeterminada: “Sobre las ruinas del mundo destruido, planta el individuo la bandera del profeta, la sagrada estafa de la creencia en su inmortalidad y en el loado más allá. Sobre las ruinas de la vida presente, al no ver nada, se le despierta el sentimiento de su propia nada interior, y en el sentimiento de esa doble nada le fluyen … las compasivas perlas de lágrimas y las pompas de jabón del mundo futuro”[7]. La inmortalidad, pues, es una farsa. El hombre muere, y muere completamente. Según Feuerbach, cuando el hombre sea capaz de aceptar su finitud, empezará a vivir su vida de una manera plena y consciente, sin fantasías ni engaños. A la falacia cristiana de la muerte del cuerpo y la imortalidad del alma, Feuerbach responde: “No existe ninguna media muerte, ninguna muerte partida ni de sentido equívoco; en la naturaleza es todo verdad, entero, impartido, completo; en la naturaleza no hay sentidos dudosos … sólo hay una clase de muerte, que es la muerte completa; la muerte no roe una parte del hombre y deja otra parte”[8]. La negación de la inmortalidad del alma supone una afirmación de la única vida que existe: la de aquí y ahora: “la supresión de una vida mejor en el cielo incluye en sí la exigencia de mejorar la vida en la tierra”[9]. ¿Existe, pues, el espíritu? Sí, el espíritu existe, pero sólo en la vida. Según Feuerbach, el hombre muere porque es “un ser libre, pensante y consciente”[10]. La vida, pues, y no la muerte, es la que nos muestra el espíritu del hombre. Feuerbach ridiculiza a aquéllos que creen alcanzar el espíritu solamente a través de la muerte: “Los necios presumen ilusamente que sólo después de la muerte y por ella llegarán al espíritu; que la vida espiritual sólo puede producirse tras la muerte”[11].
De un modo parecido al genial Epicuro, Feuerbach sostiene que la muerte y el hombre nunca se encuentran. La filosofía de Epicuro (lo poco que sabemos de ella, puesto que de las 300 obras que Epicuro escribió, desgraciadamente sólo se ha conservado una parte minúscula[12]) está destinada a ahuyentar los terribles miedos del hombre (la muerte y los dioses), y a procurar una vida placentera y equilibrada. Según Epicuro, no hay que temerle a la muerte, puesto que la muerte no es nada para el hombre, ya que cuando existimos, la muerte no existe, y cuando morimos, ya no somos nada y no sentir ni vivir la muerte: “la muerte nada es para nosotros. Porque todo bien y mal reside en la sensación, y la muerte es privación del sentir (…) Nada hay, pues, temible en el vivir para quien ha comprendido rectamente que nada temible hay en el no vivir (…) Así que el más espantoso de los males, la muerte, nada es para nosotros, puesto que mientras nosotros somos, la muerte no está presente, y, cuando la muerte se presenta, entonces no existimos. Conque ni afecta a los vivos ni a los muertos, porque para éstos no existe y los otros no existen ya”[13]. Feuerbach recoge esta idea, y afirma que la muerte existe sólo para los vivos, pero no para los muertos: “Sólo antes de la muerte, pero no en la muerte, es la muerte muerte y dolorosa … la muerte es un ser espectral … sólo es cuando no es, y … sólo no es cuando es”[14]. La muerte, la finitud, no puede ser sentida por el hombre, puesto que cuando el hombre muere pierde toda su sensación. El hombre tiene seguridad de su existencia sólo en su sensación, y sólo es real aquello que el hombre puede sentir. La muerte, pues, nada es para el hombre, puesto que el hombre existe y es sólo mientras siente: “El fin del individuo, puesto que no es para él mismo, tampoco tiene ninguna realidad para él, pues para el individuo sólo tiene realidad lo que es objeto de su sensación (…) la muerte es sólo muerte para los que viven, no para los que mueren; para éstos sólo existe la muerte, y sólo es ésta terrible, precisamente cuando todavía no es muerte”[15]. ¿Existe, pues, la muerte? No, la muerte no existe para el hombre. La muerte es sólo apariencia, “no es ningun aniquilación positiva, sino una aniquilación que se aniquila a sí misma, una aniquilación que es ella misma ilusoria, que no es nada”[16]. Si la muerte es sólo una negación que se niega a sí misma, también la inmortalidad es, como oposición de una nada, una afirmación irreal e indeterminada del individuo, de la vida y de la existencia: “Al igual que la muerte es sólo una negación que es pura apariencia … la inmortalidad es también una afirmación que es pura apariencia”.
Feuerbach denuncia el empobrecimiento que el hombre sufre al elevar a Dios a lo más alto. Si Dios se eleva, el hombre se empequeñece: “Cuanto menos es Dios tanto más es el hombre; cuanto menos es el hombre tanto más es Dios”[17].
En Das Wesen der Religion, Feuerbach sitúa la fe en las antípodas de la realidad. Creer es imaginarse que existe lo que en realidad no existe: “la inmortalidad del hombre o el hombre como ente inmortal son un objeto de la religión … de la fe porque la realidad nos demuestra exactamente lo contrario: que el hombre es mortal”[18]. Dios es, pues, el fruto del deseo humano, el fruto de la imaginación humana: “Dios mismo no es otra cosa que la esencia de la fantasía o de la imaginación del hombre, la esencia del corazón humano”[19]. El hombre crea sus dioses de acuerdo con sus deseos. Freud recogerá este concepto en su brillante análisis de la religión como neurosis colectiva (Die Zukunft einer Illusion, 1927, y Das Unbehagen in der Kultur, 1930). Dios es, pues, para Feuerbach, un reflejo de los deseos del hombre: “Como los deseos de los hombres, así son sus dioses”[20]. Feuerbach acaba Das Wesen der Religion con las siguientes palabras: “Quien ya no tenga más deseos sobrenaturales tampoco tendrá una esencia sobrenatural”[21]. Según Feuerbach, si el hombre consiguiera realizar sus deseos, no tendría ninguna necesidad de creer en Dios: el hombre sería dueño de lo que anhela y se convertiría en Dios: “Si el hombre fuera capaz de lo que quiere, nuna más creería en Dios, por la sencilla razón de que sería él mismo Dios y la realidad no es objeto de la fe”[22]. Como muy bien apunta Cabada, la crítica esencial de Feuerbach “consistirá en ver la religión como un producto que emerge espontáneamente de la mente y del corazón del hombre”[23].
Según Feuerbach, la religión y Dios deben dar paso al amor. El amor es más elevado que Dios: “El amor supera a Dios (…) si no sacrificamos Dios al amor, sacrificamos el amor a Dios, y entonces tenemos … a la esencia malvada del fanatismo religioso”[24]. La ética es más elevada que la religión: “la ética es la verdadera religión”[25].
En Das Wesen des Glaubens im Sinne Luthers. Ein Beitrag zum “Wesen des Christentums”, Feuerbach denuncia la denigración que sufre el hombre en el cristianismo, concretamente en el luteranismo. Lo que se le atribuye a Dios, se le niega al hombre. Lo que al hombre le falta, lo posee Dios. Feuerbach se propone alzar al hombre y escribe explosivamente: “La nulidad del hombre es el presupuesto de la esencialidad de Dios; afirmar a Dios significa negar al hombre, honrar a Dios despreciar al hombre, alabar a Dios, denostar al hombre. La majestad de Dios se funda únicamente en la bajeza del hombre; la bienaventuranza divina, en la miseria humana; la sabiduría divina, solamente en la humana necedad; el poder divino, en la humana debilidad”[26].
En Merkwürdige ÄuBerungen Luthers nebst Glossen, Feuerbach hace una crítica magistral al horror luterano. El ensayo acaba con las punzantes palabras: “¡Qué doctrina más atroz, que para curar un dolor agudo, lo transforma en crónico; que, para procurarnos en los últimos momentos de la vida un consuelo contra la muerte, nos mantiene durante toda la vida en el terror y el espanto ante la muerte!”[27]
Feuerbach fue activo y comprometido, no un filósofo que se dedicó sólo a pensar, como insinuó Marx en sus Tesis sobre Feuerbach[28]Feuerbach dictó lecciones, fue miembro del partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) y periodista. En sus Tesis sobre Feuerbach, Marx afirma que tanto el hombre como la religión son productos sociales, punto crucial, según él, que Feuerbach parece ignorar: “Feuerbach no ve … que el ‘sentimiento religioso’ es también un producto social y que el individuo abstracto que él analiza pertenece, en realidad, a una determinada forma de sociedad”[29]. La tesis XI, donde Marx critica la falta de acción de los filófosos es, sin duda, la más famosa de todas: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo[30].
Feuerbach habla de Dios y la religón bajo la perspectiva del antropólogo. Aunque deje entrever que la muerte de Dios es requisito fundamental para que el hombre recupere su dignidad (“sólo una vez que los hombres cuenten con sitio y espacio para sí mismos podrán manifestarse y hacerse valer como tales hombres”[31]), su mensaje no es violento ni insultante ni provocador. Como muy bien ha apuntado Arroyo, el ateísmo de Feuerbach “no es una simple negación de Dios, sino la pretensión de ser una defensa apasionada del hombre”[32]. La obra de Feuerbach, elegante minuciosa y erudita, abrirá las puertas a ateísmos más fuertes y radicales: el de Marx (un ateísmo brillante y despreciativo), el de Nietzsche (un ateísmo explosivo y demoledor) y el de Freud (un ateísmo elegante y magnífico), para dar paso a los ateísmos espléndidos de Russell, Sartre, Camus y Onfray (por citar algunos de mis preferidos), los cuales enterrarán finalmente a Dios y le devolverán la dignidad al hombre.
Siguiendo a Feuerbach, yo me pregunto: ¿hasta cuándo se desvalorizará la vida (esta vida, la que vivimos, la vida de cada cual, como repetía Ortega) con promesas de una falsa inmortalidad? Cuando las religiones puedan reducirse a tradición, a legado cultural, y devengan un problema tan sólo privado (como muy bien apunta el brillante gruñón Onfray en su genial Traité d’athéologie), la Humanidad habrá hecho un paso gigantesco. Lo primordial es la ética, la paz, la empatía, el valor de la vida, la dignidad y la libertad de pensamiento. Lo primordial, como dijo Feuerbach, es que el hombre sea libre y sano de pensamiento: “Demos al hombre lo que es del hombre; no se trata de si somos cristianos o paganos, teístas o ateos, sino de que seamos o nos hagamos hombres sanos de cuerpo y alma, libres, activos y vigorosos”[33].
Antonia Tejeda Barros, Madrid, 7 de julio de 2012 & 25 de octubre 2014

Elaborado por Oscar Perez

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