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Frases de Opiniones de un payaso de Heinrich Böll

Frases de  Opiniones de un payaso de Heinrich Böll





"Mi padre me preguntaba continuamente qué quería ser y yo dije 'payaso'. Dijo 'Querrás decir actor -bien-, quizás pueda enviarte a una escuela'. 'No', dije, 'actor no, he dicho payaso, y las escuelas no me sirven para nada.'. 'Pero ¿qué te has creído?', preguntó. 'Nada', dije, 'nada'."


Heinrich Böll (1917-1985), novelista alemán y premio Nobel, es una de las principales figuras de la literatura alemana posterior a la II Guerra Mundial.
Nació en Colonia. Al terminar sus estudios de enseñanza media, en 1937, fue llamado a filas, luchó como soldado raso durante la II Guerra Mundial. Liberado de un campo de concentración estadounidense en 1947, vendió varios relatos y pudo dedicarse a escribir novelas, obras de teatro, relatos y ensayos. Los temas de sus primeras obras, como ocurre con sus relatos recopilados en El tren llegó puntual (1949), reflejan el absurdo y el horror de la guerra, el sentimiento de culpa del pueblo alemán y analiza el vacío que esconde la recuperación económica del llamado milagro alemán.

Frases 


(...)

"'Déjese de tonterías, Schnier. ¿Qué mosca le ha picado?'
'Los católicos me ponen nervioso', dije, 'porque juegan sucio.'
'¿Y los protestantes?', preguntó riendo.
'Me irritan con su manoseo de las conciencias.'
'¿Y los ateos?' Seguía riéndose.
'Me aburren porque siempre hablan de Dios.'
'¿Y qué es usted, pues?'
'Soy un payaso', dije."


(...)


"El describir lo poético de la vida infantil me da buen resultado: en la vida de un niño lo banal posee grandeza, se siente extraño, sin orden, siempre trágico. Tampoco un niño tiene nunca fiesta como niño; sólo al aceptarse los 'principios de orden' comienza la fiesta. Observo cualquier forma de manifestación de la fiesta con fanático ardor: cómo un obrero guarda el sobre con la paga y sube a la moto; cómo un agente de bolsa al fin cuelga el auricular del teléfono, pone su cuaderno de notas en el cajón y lo cierra con llave, o una vendedora de comestibles se quita el delantal, se lava las manos y ante el espejo se retoca el cabello y los labios, toma su bolso y ya está, todo es tan humano que a menudo tengo la impresión de ser un monstruo, porque sólo puedo representar la fiesta como un número."

(...)
"No comprendían que el secreto del terror reside en los detalles."



el sabor ácido. el regusto amargo. la cordura del inadaptado. la grandeza que comparten pocos, muy pocos libros: esa clase de libros en los que, aparentemente, no pasa gran cosa. la maestría.

Soy un payaso, de profesión designada oficialmente como ‘cómico’, no afiliado a ninguna Iglesia, de veintisiete años de edad, y uno de mis números se titula: la partida y la llegada, una larga (casi demasiado) pantomima, en la cual el espectador acaba confundiendo la llegada con la partida. Pág. 9

Un payaso que se da a la bebida cae más aprisa todavía de lo que un techador borracho cae. Pág. 11

Para un payaso que se aproxima a los cincuenta existen dos posibilidades nada más: el arroyo o el asilo. Pág. 14

Esta inquietud por el santo suelo alemán en cierto modo resulta cómica, cuando pienso que una buena parte de las acciones del lignito se hallan en manos de nuestra familia desde hace dos generaciones. Desde hace setenta años se benefician los Schnier de las torturas que debe sufrir el santo suelo alemán: aldeas, bosques, castillos, caen ante las excavadoras como las murallas de Jericó. Pág. 26

Yo creo que los vivos están muertos, y los muertos viven, pero no como lo creen los protestantes y los católicos. Pág. 31

Un farsante así ni siquiera necesita mentir para quedar siempre bien. Pág. 36

… todo el mundo es mirado desde afuera por los demás… Pág. 38

Es horrible lo que les pasa por la cabeza a los católicos. Ni siquiera pueden beber buen vino sin hacerse violencia, cueste lo que cueste han de tener ‘conciencia’ de cuán bueno es el vino, y por qué. En lo referente a la conciencia no les van a la zaga a los marxistas. Pág. 40

“Es cosa horrible la miseria, pero también resulta penoso malvivir, situación en la que se encuentran la mayoría de los hombres. Y ser rico, pregunté, ¿cómo es?” Me ruboricé. Me miró  con acritud, se ruborizó también y dijo: “Joven, tu acabarás mal si no dejas de pensar. Si yo tuviese valor y creyese aún que se puede crear algo en este mundo, ¿sabes tú lo que haría yo?”. “No”, dije. “Fundaría”, dijo, y volvió a ruborizarse, “una asociación que cuidara de los hijos de la gente rica. Pero los imbéciles no encuentran asociales más que a los pobres”. Pág. 52

Ni el mismo diablo tiene ojos tan penetrantes como los vecinos. Pág. 56

“Deje de leer a San Agustín: la subjetividad hábilmente formulada hace tiempo que dejó se teología. No es más que periodismo con un par de elementos dialécticos. ¿No se toma a mal este consejo? Pág. 73

… los aplausos fueron tan tenues que oí el sonido de mi decadencia. Pág. 77

“Tal vez”, dijo, sin volverse, “tal vez tus oídos imaginan haber oído lo que tus ojos han visto”. Pág. 78

De repente se hizo un silencio absoluto, como cuando alguien se desangra. Ero era: una hemorragia de silencio. Pág. 93

“¿Y los ateos?”, seguía riéndose.
“Me aburren porque siempre hablan de Dios”. Pág. 97

Yo creo que nadie en la vida comprende a un payaso, ni siquiera otro payaso, porque siempre entran en juego la envidia o la rivalidad. Pág. 98

Lo que un payaso necesita es paz, la ilusión que los demás llaman fiesta. Pág. 100

La fiesta del no artista coincide con el horario de trabajo de un payaso. Pág. 101

El sueño es algo así como una fiesta, una sublime afinidad entre el hombre y los animales, pero lo festivo del día  de fiesta es el vivirlo conscientemente. Pág. 104

Para el público lo más deprimente es un payaso que inspira lástima. Es como un camarero que viniera en silla de ruedas a servirle a usted cerveza. Pág. 114

“Usted confunde la ocasión con el motivo”, dije. Pág. 128

Ambos estábamos muy perplejos. Entre padres e hijos la perplejidad parece ser la única posibilidad de comprensión. Tal vez mi saludo de «padre» sonó muy patético y acrecentó la perple­jidad, ya de por sí inevitable. Mi padre, en su asiento de color de orín, miró meneando la cabeza mis zapatillas empapadas, mis calcetines mojados y el albornoz demasiado largo que pa­ra colmo era de un rojo de fuego. Mi padre no es alto, es deli­cado, y atildado con tan sabio descuido que las gentes de la te­levisión se lo disputan siempre que se debate alguna cuestión económica. También irradia bondad y buen juicio, y ha llega­do a ser más famoso como astro de la televisión que como el Schnier del lignito. Odia cualquier matiz de brutalidad. Al ver­le, uno esperaría que fumase cigarros, no gruesos, sino delgados y finos, pero que fume cigarrillos da la impresión, en un capi­talista de casi setenta años, de gran elegancia e ideas avanza­das. Comprendo que le hagan intervenir en todos los debates en que se trata de dinero. Se nota que no sólo irradia bondad, si­ no que además es bondadoso. Le tendí los cigarrillos, le di fuego, y al inclinarme hacia él, dijo: «No sé gran cosa de pa­yasos, pero sí algo. Que se bañen en café es nuevo para mí.» Sa­be ser jocoso. «No me baño en café, padre», dije, «sólo quería prepararme café, pero lo he echado a perder». Pág. 142

«No es desorden», dije, «es una forma de descanso». Pág. 144

«Te parecerá estúpido seguramente», dijo, «si te hablo con solemnidad, pero, ¿sabes qué es lo que te falta? Te falta lo que ha­ce hombre a un hombre: saber resignarse».  Pág. 148

«¿Crees que me sentó bien cuando Leo me dijo que se hacía católico? Fue tan doloroso para mí como la muerte de Henriet­te; no me habría dolido tanto si me hubiese dicho que se hacía comunista. Eso puedo concebirlo, que un joven albergue un fal­so sueño de justicia social y todo eso. Pero aquello.» Pág. 148

«¿No te resulta aburrido no tener enemigos?» Pág. 150

La forma más barata del ascetismo es el hambre… Pág. 166

«Maldita sea, de niños sólo sabíamos que éramos muy ricos, muy ricos, pero de ese dinero no recibimos nada, ni siquiera comer lo que es debido» Pág. 167

Le explicaría al Papa que, en realidad mi matrimonio con Marie se había frustrado a causa del casamiento civil, y le rogaría que me considerase una especie de antípoda de Enrique VIII: éste había sido polígamos y creyente, yo era monógamo e infiel. Pág. 183

Lo que los demás llaman no ficción a mí me parece muy ficticio. Pág. 185


Mi rodilla se había hin­chado tanto que el pantalón comenzaba a hacerse estrecho, tan fuerte era el dolor de cabeza que casi era sobrenatural: un dolor incesante e irresistible, en mi alma había más oscuridad que nunca, luego estaba la «concupiscencia carnal», y Maríe es­taba en Roma. Yo la necesitaba, su piel, sus manos en mi pecho. Tengo, como Sommerwild expresó una vez, «una inclinación aguda y cierta hacia la belleza física», y me gusta ver a mi al­rededor mujeres bonitas, como mi vecina, la señora Grebsel, pe­ro no experimentaba ninguna «concupiscencia carnal» por estas mujeres, y a la mayoría de las mujeres esto les ofende, aunque ellas, si yo sintiese deseos e intentase satisfacerlos, seguramen­te llamarían a la policía. Es una historia complicada y cruel, eso de la concupiscencia de la carne, para los hombres no monóga­mos es probable que sea una constante tortura, para los monó­gamos como yo una continua coacción a una latente descorte­sía, la mayoría de las mujeres en cierto modo se ofenden si no experimentan lo que ellas conocen por Eros. Pág. 186

El periódico de la tarde a veces alivia: me deja va­cío como la televisión. Pág. 187

Ciertamente saben todos que un payaso debe ser melancólico, para ser un buen payaso, pero que para él la melancolía es una cosa muy seria, eso sí que no lo comprenden. Pág. 192

«Sí, la Iglesia es rica, tan rica que apesta. En realidad apesta a dinero, como el cadáver de un hombre rico. Los cadáveres de los pobres huelen bien, ¿lo sabía usted?» Pág. 197

Una mujer puede expresar o fingir tanto con sus manos, que a mí las manos de un hombre me pare­cen tacos de madera encolados. Las manos de hombre sirven pa­ra dar apretones de manos, para castigar, naturalmente para disparar y para firmar. Estrechar las manos, castigar, disparar, firmar cheques cruzados, esto es todo lo que pueden hacer las manos de los hombres y, naturalmente, trabajar. Las manos de las mujeres casi dejan de ser manos: tanto si extienden mante­quilla sobre el pan como si separan los cabellos de la frente. Ningún teólogo ha tenido nunca la idea de predicar sobre las ma­nos de las mujeres en el Evangelio: Verónica, Magdalena, María y Marta; nada más que manos de mujeres en el Evangelio, que prodigaron caricias a Cristo. En lugar de esto, predican sobre le­yes, normas disciplinarias, arte, estado. Cristo sólo se ha rela­cionado, por así decirlo, privadamente, casi con mujeres nada más. Natura1mente que necesitaba hombres, porque suponían, cómo Kalick, una relación con el Poder, sentido de la organiza­ción y demás zarandajas. Necesitaba hombres, así como en un cambio de domicilio se requieren transportistas de muebles, pa­ra los trabajos rudos, y Pedro y Juan fueron tan amables, que casi no fueron hombres, mientras que Pablo fue tan viril como correspondía a un romano. Pág. 204

Una vez discutí con Kinkel sobre el concepto que él tenía del «sueldo mini­mo». Kinkel pasaba por ser uno de los más geniales especialis­tas en tales temas, y creo que se habló del sueldo mínimo para una persona que vive sola en una capital, no contando el alquiler, fijándolo en un principio en ochenta y cuatro marcos, y más tarde en ochenta y seis. No quise, en modo alguno, oponerle la objeción de que él mismo, a juzgar por aquella irritante anéc­dota que él nos contó, sostuvo por sueldo mínimo suyo, uno treinta y cinco veces superior a aquél. Tales objeciones pasan por demasiado personales y de mal gusto, pero el mal gusto con­siste en calcular así el sueldo mínimo de los demás. Pág. 217


Una vez preparé un número bastante largo, «El general», lo ensayé mucho tiempo, y cuando lo representé obtuvo lo que en nuestro mundo se llama un éxito: es decir, una parte del públi­co rióse, otra parte se enfadó. Cuando después de la función, con el pecho hinchado de orgullo, entré en el guardarropa, me es­peraba una anciana, muy pequeña. Después de cada actuación estoy siempre irritado, sólo puedo soportar a Marie a mí alrede­dor, pero Marie había dejado entrar a la anciana en mi guar­darropa. Comenzó a hablar antes de que yo cerrase la puerta y me explicó que también su marido había sido general, que ha­bía caído en el frente y que con anterioridad le había escrito a ella una carta rogándole que no aceptase ninguna pensión. «Aún es usted muy joven», dijo, «pero es lo suficientemente adulto pa­ra comprenderlo», y después salió. Desde aquel momento ya no pude volver a representar el número del general. La llama­da Prensa de izquierdas escribió de ello que yo me había deja­do intimidar por los reaccionarios, la Prensa de derechas escri­bió que yo había comprendido al fin que hacía el juego al Este, yla Prensa independiente escribió que era evidente que yo ha­bía renegado de todo extremismo y de todo compromiso. Todo pamplinas. No pude representar más aquel número porque ya siempre tendría que pensar en aquella anciana pequeñita, que es probable que viviese miserablemente, entre la burla y la mofa de todos. Cuando no encuentro gusto en una cosa, dejo de hacerla, lo cual, para ser explicado a un periodista, es probable ­que sea muy complicado. Ellos deben siempre «presentir» algo, «darles en la nariz», y existe el tipo muy frecuente de periodis­ta malicioso que nunca se da cuenta de que él mismo no es nin­gún artista y ni siquiera tiene madera para ser un buen mecenas. Aquí falló naturalmente el olfato, y se dicen disparates, casi siempre en presencia de muchachas bonitas que aún son lo bas­tante ingenuas para contemplar con admiración a aquel chapu­cero, sólo porque él, en su periódico, tiene su «camarilla» y su «influencia». Existen formas de prostitución curiosamente des­conocidas, comparadas con las cuales la auténtica prostitución es una profesión honrada: aquí por lo menos se ofrece algo por el dinero. 223-224

Hasta este camino, el de buscar consuelo en el amor merce­nario, me estaba vedado: no tenía dinero. Pág. 224

Ah, en Italia por lo visto hasta los cardenales son de "buena familia".» Sencillamente encantador. Pág. 224

«Aquí no estás en tu casa», una afirmación triplemente gratuita, porque se parte del supuesto de que uno se comporta en casa igual que un cerdo, que uno sólo se encuentra a gusto cuando se comporta como un cerdo y que uno, por ser niño, no debe estar a sus anchas a ningún precio. Pág. 226

Es enojo tener padres ricos, y más enojoso aún si uno no ha sacado nada de riqueza. Pág. 228

No había que poner muchas esperanzas en Leo, tenía curiosas ideas sobre el dinero, como una monja sobre el «amor conyugal» Pág. 229

Naturalmente, podía acogerme al seno de la Iglesia protestante. Sólo que al pensar en tal seno me estremezco de frío. Al pecho de Lutero si me hubiese acogido, pero al de la Iglesia protestante no. Pág. 229

Se rumorea por la ciudad, señora mía, que usted deja que sus niños anden desnudos. Es demasiado. Y una vez al hablar, se descubrió usted con imprudencia: dijo que quería a «un hom­bre», en vez de decir a «mi marido». Se rumorea también que us­ted se sonríe ante el resentimiento sordo que aquí alimentan todos contra ese viejo carcamal político que nunca acaba de mar­charse. A usted le parece que todos son como él, con menos des­caro. Todos se creen imprescindibles. Todos leen novelas poli­cíacas. Y claro que es una pena que las tapas de las novelas policíacas no encajen en los pisos decorados con tanto gusto. Los daneses han olvidado extender su estilo a las tapas de las no­velas policíacas. Los finlandeses serán más listos, y ofrecerán so­brecubiertas por el estilo de sillas, sillones, copas y ollas. Hasta en casa de Blothert se encuentran novelas policíacas; no estaban bastante escondidas aquella noche en que registraron la casa.
Siempre a oscuras, señora mía, en el cine y en la iglesia, a os­curas en la sala oyendo música sacra, siempre huyendo de la cla­ridad de las pistas de tenis. Muchos susurros. Las confesiones de treinta y cuarenta minutos en la catedral. Indignación apenas disimulada en los rostros de los que aguardan. Dios mío, ¿qué pe­cados tendrá que confesar?: tiene el más encantador, guapo y hon­rado marido. Bonísima persona. Una hijita encantadora, dos coches.
Irritada impaciencia detrás de la reja, el inacabable susurro que va y viene sobre el amor, el matrimonio, el deber, el amor, y por último la pregunta: «Pero si ni siquiera se entibia su fe, ¿por qué sufre usted, hija mía?»
Tú no puedes expresar, ni siquiera pensar, lo que yo sé. Su­fres por un payaso, de profesión designada oficialmente como «cómico», no afiliado a ninguna iglesia. Pág. 230-231

Me miré en el espejo: mis ojos estaban completamente vacíos, por primera vez no tuve necesidad de vaciármelos antes de pasar media hora mi­rándome al espejo y haciendo gimnasia facial. Era el rostro de un suicida, y cuando comencé a maquillarme mi rostro era el de un muerto. Me extendí vaselina por toda la cara y desgarré un tubo de maquillaje blanco que estaba medio seco, extraje lo que pude y me teñí del todo blanco: ningún trazo negro, ni un punto rojo, todo blanco, incluso las cejas. Encima, el pelo parecía una peluca; la boca no maquillada era oscura, casi azul; los ojos, azul claro como un cielo de verano, vacíos como los de un cardenal que se niega a reconocer que hace tiempo que ha perdido la fe. Pág. 232

Lo malo era que yo no podía engañar a Edgar, con él no podía fingir. Yo era el único testigo de que él había verdaderamente corrido los cien metros en 10,1 segundos, y él era de los pocos que siempre me aceptaron tal como soy, a quienes me mostraba tal como soy. Él no depositaba su fe más que en determinadas personas; los de­más creían en algo más que en las personas: en Dios, en el di­nero abstracto, en el Estado y en Alemania. Edgar no. Pág. 233

Un artista tiene siempre la muerte a mano, como un buen cura su breviario. Pág. 239

A los ricos les regalan más cosas que a los pobres, y lo que tienen que comprar casi siempre lo obtienen más barato: mamá tiene todo un catálogo de mayoristas, y la creo capaz de conseguir incluso los sellos de correo con rebaja. Pág. 243

«Dice el Papa Juan: No votes
Por la democristiandad.
Mira que la caridad
Consiste en no hacer más pobres»

La costumbre profesional es la mejor protección: sólo para aficionados y para santos hay cuestiones de vida o muerte. Pág. 252

Con el almohadón bajo el bra­zo izquierdo y la guitarra bajo el derecho, me encaminé una vez más a la estación. Noté los primeros indicios de que estábamos en el momento del año que aquí llaman «de los locos». Un jo­ven borracho y disfrazado de Fidel Castro quiso empujarme, pe­ro le esquivé. En la escalera de la estación aguardaba un grupo de toreros y de mujeres con mantilla. Había olvidado que está­bamos en carnaval. Tanto mejor. Un profesional pasa inadver­tido entre aficionados. Puse el almohadón en el tercer peldaño, me senté, me quité el sombrero y coloqué dentro el pitillo, no del todo en el centro ni tampoco a un lado, como si lo hubieran dejado caer desde arriba, y me puse a cantar Dice el Papa Juan. Nadie se fijó en mí, ni tampoco me convenía: al cabo de dos, tres horas empezarían a fijarse. Me interrumpí al oír dentro los altavoces. Anunciaban la llegada de un tren de Hamburgo, y seguí cantando. Me sobresalté cuando cayó la primera mone­da en el sombrero: era de diez pfennigs, y dio en el pitillo y lo desvió demasiado a un lado. Volví a ponerlo en su sitio y seguí cantando. Pág. 254


Espero que este realmente sea un final, sería terrible despertarme mañana y darme cuenta que todavía pienso en ella y que de ella sólo tengo un sueño imposible;... sería terrible despertarme de la misma manera dentro de cincuenta años....

“Desde que Marie desertó con el católico (si bien Marie es ella misma católica, me parece justo llamarle a él así), ambas dolencias se agudizan, e incluso el Tamtum ergo o la letanía lauritánica, hasta entonces mis favoritas para atajar el dolor, apenas me sirven ya. Existe un remedio de efectos pasajeros: el alcohol; había una medicina eficaz y duradera: Marie; Marie me ha abandonado.”
“El silencio es un arma eficaz; en la escuela, cuando tenía que comparecer ante el director o ante los profesores, me obstiné siempre en callar.”
“Para un payaso que se aproxima a los cincuenta existen dos posibilidades nada más: el arroyo o el asilo. No creía en el asilo y, de todos modos, me faltaban aún más de veintidós años para llegar a los cincuenta.”
“mi dolencia más atroz es mi inclinación a la monogamia; sólo hay una mujer con la cual puedo [podría] hacer todo lo que los hombres hacen con las mujeres: Marie, y, desde que ella me ha abandonado, vivo como debería vivir un monje, sólo que no soy ningún monje.” [...] “He pensado si debía tomar el tren e ir a pedir consejo a uno de los sacerdotes de mi antiguo colegio, pero todos esos tienen al hombre como un ser polígamo (por esto defienden con tanto ardor la monogamia); debo de parecerles un monstruo, y su consejo no sería más que una velada alusión a esos antros, en los que, como ellos creen, se puede comprar el amor.”
“No es en absoluto mala; sólo estúpida de un modo increíble”
“Un artista vivo, que no tiene cigarrillos, que no puede comprar zapatos para su mujer, carece de interés para los productores cinematográficos, porque tres generaciones de charlatanes no les han confirmado aún que es de un genio”
“Bañarse es casi tan bueno como dormir, y dormir es casi tan bueno como hacer «la cosa». Marie le llamó así, y pienso en la cosa siempre en sus términos. No podía concebir que ella hiciese «la cosa» con Züpfner, mi fantasía no tiene compartimientos para tales ideas, del mismo modo que nunca estuve seriamente tentado de revolver en la ropa interior de Marie” 
“Me apasiono en el fondo y en la superficie, [..], porque se trata de Marie”
[Sommerwild dice:]“puede usted injuriarme y amenazarme tanto como quiera, pero le diré que lo horrible de usted es que es un hombre inocente, casi me atrevería a decir puro” 
“Hay una bonita palabra: nada. No pienses en nada. Ni en el canciller, no en los católicos; piensa en el payaso que llora en la bañera, que derrama el café en sus zapatillas”
“Te parecerá estúpido seguramente – dijo [su padre]-, si te hablo con solemnidad, pero ¿sabes qué es lo que te falta? Te falta lo que hace hombre a un hombre: saber resignarse”
“Tuve compasión de él. Tiene que ser desagradable para un padre hablar por primera vez sinceramente con su hijo que casi cuenta veintiocho años”
“Yo había sido un imbécil, al dejarme engañar por mis sentimientos y los suyos, y ni siquiera extender la mano hacia su billetero”
“Una mujer puede expresar o fingir tanto con sus manos, que a mí las manos de un hombre me parecen tacos de madera encolados”
“Los momentos no se pueden repetir, ni comunicar”
“Si Marie lograba pasar de largo ante mí, sin abrazarme, quedaba aún el suicidio. Más tarde. Titubeaba al pensar en el suicidio, por un motivo que parecía orgulloso: quería conservarme para Marie”
“Es curioso que yo odie tan poco a mis semejantes, a las personas”
“A los ricos les regalan más cosas que a los pobres, y lo que tienen que comprar casi siempre lo obtienen más barato”

Heinrich Böll- Opiniones de un payaso [Ansichten eines clowns]

Elaborado por Oscar Perez

Arquitecto especialista en gestion de proyectos si necesitas desarrollar algun proyecto arquitectonico en Bogota contacteme en el 3196955606 o visita mi pagina en www.arquitectobogota.tk

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