Cache - Michael Haneke - Ver Online
En las películas de Haneke parece haber siempre un molesto ruido de fondo, un constante murmullo de locutores anunciando desastres, un eco de imágenes catastróficas en una suerte de poética apocalíptica y confusa, donde su origen indefinido es lo que las transforma en representaciones universales. La ventana al mundo, en sus filmes, es un televisor sintonizado en el canal de las noticias, nuestra visión, como espectadores o televidentes del ‘afuera’, deviene en una perspectiva mediática/truncada/distorsionada/filtrada; el murmullo se instala en el living y en los dormitorios y su persistencia termina por insensibilizar a quienes habitan esos espacios.
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Esta vez (como en El séptimo continente, como en Funny Games) vuelve a centrarse en una idílica familia (aunque no austriaca sino francesa) de clase media tirando a alta que no tardará en encontrarse en problemas. Él (Daniel Auteuil), es una especie de Sánchez Dragó con su tertulia televisiva incluida, ella (Juliette Binoche), dedica su tiempo a la traducción de novelas y por supuesto hay un niño (es lo que tienen Haneke y Spielberg, aunque los de uno suelen salir peor parados que los del otro), Pierrot, que canaliza el exceso de energía que les es propio a los de su edad en la natación. La premisa argumental nos retrotrae inmediatamente a Carretera perdida (el apellido de los protagonistas no parece casual): la familia recibe unas cintas de vídeo en las que se ve su portal desde el exterior. Parecen advertirles que están siendo vigilados. Más tarde postales y extraños dibujos con personas y animales sangrando convierten la broma en demasiado macabra como para tratarse de una mera broma. Y mientras sigue escondido el que envía tales "regalos", comienza a salir de su escondite el pasado que Georges había olvidado mucho tiempo atrás.
las familias de Haneke –pensando por ejemplo en “Caché”, en “Benny’s Video” o “El séptimo continente”- van a estar bien constituidas (los matrimonios van a permanecer unidos), y conformadas por padres responsables y cariñosos, preocupados de que nada les falte a sus hijos. Estos, en cambio, van a ser bastante apáticos y descariñados.
, el origen de la representación y del registro de la imagen va a ser constantemente puesto en duda. La realidad, para Haneke va a ser contradictoria, la realidad que percibimos en gran medida a través de imágenes, no va a tener una única verdad o una única forma de comprensión e interpretación. Por lo mismo, se va a dar la libertad y el poder de hacernos patente que estamos frente a un objeto abierto, paradójico y contradictorio.
A veces se entierra profundamente en la memoria aquello de lo que uno se siente arrepentido o avergonzado. Pero aún peor es enterrar aquello de lo que uno se siente culpable, y precisamente eso es lo que hizo Georges cuando sólo era un niño. Olvidó rápidamente lo que había hecho mal, lo apartó de su mente hasta que simplemente desapareció. Nunca estuvo allí. Sin embargo estaba escondido. Y a veces ocurre que las sombras del pasado vienen a enturbiar el presente. Haneke construye un suspense admirable y digno de considerarse tal, pero a medida que las cintas van acercando al protagonista a su pasado, movidos por el peso de la culpabilidad comienzan a tambalearse los pilares de su familia y la confianza y el amor se tornan en desconfianza, temor y celos, y es aquí donde comienza a aparecer el Haneke al que estamos más acostumbrados. La tensa secuencia de la persecución a la que se ve sometido Georges por el hijo (Walid Afkir) de Majid, o aquella en que el propio Majid (Maurice Bénichou) cita a Georges en el piso, donde observamos todo desde un difícilmente soportable plano fijo tomado por una de las videocámaras del delito, son claras muestras de esa violencia contenida a la que me refería en un principio. A veces estalla y otras no, pero en ambos casos al espectador le queda una amarga sensación de incomodidad, manteniéndolo en continua tensión esperando que pase cualquier cosa, y nunca precisamente buena.
De nuevo, con la impecable técnica que le caracteriza, el pulso quirúrgico del director se balancea entre trabajados planos secuencia o miradas fijas que dejan transcurrir la acción sin ningún tipo de efectos de montaje (y es que el mejor montaje es el que pasa desapercibido), y sin embargo, encuentra además hueco para los mandos a distancia, aquellos que desquiciaron a más de uno en la perturbadora (¿acaso hay alguna de sus películas que no lo sea?) Funny Games, aunque esta vez no del modo demiúrgico en que lo utilizó en aquella, sino como parte del juego de espejos que plantea entre la realidad y la realidad filmada que se puede revisar, pero que hasta que no se revisa, al espectador se le muestra como si fuese lo que está ocurriendo en ese preciso instante.
Haneke se permite un final desconcertantemente abierto, del mismo modo que lo era el de La pianista, no resuelve el misterio ni falta que le hace, porque no se trataba de lo más importante de la historia. Quien envía las cintas o quien deja de hacerlo es su MacGuffin. En lugar de complacernos con un final explícito y cómodamente resuelto, lo que busca el director es precisamente lo contrario, otorgándonos un plano fijo que centra su atención en la escuela, y a partir de ahí, que el espectador reflexione. Después de todo, probablemente se le ocurran algunas cosas en que pensar bastante más importantes que descubrir al "asesino".
, el origen de la representación y del registro de la imagen va a ser constantemente puesto en duda. La realidad, para Haneke va a ser contradictoria, la realidad que percibimos en gran medida a través de imágenes, no va a tener una única verdad o una única forma de comprensión e interpretación. Por lo mismo, se va a dar la libertad y el poder de hacernos patente que estamos frente a un objeto abierto, paradójico y contradictorio.
A veces se entierra profundamente en la memoria aquello de lo que uno se siente arrepentido o avergonzado. Pero aún peor es enterrar aquello de lo que uno se siente culpable, y precisamente eso es lo que hizo Georges cuando sólo era un niño. Olvidó rápidamente lo que había hecho mal, lo apartó de su mente hasta que simplemente desapareció. Nunca estuvo allí. Sin embargo estaba escondido. Y a veces ocurre que las sombras del pasado vienen a enturbiar el presente. Haneke construye un suspense admirable y digno de considerarse tal, pero a medida que las cintas van acercando al protagonista a su pasado, movidos por el peso de la culpabilidad comienzan a tambalearse los pilares de su familia y la confianza y el amor se tornan en desconfianza, temor y celos, y es aquí donde comienza a aparecer el Haneke al que estamos más acostumbrados. La tensa secuencia de la persecución a la que se ve sometido Georges por el hijo (Walid Afkir) de Majid, o aquella en que el propio Majid (Maurice Bénichou) cita a Georges en el piso, donde observamos todo desde un difícilmente soportable plano fijo tomado por una de las videocámaras del delito, son claras muestras de esa violencia contenida a la que me refería en un principio. A veces estalla y otras no, pero en ambos casos al espectador le queda una amarga sensación de incomodidad, manteniéndolo en continua tensión esperando que pase cualquier cosa, y nunca precisamente buena.
De nuevo, con la impecable técnica que le caracteriza, el pulso quirúrgico del director se balancea entre trabajados planos secuencia o miradas fijas que dejan transcurrir la acción sin ningún tipo de efectos de montaje (y es que el mejor montaje es el que pasa desapercibido), y sin embargo, encuentra además hueco para los mandos a distancia, aquellos que desquiciaron a más de uno en la perturbadora (¿acaso hay alguna de sus películas que no lo sea?) Funny Games, aunque esta vez no del modo demiúrgico en que lo utilizó en aquella, sino como parte del juego de espejos que plantea entre la realidad y la realidad filmada que se puede revisar, pero que hasta que no se revisa, al espectador se le muestra como si fuese lo que está ocurriendo en ese preciso instante.
Haneke se permite un final desconcertantemente abierto, del mismo modo que lo era el de La pianista, no resuelve el misterio ni falta que le hace, porque no se trataba de lo más importante de la historia. Quien envía las cintas o quien deja de hacerlo es su MacGuffin. En lugar de complacernos con un final explícito y cómodamente resuelto, lo que busca el director es precisamente lo contrario, otorgándonos un plano fijo que centra su atención en la escuela, y a partir de ahí, que el espectador reflexione. Después de todo, probablemente se le ocurran algunas cosas en que pensar bastante más importantes que descubrir al "asesino".
Referencias
A propósito de Caché : Michael Haneke. | laFuga
http://www.lafuga.cl/a-proposito-de-cache/40
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