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Bernardo Hoyos, un legado de arte y cultura


Bernardo Hoyos, un legado de arte y cultura

Esta fue la última entrevista concedida a la Revista Bocas de Bernardo Hoyos antes de su muerte.

Es el periodista cultural más notable de Colombia. Es un amante incansable del cine, pero sus ojos, tras una intoxicación en la antigua Yugoslavia, no lo dejan ver las curvas de sus divas favoritas. Lleva varios años al frente de la emisora de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y su relación con la música clásica es tan intensa que le puso a su hijo Juan Sebastián en honor a Bach.
Lo bautizaron Bernardino hace 78 años. Lleva 24 años leyendo con una lupa; camina lento y se apoya en un bastón; su voz suena en la radio desde hace cinco décadas; es miembro de la
Academia Colombiana de la Lengua; amante del vino tinto; bautizó a su hijo Juan Sebastián en honor de Bach, su músico favorito; lee a Proust en el idioma que le pongan por delante y no es una exageración decir que Bernardo Hoyos es el decano de los periodistas culturales. Me recibe con un vestido inglés de paño hecho a la medida por un sastre inglés hace más de veinte años en Londres y que se pone solo cuando va a vender publicidad para su emisora o para una ocasión importante.
Está impecable. Para caminar en su casa no usa bastón, porque conoce de memoria el espacio, se mueve con mucha seguridad y me lleva directamente a su biblioteca. Se sienta en un sillón cómodo, prende una lámpara muy potente y empieza a hablar con esa voz pausada y profunda que parece que conversara en verso. En vivo y en directo es como si estuviera al aire: vocaliza muy bien y pronuncia delicadamente cada sílaba. Tiene una memoria fotográfica y ningún pudor en hablar de todo y en confesarme que ya le importa poco ser algo ciego.
Bernardo Hoyos no necesita sus ojos para ver. Es más, algunos mortales quisiéramos ver la vida como él.
Tiene alma y empaque de lord inglés, ¿no cree?
No creo. No (Hoyos suelta una sonora carcajada). Yo soy de un pueblo en Antioquia llamado Santa Rosa de Osos, un amigo mío, Gonzalo Mallarino hijo, procurador del Gimnasio Moderno, dice que yo soy de Santa Rosa de Oxford y que vivo en Bogotá porque es una ciudad intermedia entre Santa Rosa de Osos y Londres.
¿Ha vivido una vida plena?
Yo he sido un privilegiado en mi vida. He hecho lo que he querido, he estudiado y he trabajado en las comunicaciones. Estudié en Estados Unidos y luego tuve el privilegio de vivir en Londres nueve años y allá me casé. La vida fue mi mejor universidad. Trabajé en la BBC de Londres, y fui editor de una revista…, vi mucho teatro, oí mucha música.
¿De dónde viene su amor por Inglaterra?
Cuando era niño leía mucho sobre el rey Arturo y disfrutaba de las ilustraciones de los libros con sus aventuras, también hubo una película de la Edad Media muy importante: ‘Las aventuras de Robin Hood’, del año 1938, con Errol Flynn, en esa película hay castillos, corazas, emblemas, caballos, música medieval; eso me fue seduciendo. También llegué por mis papás. Mi padre era un notario, un hombre de pueblo pero de una gran finura y una notable disposición por la lectura. Mi mamá también era una gran lectora. A mi papá le gustaba mucho la literatura inglesa y siempre decía: “Todo lo inglés es lo mejor, con excepción del pan francés”. Yo le preguntaba que qué era lo mejor de Inglaterra y él decía: “Lo mejor de Inglaterra es la técnica, los carros, los aviones, los paños para los vestidos. Siempre, en cada mesa, hay una salsa Perryn’s y una salsa de tomate. Tan buena será la salsa Perryn’s que si la sopa es mala la compone y si es buena no la daña”.
¿Londres era una obsesión?
No. Yo diría que era un destino más que una obsesión, era una vocación.
¿Dónde aprendió inglés?
Yo aprendí inglés en el Colombo Americano cuando era estudiante de derecho. Lo leía muy bien, pero uno lo aprende bien viviendo entre la gente. Leía mucho. Cuando me dieron mi beca viví tres meses en Washington y luego me fui para la Universidad de Kansas (donde estudió el presidente Santos). Había un centro muy especial para estudiantes extranjeros. En Kansas estuve agosto y septiembre y luego me fui para una universidad en Dallas, Sothern Methodist, una universidad pequeña, pero muy rica: tiene todo el dinero de la gente de Texas y una biblioteca espléndida.
¿Qué recuerda de sus años de infancia?
Tuve una infancia contenta. Nunca uso la palabra feliz. Creo que es una palabra que no hay que utilizar. Una infancia totalmente grata. Trabajaba desde los 13 años, con mi papá, en la Notaría de Santa Rosa haciendo escrituras a máquina. A mi papá le gustaba la idea de que yo estudiara derecho, mi mamá, en cambio, me decía “estudie lo que quiera”.
Me gustaba mucho la arquitectura, pero terminé estudiando derecho, sin embargo lo ejercí muy poco. En Dallas hice una maestría en Derecho Comparado y aproveché mucho la biblioteca. Leía mucho sobre la Edad Media, el Renacimiento, a mí me gustaba mucho la historia del arte y también aproveché y ahorré plata. Tan buena sería la beca que ahorré y me fui para Europa. El decano de la maestría me decía: “You are going to Europe with gringo money”.
En el año 58 estuve como cinco meses en Europa. Me alcanzó la plata. Era muy barato. Con cinco dólares diarios vivía muy bien en París y hacía de todo. El hotel me costaba un dólar, y con un dólar me podía hacer un almuerzo estupendo…
¿Estupendo o un sandwichito?
No. Ningún sandwichito. Con el carné de estudiante me alcanzaba para comer sardina con tomate, vino y queso. ¡Delicioso! ¡Uno hacía maravillas con un dólar!
Usted tiene una gran facilidad con los idiomas. El acento paisa no se le nota y los acentos parecen originales cuando habla francés, inglés o italiano.
Yo sigo siendo muy paisa en las conversaciones aquí en la casa y cuando voy a Medellín. Yo no aprendí idiomas de niño ni de joven. El italiano lo escucho bien y lo oigo bien, y el francés lo leo. Estudié en la Alianza. Mi amor por Proust es gigante, mi autor de cabecera. Lo he leído en francés.
Su libro de cabecera.
En busca del tiempo perdido. Yo creo que va a hacer prácticamente 60 años que estoy leyendo a Proust. Desde el año 64 cuando me lo recomendaron unos amigos que sabían mucho de literatura. Es una maravilla. Yo oigo y leo a Proust. Tengo la ociosidad de haberlo leído en inglés en una traducción maravillosa, en español por supuesto lo he leído dos o tres veces y lo tengo en una rara edición en italiano. Proust ha sido una gran pasión. El presidente López me decía: “Bernardo, Proust nos ha hecho mucho daño porque dejamos de leer muchas cosas”.
Tiene dos cuadros de Botero en la sala de su casa.
Cuando él estaba en sexto de bachillerato y yo estaba en quinto, estudiábamos en el mismo Colegio, yo me quedaba por las tardes en el colegio viéndolo dibujar, un día le dije: “Tú mereces pintar a Proust y Proust merece que tú lo pintes”. Hay una foto famosa, tomada por Man Ray, de Proust muerto, del 18 de noviembre de 1922. Conseguí la foto en el museo D´Orsay y se la mandé. Él me mandó el dibujo. Y otro de Porfirio Barba Jacob. Una gran gentileza.
¿Qué hay en Santa Rosa que tiene los chorizos más famosos de Colombia, presidentes (Belisario Betancur), poetas (Porfirio Barba Jacob)…, en fin?
Santa Rosa tenía vigor y autenticidad intelectual. Había un cierto refinamiento que se heredó, allá se leía mucho.
Es como un preludio de Chopin. Habla musicalmente…
Yo vivo muy contento, la vida me ha dado todo. Qué tal el placer y el lujo de trabajar, de ser director en una emisora cultural que manejo hace 12 años. La dirijo, tengo toda la libertad editorial en la universidad, tengo un equipo de trabajo extraordinario y debo decir que es la mejor emisora cultural de Colombia y es una emisora que transmite 24 horas.
¿Y su mayor satisfacción?
Fuera de tener la emisora en la que hago de todo, entrevisto, soy locutor, programador… soy todero. Quizá por tantos años que llevo en la cultura y ser identificado, me ha llegado la hora de la compensación, de la cosecha. Yo me he dado el lujo de lograr el patrocinio de empresas culturales. Me he vestido de vendedor y me reciben muy bien.
Con una voz maravillosa…
Creo que la conservo y trabajo con ella. Y he trabajado tanto tiempo, llevo trabajando con mi voz casi 60 años. Empecé en la radio en 1953 en Radio Bolivariana…
¿Cuál es la mejor voz de la radio?
La voz de Álvaro Mutis es la más notable y definida de Colombia. Fue mucho tiempo locutor de la vieja Radio Nacional y un lector de poesía y prosa incomparable.
¿La falta de visión se compensa con la potencia de su voz?
Yo le dije alguna vez a alguien que si no hubiera tenido los problemas que he tenido no hubiera hecho lo que he hecho. Llevo 45 años con mis problemas visuales y siento que llega a un momento de estabilización. Yo no tengo visión en el ojo izquierdo.
¿Qué ve? ¿Cómo ve?
Así, con el ojo derecho cerrado, no veo absolutamente nada. Negro. No veo cosas amarillas como Borges, ni nada. Por el ojo izquierdo no veo nada. Pero con el derecho puedo leer con esta lupa y tengo una visión útil, pero claro, no manejo, no corro.
Por el derecho veo borroso, pero tengo una noción muy precisa del medio que me circunda. Y tengo una visión útil. Pero claro, después de las seis de la tarde no salgo solo a la calle. Si alguien me acompaña, camino todos los días. Además, tengo un mareo muy complicado del oído. Una especie de síndrome vertiginoso. Un mareo que si tú estás de pie sientes que te vas a caer. Me da por el virus que me causó mi problema del ojo.
¿Fue un pescado malo? ¿Qué fue lo que le pasó?
El virus me dio cuando estaba en una ciudad de Yugoslavia en la costa del Adriático, en Crikvenica. Yo estaba en esas playas en un hotel muy bueno y muy barato con unas muchachas inglesas, pero nada de ‘strings attached’ (sin compromisos). No hay tal pescado, pero uno asocia cosas. Cuando llegamos a ese puerto yo sé perfectamente qué almorzamos. Tomaba mucho vino y a mí sí me supo muy raro el pescado, ¡muy raro! Y aunque no creo que haya sido el pescado, nunca se sabe de dónde viene el virus. Posiblemente ese pescado estaba alterado. La teoría mía, la que le he dicho a Álvaro Rodríguez, mi médico oftalmólogo,, es que la intoxicación con ese pescado me bajó las defensas. ¿Sabes que el virus es un fenómeno de defensas, no? Los virus te caen cuando no hay defensas.
¿Entonces?
Comencé a sentirme muy mal y me fui para Italia a una pensión. Sin hablar ninguno de los cinco idiomas que hablan allá (en Yugoslavia), yo no quería quedarme ahí. Salí para Venecia y me quedé tres días, pero no estaba bien, y me fui para Roma. Le dije al embajador, el escultor Rodrigo Arenas Betancourt, que estaba enfermo y me mandó donde el médico de los colombianos allá, el doctor Atilio Marino que vivía en el barrio Barioli. Fui a su estudio y me atendió supremamente bien. Me mandó unas inyecciones para el hígado y pensé que me iba a recuperar, pero una mañana me levanté en la pensión y me puse mis gafas y vi que tenía una monedita negra, una moneda de centavo de las que ya no se usan aquí. Pensé que las gafas estaban sucias, me las quité y las limpié, pero no, ahí seguía… había algo raro. Ya tenía el desprendimiento de retina. Le dije al doctor Marino, doctor estoy muy mal, qué me recomienda y me mandó con el doctor Vitcchi, un oftalmólogo muy famoso, y me dijo: “dígale que es de parte mía”.
El doctor me dijo, “usted tiene una infección, pero la vamos a controlar” y me dio una dosis muy larga y fuerte de antibióticos. Entonces, la parte asustadora: no te imaginas lo que es ponerse una inyección en Roma, sobre todo un colombiano. Había que llevar la fórmula, había que autenticarla, había que ir a la farmacia y luego había que ir a la casa de una enfermera especializada…, perdía una tarde entera. Una diaria. Un domingo me fui para misa y cuando entré vi que el piso de la iglesia estaba como alterado. Pensé que me iba a caer en una de las losas y era que mi visión ya estaba mal. Veía la cachucha del padre doble, completamente distorsionada, como pintada por Piccaso.
¡Qué susto!
Al día siguiente me empezó un dolor de cabeza muy fuerte. Fui a una cita con el doctor Vietti.
Llegué y me senté en una banquita. ¡Era el médico del papa! El doctor tenía monóculo y llegó con una bata blanca muy muy elegante. Era tan experto que no necesitó oftalmoscopio. Me puso un aparatito. Miró primero un ojo, luego el otro y dijo: ‘distaco di retina a il secondo
Piano’. Desprendimiento de retina doble. Yo me quedé frío porque le entendí en italiano y siguió con el próximo paciente. Me dijo: “Joven lo suyo es muy grave. Lo siento. Está avanzando apenas. Usted es un joven enérgico y tiene buena salud. Si no tiene seguro váyase a Bogotá, no se quede que le va a costar muchísimo y además es muy traumático”. Llegó un día en que ya no vi.
¿Cómo es que un día ya no ve más?
Eso es azaroso. Sí, aunque es paulatino, hubo un día en que ya no vi. ¡Muy mal, muy mal!
¿Qué es lo más difícil en el día a día?
Para mí viajar es complicado. Salgo en silla de ruedas y no me importa que la gente me vea y piense: “Don Bernardo está tullido”. No me importa, porque no lo estoy.
Dicen de los sordos que solo oyen lo que les conviene, ¿usted ve lo que le conviene?
Las niñas lindas sí las veo… ja, ja, ja… ¡Qué tal que no! Ellas se imponen a sí mismas. Como decía Proust, la obra de arte crea su propia posteridad, como las mujeres bellas.
Una de sus aficiones es el cine. ¿Es imposible para usted disfrutar de una película?
Aunque hay pantallas muy grandes, pierdo muchos detalles. Un amigo tiene la mejor colección de películas y documentales, casi 4.000. Cuando estoy en Bogotá los sábados, voy donde Francisco y tiene una pantalla de ‘video beam’ y me hago muy cerquita y veo muy bien las cosas. Voy con mi asistente, que se llama Orlando Ricaurte, que trabaja en la emisora y yo le digo, vamos a ver esa película que vamos a presentar en mi programa de televisión que ya hago hace 13 años, ‘Cine Arte’. Y le digo: repítame esto, qué está pasando aquí, me perdí… y él me va explicando. A veces pierdo el contexto, pero tengo la secuencia, la linealidad de la película.
Leo mucho de cine. Me mantengo muy bien informado del cine contemporáneo.
Y la música…
Mi señora me regaló un iPad donde oigo la emisora de la universidad y Radio 3 de la BBC de Londres, que es la mejor emisora del mundo, y vivo muy informado. Como dice un amigo: es como si hubiera comprado un jet para ir a Faca. A conciertos no voy por el desplazamiento y los mareos. Pero no importa: uno se va adaptando a las situaciones.
¿Y su músico preferido?
Johann Sebastian Bach es el músico que más quiero y a quien más oigo y de quien más sé. Tanto, que bauticé a mi hijo Sebastián. Me gusta mucho la música de la Edad Media aunque yo oigo de todo.
¿Puede leer? ¿Ahora que está leyendo?
Durante la semana leo muchas revistas, New Yorker, New York Review of Books y leo varios libros simultáneamente. Ahora estoy en ‘El Danubio’, de Claudio Magris. Es una bella historia del río. También una edición muy bella de Los ensayos de Montaigne. Leo de 7 a 12 de la noche. Siempre oigo ‘La Luciérnaga’ y ‘Hora 20’, y todas las noches veo el Noticiero ‘CM&’.
¿Y siempre necesita la lupa?
Sí. Con la lupa y buena luz: es la única forma para poder leer. Y debo leer como a una tercera parte de velocidad que las personas con visión perfecta. Leo lento y uso estas gafas (saca de su bolsillo otros anteojos con vidrios muy gruesos) para ver revistas o libros de arte. Son muy gruesas, son tremendamente gruesas. Son como lupas.
¿Piensa en el retiro?
Tengo 77 años, trabajo con energía en medio de mis limitaciones, hago un trabajo adaptado a ellas. Yo no puedo leer un texto de corrido. Yo leo con esta lupa, pero hablo, entrevisto, presento, organizo, visito, vendo. Estoy en el mejor medio cultural imaginable, a esta edad y con vitalidad. Tengo un hogar tan amable, ¿qué más puedo pedir? Soy un privilegiado.
¿Es de mal genio? ¿No se le daña a uno el genio por no ver bien?
Yo no soy neurótico. He tenido siempre buen genio. He sido una persona más bien sana mentalmente. Y además, ¿mal genio contra quién y por qué? Si vivo en un ambiente tan pacífico, tan ordenado, tan cordial.
Pero alguna neura debe tener…
No me gusta tener una puerta entreabierta y soy muy cumplido. No me gusta la gente incumplida. Todos tenemos nuestras manías… pero en términos generales, yo mantengo un buen orden interior.
¿Tiene enemigos?
No. Críticos, sí. Hace como cinco años le llegaron al rector José Fernando Isaza dos anónimos, que yo llamo de grotesca cobardía, que decían: “Nosotros sabíamos que usted tenía un director de la emisora ciego; pero no sabíamos que tenía un director sordo, por la cantidad de música moderna e inaudible que pone”. Les respondí al aire, en abstracto, que no soy ciego con un adagio español del siglo XV lapidario, muy duro y muy bello y muy humano: “Dios quiera que quienes se mofan de, o resaltan los estragos que natura causa en los demás, Dios quiera que no caigan en sus redes porque así podrían entrar en la noche de la ceguera sin el consuelo que da la luz de la caridad”.
Si pudiera ver 20/20, ¿qué quisiera ver?
Las cosas que más me han impresionado en mi vida son la naturaleza, la arquitectura y la pintura. Hace como seis años salimos de Buenos Aires a Santiago de Chile, muy temprano, como a las cinco de la mañana y yo estaba semidormido en la ventanilla del avión. Me desperté y vi la cordillera de los Andes. Tuve una conmoción. ¡Era maravilloso: unos picos, unas rocas, una profundidad! Fue una conmoción tan tremenda que no quise ver más. Era como un atractivo fatal. Y veía que la cadena es interminable, impresionante, una maravilla, ¡monumental! Lo vi muy bien. ¡No quisiera volver a verlo porque me produjo una conmoción tremenda! Les tengo miedo a los aviones. No me gusta volar, pero la sensación que tuve es: ¿qué tal que el avión se cayera ahí?, ¿cómo caería? ¡Encima de esos picos irregulares!
Pero pensándolo bien… me gustaría ver muy bien a Mónica Bellucci.
*Esta entrevista fue realizada antes de la Muerte de Bernardo Hoyos, el 11 de octubre de 2012.
María Elvira Arango
REVISTA BOCAS
Publicación
eltiempo.com
Sección
Otros
Fecha de publicación
17 de octubre de 2012
Autor
María Elvira Arango

Elaborado por Oscar Perez

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